Durgaaz El monje enano
Cita de Arcturus02 en 19/12/2022, 2:21 pmEcos de la tierra
Murmullos. Hasta los más tenues sonidos se podían escuchar con total claridad por el imperante silencio en las mazmorras de la gran ciudadela. Parecía que algo sucedía, algo importante, pero a él le tenía sin cuidado. Tenía cosas más importantes en qué pensar.
El enano estaba sentado, con la espalda apoyada en los barrotes de hierro, a la espera de lo que le iban a decir el día de mañana. No era la primera vez que se alojaba en la cárcel de Karak Norn, pero lo más probable es que fuera la última, ya que esta vez había ido muy lejos. Un alboroto en la taberna local comenzado por, según lo describieron los clientes habituales del establecimiento, “un maldito loco, ebrio como una cuba”, fue rápidamente sofocado por la guardia con unos cuantos detenidos, entre ellos este individuo en cuestión.
Aún no se recuperaba de la resaca por la enorme cantidad de alcohol que había consumido la tarde anterior. Unos mechones de cabellos negros caían sobre la frente, mientras cabizbajo el enano miraba el suelo con unos ojos rojos y secos producto de la borrachera. Miraba sus manos, todavía con los raspones de los golpes de la pelea y del forcejeo con los guardias cuando se lo llevaban custodiado. Mañana decidirán qué hacer con él, y la incertidumbre ante los posibles resultados le impedía conciliar el sueño.
Nuevamente sus elucubraciones se vieron interrumpidas, por el eco de unos pasos que fueron reverberando, al principio tenuemente y a lo lejos, luego con cada vez más intensidad y frecuencia. Sonaban metálicos y pesados, así que infirió que eran soldados, quizás llamados en gran número para intervenir ante una amenaza de gran calibre. La curiosidad le duró poco tiempo, nuevamente rondaban por su cabeza las consecuencias de sus actos. Esta vez había tocado fondo.
La reja se abrió, y un par de guardias le esperaban de pie, con las armas enfundadas. Un tercero, vestido con ropas comunes, se acercaba con una llave para liberar sus grilletes del eslabón fundido en el piso de roca. Era de día, se sabía, no por la luz que entraba, que era nula, sino porque habían más antorchas encendidas para dar la sensación de mayor luminosidad. Acompañó a los guardias, aún con sus manos y pies encadenados, de modo tal que tenía que trasladarse dando pequeños saltitos por la corta longitud de las cadenas de los tobillos. Fueron caminando por un largo pasillo, que parecía suspendido en el aire, pues la negrura de las profundidades de la roca no permitía vislumbrar la base de las columnas que lo sostenían. Una pesada puerta de piedra, con numerosas trabas custodiaba la entrada a la prisión, la cual para abrirse necesitaba la ayuda de casi 10 enanos fornidos.
De allí recorrieron varios pasillos, saliendo del distrito militar para entrar al distrito más alto, donde dentro de una habitación le esperaba un magistrado. Se trataba de una figura imponente, ataviada con bellos ropajes, con el sombrero característico, y dos banderas a sus espaldas: una con el escudo de Karak y otra con el martillo de Thor. El magistrado estaba sentado sobre un estrado alto, tan alto que de haberse acercado una persona, tendría que haber hecho para atrás el cuello todo lo que podía para poder ver a los ojos al facultativo. Esto no es una casualidad, ya que acentúa la posición de poder de aquel que detenta el poder de decidir sobre la vida de los demás miembros de la comunidad enana.
Al lado del juez, se encontraban algunos miembros del clan, entre ellos el líder del clan, por ser el que decide sobre sus miembros, y la familia del reo.
Se leyeron sus cargos, todos ellos, y se enumeraron cada una de las situaciones en las cuales fue aprehendido y llevado a la cárcel, cada una de ellas más deshonrosa que la anterior. Pero él no podía decir nada, solo estaba con la mirada clavada en el piso, incapaz siquiera de mirar a los ojos a su familia o los miembros del clan. Cada cargo que leían en voz alta era una puñalada más que hería su honor y retorcía su alma en una agonía mucho peor que el más terrible castigo físico. Al final de las acusaciones estaba desecho, a duras penas podía mantenerse en pie frente a la acusadora figura. Mientras tanto, el resto se mantenía como espectadores.
Al final, se dictó la sentencia. Con sus oídos tapados, y con un zumbido constante a duras penas pudo oír una palabra: destierro. Se le expulsaba del fabuloso reino de Karak Norn, con un plazo de gracia de 1 hora para que buscara sus pertenencias y se despidiera de su familia. Le escoltaron los guardias, todavía encadenado, seguido de cerca por los miembros del clan, que no emitían sonido alguno, tal era el mutismo, que parecía más bien propio de un funeral.
Ser desterrado conllevaba también la expulsión del clan. De ahora en adelante, a donde quiera que fuere, era un sin clan, y un apátrida. Llevaría a todos lados la deshonra de sus actos y la constante desaprobación de los miembros del clan. Él no reaccionaba, seguía instintivamente el camino con la mente en blanco. Aquello era peor que la muerte, pero lo que lo mortificaba era que fue él mismo el causante de sus actuales males. Llevó una vida procaz y soez, no conocía otra cosa más que la diversión sin responsabilidad, y su personalidad arrogante y agresiva le alejó de todos aquellos a los que él importaba. Tanto fue así, que cuando se dió cuenta, estaba en las habitaciones comunales de la sala del clan, pasando el salón de estar, con sus padres, hermanos, tíos y demás a sus espaldas, en silencio, viéndolo empacar. Nadie lloraba o se lamentaba, quizás hubiera podido ver lástima en el rostro de alguno, pero la cabeza le pesaba como si un yunque tirara de ella al piso.
“He tocado fondo, y ahora ya no hay marcha atrás”, era lo único que pensaba una y otra vez, mientras preparaba algunas ropas y efectos personales. No sabía a donde ir, pero poco le importaba, bien le parecía mejor arrojarse del puente que custodiaba la entrada de la ciudadela, pero le faltaba el valor. En la entrada de la casa del clan, se despidió brevemente de su familia, con voz ronca y seca, se humedecieron sus ojos, cabizbajo para que nadie lo notara.
Al salir de la ciudadela, pasando las murallas de la entrada que dan a las primeras casas de Asfalgen, se veían las gentes comentando aún sobre el paso del destacamento militar. Le seguían escoltando los guardias, que le llevaban a la Quadra, en una caminata que le pareció eterna.
Luego de pasar la Quadra, se volvieron a sentir los ruidos metálicos, pero no eran los característicos de la marcha de los soldados, se oían ruidos de herramientas y órdenes constantes. Parecía que estaban haciendo preparativos pero no se distinguía el motivo. Los escoltas intercambiaron miradas inescrutables por los pesados cascos que llevaban puestos, pero se intuía que eran de preocupación.
Luego de apurar el paso, se podían ver las primeras filas de enanos en formación, detrás de la muralla que hace las veces de frontera entre el reino de los enanos y el territorio norteño de Mraganur. La guardia Bathorim que normalmente estaba del lado opuesto custodiando su lado de la frontera, ayudaba a los enanos en los preparativos.
─Espera aquí ─dijo uno de los guardias al compañero.
Se acercó trotando a una tienda de campaña, donde se encontraba un enano inclinado sobre un mapa. Parecía un superior, un capitán quizás. Intercambiaron un par de palabras, y al cabo de un minuto el guardia regresó donde estaba él.
─Hay un grupo de orcos, ─dijo el soldado ─serán unos 200 mas o menos, pero desde la noche de ayer que no atacan, y siguen sin acercarse lo suficiente para estar al alcance de nuestras ballestas. Tenemos que dejar a este aquí -haciendo referencia al condenado-, bajo nuestra custodia hasta que se despeje el portón de la muralla.
Lo acomodaron a unos metros del comienzo del puente que da a la Quadra, a la vista del resto del batallón de enanos, siempre custodiado por los guardias que le escoltaban desde la prisión. Nadie hablaba muchas palabras, esto contribuía aún más al ambiente tenso.
A medida que pasaban las horas, los vigías de la torre de vigilancia, emplazada mucho más arriba de la muralla sobre la ladera de la montaña, avisaban que el número de orcos aumentaba paulatinamente. Se estaba reuniendo un contingente de orcos, que ahora llegaban a los 400. La visión de la torre de vigilancia era tal que se podían ver los picos helados en todo su esplendor, que comenzaba hacia el Oeste nuevamente, y luego hacia el Este donde se extendían las estepas heladas. Cualquiera que fuera a acercarse a la frontera sería visto a leguas de distancia, y, a menos que contaran con un equipo de escalada para ir por sobre la montaña, serían vistos si se acercaban a la frontera o si deseaban ir hacia el monasterio de los picos helados, lo cual era una vigilancia perfecta para las caravanas que se acercaban al lugar. Hacia el Este, siguiendo la ladera de los picos, los osos polares ocasionalmente se acercaban, pero no había mayor peligro, ya que evitaban hacerlo casi en todas las ocasiones.
La tensión en los enanos era claramente palpable, aunque estaban confiados de la escasa disciplina de los orcos y del muro de piedra que se interponía entre ellos y la horda salvaje. Las antorchas permitían contar aproximadamente la cantidad de enemigos, ya que si bien tanto los orcos y los enanos son capaces de ver en la más absoluta oscuridad, tiene un alcance limitado.
En un momento los orcos dejaron de hacer el bullicio intimidatorio que venían haciendo desde hace horas, y las antorchas se fueron apagando una a una, primero lentamente, luego casi todas las restantes súbitamente. Parecía que la noche se los hubiera tragado a todos. Ansiosos, los vigías de la muralla y la torre eran incapaces de ver a los orcos en la oscuridad de la noche, sin nada que los pudiera llegar a delatar.
Se dió aviso al capitán, con un mensajero que miró brevemente al prisionero, y luego le comentó sobre la desaparición.
─Usen las antorchas para encender algunos virotes, y disparen a la oscuridad donde se encontraban los orcos ─dijo seriamente mientras cerraba el mapa, ─voy a ver qué ocurre.
El mensajero transmitió la orden a los soldados, que presurosos ataron telas a la punta de los virotes de sus ballestas, y luego de untarlas en un material flamable dispararon una salva de proyectiles.
Allí donde habían orcos no se distinguía nada. Uno de los vigías alertó que se veían puntos negros en la nieve, que podrían ser las antorchas que fueron apagadas.
El capitán nombró a unos soldados para que se reunieran con él en la puerta de la frontera. Ordenó que la abrieran y fueron corriendo hasta el lugar donde cayeron las flechas. La nieve estaba pisoteada, tenía mugre de los orcos, como comida, pedazos de tela, mierda. Era indudable que estuvieron allí, pero no había rastro de los mismos.
Antes de que pudiera ordenar que rastreen al contingente orco, se sintieron de nuevo los alaridos, y los orcos se abalanzaron sobre el grupo de avanzada. Llegaron a apartar a los primeros atacantes con sus hachas y martillos, y se replegaron hacia la frontera, corriendo tan rápido como podían. Uno de los enanos, el que estaba vestido con unas pieles, llegó antes que el resto, y gritó sobre la emboscada. No tardó en abrirse la puerta y los soldados que estaban a la espera salieron en tropel, comenzando a formar una muralla con sus escudos. Uno al lado del otro, en una larga hilera que abarcaba casi toda la muralla, dejaron un pequeño espacio para que pasaran los que habían tomado la delantera.
─¡Khazâd, dur-en ûr! ─gritaron los enanos al unísono, cerrando las filas tras haber pasado todos.
Los orcos ya habían llegado, eran unos pocos que atacaban aislados, haciendo sus ataques inefectivos. Los enanos los pudieron repeler con relativa facilidad, una primera línea defensiva de enanos impedían que pasasen y a duras penas podían herirlos por las gruesas armaduras y escudos que portaban.
Se hizo una pausa corta, y se alzaron gritos desde la oscuridad. El resto de los orcos atacaban ahora al unísono y con ira desenfrenada. Una ola de choque venía a toda velocidad a embestir a los enanos en formación.
─¡Baruk khazâd, khazâd ai-menû! ─exclamó el capitán tomando su lugar en la barrera mientras se ponía su casco y alzaba su hacha de batalla. Un grito de júbilo se extendió entre las filas, donde los ánimos enardecidos de los enanos indicaba que estaban preparados para lo que tuviera que ocurrir.
Ecos de la tierra
Murmullos. Hasta los más tenues sonidos se podían escuchar con total claridad por el imperante silencio en las mazmorras de la gran ciudadela. Parecía que algo sucedía, algo importante, pero a él le tenía sin cuidado. Tenía cosas más importantes en qué pensar.
El enano estaba sentado, con la espalda apoyada en los barrotes de hierro, a la espera de lo que le iban a decir el día de mañana. No era la primera vez que se alojaba en la cárcel de Karak Norn, pero lo más probable es que fuera la última, ya que esta vez había ido muy lejos. Un alboroto en la taberna local comenzado por, según lo describieron los clientes habituales del establecimiento, “un maldito loco, ebrio como una cuba”, fue rápidamente sofocado por la guardia con unos cuantos detenidos, entre ellos este individuo en cuestión.
Aún no se recuperaba de la resaca por la enorme cantidad de alcohol que había consumido la tarde anterior. Unos mechones de cabellos negros caían sobre la frente, mientras cabizbajo el enano miraba el suelo con unos ojos rojos y secos producto de la borrachera. Miraba sus manos, todavía con los raspones de los golpes de la pelea y del forcejeo con los guardias cuando se lo llevaban custodiado. Mañana decidirán qué hacer con él, y la incertidumbre ante los posibles resultados le impedía conciliar el sueño.
Nuevamente sus elucubraciones se vieron interrumpidas, por el eco de unos pasos que fueron reverberando, al principio tenuemente y a lo lejos, luego con cada vez más intensidad y frecuencia. Sonaban metálicos y pesados, así que infirió que eran soldados, quizás llamados en gran número para intervenir ante una amenaza de gran calibre. La curiosidad le duró poco tiempo, nuevamente rondaban por su cabeza las consecuencias de sus actos. Esta vez había tocado fondo.
La reja se abrió, y un par de guardias le esperaban de pie, con las armas enfundadas. Un tercero, vestido con ropas comunes, se acercaba con una llave para liberar sus grilletes del eslabón fundido en el piso de roca. Era de día, se sabía, no por la luz que entraba, que era nula, sino porque habían más antorchas encendidas para dar la sensación de mayor luminosidad. Acompañó a los guardias, aún con sus manos y pies encadenados, de modo tal que tenía que trasladarse dando pequeños saltitos por la corta longitud de las cadenas de los tobillos. Fueron caminando por un largo pasillo, que parecía suspendido en el aire, pues la negrura de las profundidades de la roca no permitía vislumbrar la base de las columnas que lo sostenían. Una pesada puerta de piedra, con numerosas trabas custodiaba la entrada a la prisión, la cual para abrirse necesitaba la ayuda de casi 10 enanos fornidos.
De allí recorrieron varios pasillos, saliendo del distrito militar para entrar al distrito más alto, donde dentro de una habitación le esperaba un magistrado. Se trataba de una figura imponente, ataviada con bellos ropajes, con el sombrero característico, y dos banderas a sus espaldas: una con el escudo de Karak y otra con el martillo de Thor. El magistrado estaba sentado sobre un estrado alto, tan alto que de haberse acercado una persona, tendría que haber hecho para atrás el cuello todo lo que podía para poder ver a los ojos al facultativo. Esto no es una casualidad, ya que acentúa la posición de poder de aquel que detenta el poder de decidir sobre la vida de los demás miembros de la comunidad enana.
Al lado del juez, se encontraban algunos miembros del clan, entre ellos el líder del clan, por ser el que decide sobre sus miembros, y la familia del reo.
Se leyeron sus cargos, todos ellos, y se enumeraron cada una de las situaciones en las cuales fue aprehendido y llevado a la cárcel, cada una de ellas más deshonrosa que la anterior. Pero él no podía decir nada, solo estaba con la mirada clavada en el piso, incapaz siquiera de mirar a los ojos a su familia o los miembros del clan. Cada cargo que leían en voz alta era una puñalada más que hería su honor y retorcía su alma en una agonía mucho peor que el más terrible castigo físico. Al final de las acusaciones estaba desecho, a duras penas podía mantenerse en pie frente a la acusadora figura. Mientras tanto, el resto se mantenía como espectadores.
Al final, se dictó la sentencia. Con sus oídos tapados, y con un zumbido constante a duras penas pudo oír una palabra: destierro. Se le expulsaba del fabuloso reino de Karak Norn, con un plazo de gracia de 1 hora para que buscara sus pertenencias y se despidiera de su familia. Le escoltaron los guardias, todavía encadenado, seguido de cerca por los miembros del clan, que no emitían sonido alguno, tal era el mutismo, que parecía más bien propio de un funeral.
Ser desterrado conllevaba también la expulsión del clan. De ahora en adelante, a donde quiera que fuere, era un sin clan, y un apátrida. Llevaría a todos lados la deshonra de sus actos y la constante desaprobación de los miembros del clan. Él no reaccionaba, seguía instintivamente el camino con la mente en blanco. Aquello era peor que la muerte, pero lo que lo mortificaba era que fue él mismo el causante de sus actuales males. Llevó una vida procaz y soez, no conocía otra cosa más que la diversión sin responsabilidad, y su personalidad arrogante y agresiva le alejó de todos aquellos a los que él importaba. Tanto fue así, que cuando se dió cuenta, estaba en las habitaciones comunales de la sala del clan, pasando el salón de estar, con sus padres, hermanos, tíos y demás a sus espaldas, en silencio, viéndolo empacar. Nadie lloraba o se lamentaba, quizás hubiera podido ver lástima en el rostro de alguno, pero la cabeza le pesaba como si un yunque tirara de ella al piso.
“He tocado fondo, y ahora ya no hay marcha atrás”, era lo único que pensaba una y otra vez, mientras preparaba algunas ropas y efectos personales. No sabía a donde ir, pero poco le importaba, bien le parecía mejor arrojarse del puente que custodiaba la entrada de la ciudadela, pero le faltaba el valor. En la entrada de la casa del clan, se despidió brevemente de su familia, con voz ronca y seca, se humedecieron sus ojos, cabizbajo para que nadie lo notara.
Al salir de la ciudadela, pasando las murallas de la entrada que dan a las primeras casas de Asfalgen, se veían las gentes comentando aún sobre el paso del destacamento militar. Le seguían escoltando los guardias, que le llevaban a la Quadra, en una caminata que le pareció eterna.
Luego de pasar la Quadra, se volvieron a sentir los ruidos metálicos, pero no eran los característicos de la marcha de los soldados, se oían ruidos de herramientas y órdenes constantes. Parecía que estaban haciendo preparativos pero no se distinguía el motivo. Los escoltas intercambiaron miradas inescrutables por los pesados cascos que llevaban puestos, pero se intuía que eran de preocupación.
Luego de apurar el paso, se podían ver las primeras filas de enanos en formación, detrás de la muralla que hace las veces de frontera entre el reino de los enanos y el territorio norteño de Mraganur. La guardia Bathorim que normalmente estaba del lado opuesto custodiando su lado de la frontera, ayudaba a los enanos en los preparativos.
─Espera aquí ─dijo uno de los guardias al compañero.
Se acercó trotando a una tienda de campaña, donde se encontraba un enano inclinado sobre un mapa. Parecía un superior, un capitán quizás. Intercambiaron un par de palabras, y al cabo de un minuto el guardia regresó donde estaba él.
─Hay un grupo de orcos, ─dijo el soldado ─serán unos 200 mas o menos, pero desde la noche de ayer que no atacan, y siguen sin acercarse lo suficiente para estar al alcance de nuestras ballestas. Tenemos que dejar a este aquí -haciendo referencia al condenado-, bajo nuestra custodia hasta que se despeje el portón de la muralla.
Lo acomodaron a unos metros del comienzo del puente que da a la Quadra, a la vista del resto del batallón de enanos, siempre custodiado por los guardias que le escoltaban desde la prisión. Nadie hablaba muchas palabras, esto contribuía aún más al ambiente tenso.
A medida que pasaban las horas, los vigías de la torre de vigilancia, emplazada mucho más arriba de la muralla sobre la ladera de la montaña, avisaban que el número de orcos aumentaba paulatinamente. Se estaba reuniendo un contingente de orcos, que ahora llegaban a los 400. La visión de la torre de vigilancia era tal que se podían ver los picos helados en todo su esplendor, que comenzaba hacia el Oeste nuevamente, y luego hacia el Este donde se extendían las estepas heladas. Cualquiera que fuera a acercarse a la frontera sería visto a leguas de distancia, y, a menos que contaran con un equipo de escalada para ir por sobre la montaña, serían vistos si se acercaban a la frontera o si deseaban ir hacia el monasterio de los picos helados, lo cual era una vigilancia perfecta para las caravanas que se acercaban al lugar. Hacia el Este, siguiendo la ladera de los picos, los osos polares ocasionalmente se acercaban, pero no había mayor peligro, ya que evitaban hacerlo casi en todas las ocasiones.
La tensión en los enanos era claramente palpable, aunque estaban confiados de la escasa disciplina de los orcos y del muro de piedra que se interponía entre ellos y la horda salvaje. Las antorchas permitían contar aproximadamente la cantidad de enemigos, ya que si bien tanto los orcos y los enanos son capaces de ver en la más absoluta oscuridad, tiene un alcance limitado.
En un momento los orcos dejaron de hacer el bullicio intimidatorio que venían haciendo desde hace horas, y las antorchas se fueron apagando una a una, primero lentamente, luego casi todas las restantes súbitamente. Parecía que la noche se los hubiera tragado a todos. Ansiosos, los vigías de la muralla y la torre eran incapaces de ver a los orcos en la oscuridad de la noche, sin nada que los pudiera llegar a delatar.
Se dió aviso al capitán, con un mensajero que miró brevemente al prisionero, y luego le comentó sobre la desaparición.
─Usen las antorchas para encender algunos virotes, y disparen a la oscuridad donde se encontraban los orcos ─dijo seriamente mientras cerraba el mapa, ─voy a ver qué ocurre.
El mensajero transmitió la orden a los soldados, que presurosos ataron telas a la punta de los virotes de sus ballestas, y luego de untarlas en un material flamable dispararon una salva de proyectiles.
Allí donde habían orcos no se distinguía nada. Uno de los vigías alertó que se veían puntos negros en la nieve, que podrían ser las antorchas que fueron apagadas.
El capitán nombró a unos soldados para que se reunieran con él en la puerta de la frontera. Ordenó que la abrieran y fueron corriendo hasta el lugar donde cayeron las flechas. La nieve estaba pisoteada, tenía mugre de los orcos, como comida, pedazos de tela, mierda. Era indudable que estuvieron allí, pero no había rastro de los mismos.
Antes de que pudiera ordenar que rastreen al contingente orco, se sintieron de nuevo los alaridos, y los orcos se abalanzaron sobre el grupo de avanzada. Llegaron a apartar a los primeros atacantes con sus hachas y martillos, y se replegaron hacia la frontera, corriendo tan rápido como podían. Uno de los enanos, el que estaba vestido con unas pieles, llegó antes que el resto, y gritó sobre la emboscada. No tardó en abrirse la puerta y los soldados que estaban a la espera salieron en tropel, comenzando a formar una muralla con sus escudos. Uno al lado del otro, en una larga hilera que abarcaba casi toda la muralla, dejaron un pequeño espacio para que pasaran los que habían tomado la delantera.
─¡Khazâd, dur-en ûr! ─gritaron los enanos al unísono, cerrando las filas tras haber pasado todos.
Los orcos ya habían llegado, eran unos pocos que atacaban aislados, haciendo sus ataques inefectivos. Los enanos los pudieron repeler con relativa facilidad, una primera línea defensiva de enanos impedían que pasasen y a duras penas podían herirlos por las gruesas armaduras y escudos que portaban.
Se hizo una pausa corta, y se alzaron gritos desde la oscuridad. El resto de los orcos atacaban ahora al unísono y con ira desenfrenada. Una ola de choque venía a toda velocidad a embestir a los enanos en formación.
─¡Baruk khazâd, khazâd ai-menû! ─exclamó el capitán tomando su lugar en la barrera mientras se ponía su casco y alzaba su hacha de batalla. Un grito de júbilo se extendió entre las filas, donde los ánimos enardecidos de los enanos indicaba que estaban preparados para lo que tuviera que ocurrir.
Cita de Arcturus02 en 20/12/2022, 10:52 amJefes de Guerra
El prisionero se estremeció con el estruendo del choque de los ejércitos. Pese a que los orcos superaban ampliamente en número a los enanos, y a que embistieron con todas sus fuerzas, no lograron pasar. Desde las alturas los ballesteros fueron diezmando las fuerzas mientras corrían a la embestida, dejando un tendal de cadáveres apenas los tuvieron al alcance de la vista, y luego del encuentro, atacando los de la última fila.
Cuando caía un guardia, se acomodaban los restantes para ocupar el lugar, a veces uno de los que estaban en la segunda fila atacando con alabardas tomaba el escudo del caído y ocupaba su lugar.
En unos minutos los atacantes pisaban a sus compañeros muertos que iban formando una pila de muertos frente al muro de escudos. El ataque desde una posición elevada les daba una ventaja, y los más ágiles saltaban sobre los enanos hasta caer detrás de ellos para intentar atacarlos por la espalda. Los más afortunados podían llevarse a un enano con ellos antes de morir,pero otros fallecían ensartados por las alabardas.
La batalla fue cruel, pero corta. Al terminar se abrió la puerta y entraron todos, para darle prioridad a los heridos. Los sanadores que prestaban servicio a los transeúntes en la ciudadela fueron llamados para curar a los valientes guerreros que repelieron el ataque.
Mientras las plegarias a Thor se alzaban para pedir los favores del dios del martillo o para encomendar las almas de los caídos al Valhalla, se hizo el recuento de los caídos. La organización de los enanos minimizó las bajas tanto como fue posible ante el feroz ataque de la horda de orcos.
El capitán se había unido a los equipos de búsqueda de heridos, luego de haber ordenado a los batidores que rastrearán el área en búsqueda de desertores y supervivientes de ambos bandos. El capitán, por otro lado, buscaba entre los cuerpos de los orcos a alguno que sobresaliera del resto, usualmente era el más feo y musculoso quien dirigía al resto, ya que estos humanoides sólo reconocen la fuerza y la crueldad como capacidad para un líder.
-¡Capitán! -uno de los batidores se acercó corriendo presuroso -un grupo de los orcos se desvió.
-¿Hacia qué dirección?
-Al oeste, hacia territorio de los terrarones y…
-Del monasterio. ¿De cuantos estamos hablando?
-Unos 30 o 40 mas o menosEl capitán se volvió a sus hombres, organizando a un grupo pequeño para dar caza a los orcos. En ese momento uno de los vigías mraganianos baja de la muralla para hablar con el capitán. El encargado de la frontera norteña era un hombre serio, de rostro cuadrado y barbado, que defendió supuesto con un grueso arco de madera de abeto, característico del bosque blanco de dicho territorio. Intercambiaron unas palabras, donde el capitán le puso al tanto sobre el escape del grupo.
-De haber huído realmente, lo hubieran hecho hacia territorio orco, hacia el norte o al noroeste, -dijo el bathorim mientras se peinaba su barba colorada con preocupación -creo que el ataque fue una distracción. Estaban con un líder, ¿lo encontraste entre los muertos?
El enano negó con la cabeza. -Necesito cruzar la frontera hasta el monasterio, intentaremos llegar antes que toquen a las puertas del templo.
-Tienes mi permiso, yo los acompañaré junto con algunos de mis arqueros, podemos correr más rápido que ustedes y llegaremos antes.Un grupo de 20 hombres y mujeres, entre humanos y enanos, salieron de la frontera hacia el templo. corriendo tan rápido como podían en la oscuridad de la noche helada. En unas millas, los humanos ya habían sacado una considerable ventaja a sus colegas de la ciudadela. Pero la distancia era grande, y si la constitución de los humanos llegaba flaquear, los enanos acortarían esa ventaja.
Mientras tanto, del lado enano de la frontera, el prisionero había sido testigo del enfrentamiento. Luego de la batalla vió abrirse las puertas y entrar a los heridos y los muertos. Nunca había visto una batalla, técnicamente ahora tampoco ya que durante la pelea estuvo tras los muros, solo vió a los guardias disparando desde la alturas. Pero sí notó el miedo de los heridos de muerte, pidiendo a gritos ayuda, encomendandose a Thor y balbuceando los nombres de su familia con el último aliento al abandonar el mundo de los mortales.
Él había peleado incontables veces, pero jamás empuñando un arma, tampoco hiriendo de gravedad ni mucho menos con un desenlace fatal. No se podía comparar, aquello parecía una pelea de niños, lastimándose por motivos tan triviales como una cerveza derramada o el honor de una persona. En ese momento no parecían nada, aquí habían peleado por la defensa del pueblo enano, ellos peleaban por aquellos que no podían, los defendían porque era su deber y sin esperar nada a cambio ni hacer alarde de ello..
Los escoltas se habían ido a pelear, uno de ellos estaba herido de gravedad y lo traían entre 3 para ponerlo junto con los demás heridos. El compañero se había sacado el casco y tenía un corte a la altura de la ceja.
-Quítame los grilletes ─le dijo al escolta
-Todavía no, aún no sabemos si es seguro afuera, y no te puedo soltar hasta saber que es seguro para que abandones Karak
-No me voy a ir a ningún lado, no se si habrá algún orco agazapado en la oscuridad esperando para matarme. Necesitan ayuda con los heridos.El guardia dio media vuelta y se puso de espaldas, ignorando los reclamos que le hacía el prisionero. Mantuvo su posición, hasta el amanecer del siguiente día.
Jefes de Guerra
El prisionero se estremeció con el estruendo del choque de los ejércitos. Pese a que los orcos superaban ampliamente en número a los enanos, y a que embistieron con todas sus fuerzas, no lograron pasar. Desde las alturas los ballesteros fueron diezmando las fuerzas mientras corrían a la embestida, dejando un tendal de cadáveres apenas los tuvieron al alcance de la vista, y luego del encuentro, atacando los de la última fila.
Cuando caía un guardia, se acomodaban los restantes para ocupar el lugar, a veces uno de los que estaban en la segunda fila atacando con alabardas tomaba el escudo del caído y ocupaba su lugar.
En unos minutos los atacantes pisaban a sus compañeros muertos que iban formando una pila de muertos frente al muro de escudos. El ataque desde una posición elevada les daba una ventaja, y los más ágiles saltaban sobre los enanos hasta caer detrás de ellos para intentar atacarlos por la espalda. Los más afortunados podían llevarse a un enano con ellos antes de morir,pero otros fallecían ensartados por las alabardas.
La batalla fue cruel, pero corta. Al terminar se abrió la puerta y entraron todos, para darle prioridad a los heridos. Los sanadores que prestaban servicio a los transeúntes en la ciudadela fueron llamados para curar a los valientes guerreros que repelieron el ataque.
Mientras las plegarias a Thor se alzaban para pedir los favores del dios del martillo o para encomendar las almas de los caídos al Valhalla, se hizo el recuento de los caídos. La organización de los enanos minimizó las bajas tanto como fue posible ante el feroz ataque de la horda de orcos.
El capitán se había unido a los equipos de búsqueda de heridos, luego de haber ordenado a los batidores que rastrearán el área en búsqueda de desertores y supervivientes de ambos bandos. El capitán, por otro lado, buscaba entre los cuerpos de los orcos a alguno que sobresaliera del resto, usualmente era el más feo y musculoso quien dirigía al resto, ya que estos humanoides sólo reconocen la fuerza y la crueldad como capacidad para un líder.
-¡Capitán! -uno de los batidores se acercó corriendo presuroso -un grupo de los orcos se desvió.
-¿Hacia qué dirección?
-Al oeste, hacia territorio de los terrarones y…
-Del monasterio. ¿De cuantos estamos hablando?
-Unos 30 o 40 mas o menos
El capitán se volvió a sus hombres, organizando a un grupo pequeño para dar caza a los orcos. En ese momento uno de los vigías mraganianos baja de la muralla para hablar con el capitán. El encargado de la frontera norteña era un hombre serio, de rostro cuadrado y barbado, que defendió supuesto con un grueso arco de madera de abeto, característico del bosque blanco de dicho territorio. Intercambiaron unas palabras, donde el capitán le puso al tanto sobre el escape del grupo.
-De haber huído realmente, lo hubieran hecho hacia territorio orco, hacia el norte o al noroeste, -dijo el bathorim mientras se peinaba su barba colorada con preocupación -creo que el ataque fue una distracción. Estaban con un líder, ¿lo encontraste entre los muertos?
El enano negó con la cabeza. -Necesito cruzar la frontera hasta el monasterio, intentaremos llegar antes que toquen a las puertas del templo.
-Tienes mi permiso, yo los acompañaré junto con algunos de mis arqueros, podemos correr más rápido que ustedes y llegaremos antes.
Un grupo de 20 hombres y mujeres, entre humanos y enanos, salieron de la frontera hacia el templo. corriendo tan rápido como podían en la oscuridad de la noche helada. En unas millas, los humanos ya habían sacado una considerable ventaja a sus colegas de la ciudadela. Pero la distancia era grande, y si la constitución de los humanos llegaba flaquear, los enanos acortarían esa ventaja.
Mientras tanto, del lado enano de la frontera, el prisionero había sido testigo del enfrentamiento. Luego de la batalla vió abrirse las puertas y entrar a los heridos y los muertos. Nunca había visto una batalla, técnicamente ahora tampoco ya que durante la pelea estuvo tras los muros, solo vió a los guardias disparando desde la alturas. Pero sí notó el miedo de los heridos de muerte, pidiendo a gritos ayuda, encomendandose a Thor y balbuceando los nombres de su familia con el último aliento al abandonar el mundo de los mortales.
Él había peleado incontables veces, pero jamás empuñando un arma, tampoco hiriendo de gravedad ni mucho menos con un desenlace fatal. No se podía comparar, aquello parecía una pelea de niños, lastimándose por motivos tan triviales como una cerveza derramada o el honor de una persona. En ese momento no parecían nada, aquí habían peleado por la defensa del pueblo enano, ellos peleaban por aquellos que no podían, los defendían porque era su deber y sin esperar nada a cambio ni hacer alarde de ello..
Los escoltas se habían ido a pelear, uno de ellos estaba herido de gravedad y lo traían entre 3 para ponerlo junto con los demás heridos. El compañero se había sacado el casco y tenía un corte a la altura de la ceja.
-Quítame los grilletes ─le dijo al escolta
-Todavía no, aún no sabemos si es seguro afuera, y no te puedo soltar hasta saber que es seguro para que abandones Karak
-No me voy a ir a ningún lado, no se si habrá algún orco agazapado en la oscuridad esperando para matarme. Necesitan ayuda con los heridos.
El guardia dio media vuelta y se puso de espaldas, ignorando los reclamos que le hacía el prisionero. Mantuvo su posición, hasta el amanecer del siguiente día.
Cita de Arcturus02 en 21/12/2022, 5:54 pmLejos de la piedra:
Lo despertaron bruscamente. Se había deslizado su cara de la manta que usaba de colchón, y tenía la mitad de la cara aterida de frío. Hastiado de su situación, sin poder avanzar ni retroceder en su situación, se resignó y se durmió como pudo. Tenía la visión borrosa, pero llegó a distinguir a primera vista a su guardia.
─Vamos, ya está despejada la salida de la frontera
─¿Qué pasó con los orcos al final? ─dijo medio dormido, sacudiéndose la escarcha de la mejilla
─Fue una distracción ─se había agachado, ayudándolo a recoger sus cosas ─un pequeño contingente atacó el monasterio. Por lo poco que oí, estaban buscando algo.
─¿Lo encontraron? ¿Y qué era eso que buscaban?
El guardia lo miró incrédulo, con el ceño fruncido. ─¿Y porque tendría que saber eso yo? No tengo ni idea, además, ¿que pueden tener unos monjes que sea de valor para unos orcos bárbaros? No es asunto mío realmente ─dijo mientras se encogía de hombros y daba la señal para que le abrieran la puerta.
El guardia asintió con la cabeza a modo de despedida. Había ido a parar tantas veces a la cárcel que ya en varias ocasiones se habían cruzado, formando un extraño vínculo. Una vez que traspasó el umbral de la frontera, dio media vuelta y cerraron la misma a sus espaldas.
Ahora el proscripto estaba solo totalmente, por primera vez estaba realmente lejos de su tierra, abandonado a su suerte por sus errores del pasado. Al menos el extraño episodio hizo que dejara de sentir lástima por sí mismo.
Delante de sí tenía un vasto territorio inexplorado. Se sabía que hay un sendero que marca el camino hasta Mraganur, pero que muchos peligros acechan, entre ellos orcos y bestias salvajes. La opción más prudente era esperar a que pasase una caravana que saliera de Karak en dirección a Mraganur, y pedir unirse a ella. El problema era que no sabía cuánto tiempo faltaba para eso, especialmente porque la mayoría de las veces es más seguro hacer transportes por mar. Solo los pequeños mercaderes optan por la opción del comercio por tierra, únicamente porque no disponen de barcos para transportar la mercadería por mar.
¿Y si otra partida de orcos atacaba? El estaría afuera, y esta vez no abrirán las puertas para que se resguarde en el muro. O podría morirse de hambre si no logra encontrar comida. O ser atacado si planeaba viajar solo hasta Mraganur. Todas pésimas ideas.
Por otro lado, si tanto enanos como humanos habían vuelto del monasterio hace algunas horas, el camino debería de estar seguro, al menos el tiempo suficiente para que llegase hasta allá. Se descolgó la mochila y volvió a contar sus pertenencias. No tenía comida como para más de un par de días, así que se fue caminando hacia el oeste, bordeando los picos helados. Mientras se alejaba de la muralla, se iba encontrando con los cadáveres de los orcos muertos. Los de los enanos habían sido retirados y preparados para el funeral, muy probablemente. Tomó el hacha de uno de los orcos, y el escudo más sano que pudo encontrar, y prosiguió su camino.
La hospitalidad de los monjes es conocida por todos, pero sabía que le pedirían algo a cambio. “Alguna vez iba a tener que empezar a hacer las cosas bien”, dijo. Estaba decidido a cambiar, y aunque sabía que no iba a ser fácil, no tenía problemas de trabajar por un techo y comida, hasta tanto tuviera una forma de viajar seguro a una ciudad lo suficientemente grande para hacerse de un nombre y una buena reputación.
El viaje fue largo y tedioso, aún para la férrea constitución de un enano. Éste en particular era bastante fornido, sabía moverse ágilmente y bajo las múltiples capas de ropa, tenía músculos bien desarrollados. Los pies se le hundían constantemente bajo la nieve, lo que dificultaba la marcha. Cada tanto resbalaba porque debajo de la nieve había una gran piedra, que le hacía trastabillar y caer sobre el manto blanco.
Caminó por varias horas, con algunas paradas para descansar para comer principalmente, porque no estaba agotado físicamente todavía. Desde el alba, habían transcurrido las horas suficientes como para que el sol estuviera a punto de ocultarse detrás de los majestuosos picos, y su camino había llegado a su fin.
Una de las partes de los picos se diferenciaba del resto, porque parecía un sendero sinuoso que ascendía hasta la cima de la cordillera, y en las alturas, coronando la serpiente de piedra, un enorme edificio que supuso era el monasterio de los picos helados. A medida que subía, podía ver más cadáveres de orcos, algunos con la cara desfigurada y otros con flechas clavadas en diferentes partes del cuerpo. Unos pocos cuervos se posaban sobre el cadáver de uno de ellos, mientras picoteaban las cuencas de sus ojos. Una imagen macabra, que le hizo erizar los vellos de la nuca y agitar la cabeza para espantar los malos pensamientos.
Siguió el ascenso, cabizbajo, tratando de no mirar si habían más orcos, hasta que en un momento empezó a faltarle el aire, y las rocas del camino se transformaron en peldaños. Alzó la vista, y en frente de él había un grupo de monjes trabajando, parecían mover unos bultos, que si bien no logró identificar con claridad a esa distancia, supuso que eran más atacantes orcos. Dió media vuelta para ver el camino que había recorrido, y vió como a lo lejos el sol se ocultaba, despidiendo una luz rojiza tan fuerte, que parecía que la nieve se convertía en fuego bajo sus pies, y con su blancura intensificaban el fulgor de la puesta del astro solar. Ese fue un momento mágico para él, aún no lo sabía, pero esa imagen que ahora quedaba grabada en su mente, significaría un quiebre en su vida.
Conforme se acercaba veía con más claridad a los monjes de la entrada. Vestían túnicas sencillas de color marrón, la mayoría de corte recto, atadas a la cintura con un cinto de cuerda, otros vestían túnicas más llamativas de color naranja, amarillo, blanco. Todos tenían la particularidad de tener la cabeza rapada y la barba de igual modo. Su calzado eran sandalias, o unas zapatillas de tela chatas de color blanco o negro.
La mayoría se encontraba descansando, algunos sentados, otros recostados, pues al parecer habían intentado repeler a los invasores durante toda la tarde, y al parecer tuvieron éxito. Le sorprendió al harapiento guerrero las escasas bajas de los defensores, no parecían tener la moral baja, aunque tampoco se veían cadáveres de ninguno de los 2 bandos en las escalinatas de la entrada del monasterio.
Los presentes lo miraban con suspicacia, su diferencia con los guardias de la frontera era tan marcada como la de los guardias bathorim con sus congéneres enanos. Pero poco a poco le dejaron de prestar atención, al notar que no era una amenaza, y principalmente al ver la poblada barba negra bajo su abrigado atuendo delatando que no era un orco rezagado.
En las puertas del monasterio se encontraban los capitanes de cada uno de los lados de la frontera, reunidos con un sujeto de edad avanzada vestido con una tunica marron, a la usanza de los moradores del monasterio. Su rostro impasible parecía fuera de lugar en el contexto actual, su paz era absoluta y desbordante, se podía notar por el tono de voz que usaban los 3 en la conversación, el cual era pausado y calmado.
No sabía qué hacer, se limitaba a quedarse parado observando incómodamente a los demás, deseando que algún monje le preguntara cualquier cosa, pero todos pasaban de él. Detrás de los jefes habían unos cuerpos alineados sobre las piedras de la entrada del monasterio, debían ser los cadáveres de los monjes y guardias que fallecieron defendiendo el lugar. Prestando un poco más de atención, en un costado de la entrada, cerca de la cripta de los cenobitas, un grupo de monjes realizaba un ritual con cánticos monásticos sobre una montaña de orcos muertos. No tenía idea de lo que estaban haciendo con la pila de orcos muertos, esa escoria no se merecía un funeral, pero no iba a decirles lo que pensaba, si acaso pretendía pasar la noche hasta poder decidir qué hacer.
-... La entrada, las flechas de mis arqueros llegaron en el momento más oportuno, me gustaría al menos saber porqué hemos arriesgado nuestros hombres. Podrían regresar en cualquier momento y quiero tener las patrullas preparadas para cualquier situación-. Dijo el capitán humano.
-Mucho me temo, capitán Bornak, que no le puedo dar esa respuesta, ya que ni yo mismo la sé. Contamos con objetos de inestimable valor espiritual y de una antigüedad que data los tiempos de la fundación de este mismo templo, pero cuyo conocimiento dudo que lo pueda tener un grupo de saqueadores orcos, y mucho menos utilidad para sus viles fines.
El capitán suspiró profundamente mientras se rascaba nerviosamente la nuca, ni toda la tranquilidad del sifu parecía calmar sus preocupaciones. -Vi un orco que dirigía al resto -desde atrás, intenté darle con mi arco, pero parecían rebotar las flechas sobre él- dijo Bornak dirigiéndose a ambos, como esperando que ellos pudieron continuar el relato.
-Si, yo también lo noté - dijo el sifu- lancé mis mejores golpes, pero ninguno parecía acertar, como si tuviese algún tipo de protección. Se libró de mis ataques escondiéndose detrás de un grupo de orcos, y cuando quise ir en su búsqueda ya se había marchado, no lo pude encontrar después que todo se calmó.
-Entonces nos retiramos -acotó el capitán de Karak, tengo que informar al general de este ataque personalmente, nunca habían sido tan atrevidos los orcos de hacer un ataque directo a la frontera en estos últimos años. Supongo que enviaran algunos sacerdotes para investigar los motivos de este ataque, no lo sé, ha sido una noche y un día largos y solo pienso en dormir.
-Le entiendo, por nuestra parte debemos preparar los restos de nuestros hermanos caídos, tan pronto sea posible para hacer las exequias.
Los capitanes asintieron y por tercera vez se ofrecieron a dejar personal para ayudar en caso de necesidad, a lo cual recibieron por tercera vez la misma respuesta. Se despidieron con una amabilidad fingida, que solo ocultaba un enorme cansancio por la persecución nocturna y el deseo de que ya terminara el día.
Se fueron retirando los soldados lentamente, los monjes que habían fallecido estaban siendo llevados al costado derecho del monasterio, cerca de las catacumbas de los cenobitas. Hacia allí se dirigió el sifu, miró brevemente al visitante barbado, le dedicó una sonrisa escueta y siguió su camino para encabezar el funeral.
El desorientado enano se mantuvo donde estaba, no se animaba a moverse de su lugar por si su intromisión ofendía a los monjes, además porque no tenía un verdadero motivo para adentrarse en el recinto más que la morbosa curiosidad de conocer cómo se despedían de los restos mortales de sus hermanos los extraños habitantes de la montaña.
Permaneció en un silencio contemplativo, observando el largo camino que había recorrido hasta subir al pico de la montaña. Todavía podían oírse a los soldados marcharse hacia la frontera, y unas millas más adelante la otra pared del desfiladero. Nunca había estado tan alto, conforme se fue acostumbrando a la altura y vencía el vértigo, pudo maravillarse con el bellísimo paisaje ante sus ojos. Sentía que podía ver la inmensidad de Midgard desde esa altura, como si pudiera ver su vida entera desde los cielos, ajeno a todos los problemas de la vida cotidiana y de sus propios errores del pasado.
En eso la puerta se abrió nuevamente, y un monje se acercó al enano, invitándolo a pasar adentro. Sumido en sus propias cavilaciones, había olvidado el motivo por el cual había llegado a ese lugar. Se aprestó a entrar al templo y ver de buscar asilo en el monasterio. Le acompañaba un monje de edad madura, se podían entrever algunas canas entre su cabello pero mantenía una postura erguida y solemne, como si se tratase de alguien de importancia entre los cenobitas.
-Soy el hermano Göran, el gran Maestro ha sido herido en el ataque, por lo que no está en condiciones de recibir visitantes. Me dejó indicado que me encargue de ti. He de suponer que buscas refugio o deseas pertenecer a nuestra orden, en cualquiera de los dos casos necesitas un lugar donde quedarte, aunque sea por unas noches. ¿Cuál es tu nombre?.
-Soy Durgaaz, he sido condenado al exilio y repudiado por mi familia y el clan entero, -dijo con una agresividad que pretendía ocultar en realidad la vergüenza de ser un enano sin clan -estuve en la batalla que se libró en las puertas de la frontera con los orcos, pero no sabía que habían venido a este lugar.
-Comprendo, nosotros no juzgamos el pasado de los hombres y mujeres que acuden a nosotros, puedes permanecer unos días si así lo deseas, hasta que encuentres tu camino. Pero no toleraremos a personas problemáticas entre estas paredes. Tenemos reglas y rutinas que no cambiarán, si deseas quedarte debes ayudar en las tareas diarias como todos los demás.
Durgaaz asintió escuetamente, era agradable ser bienvenido, aunque sea por gentes de otro lugar distinto a su hogar, y si iba a enderezar su vida debía empezar por enderezarse él como persona. Le causó extrañeza que Göran no hubiera hecho comentarios del reciente ataque perpetrado por los orcos, pero la calma en sus palabras le dió a entender que la situación estaba bajo control y que no era necesario mencionar nuevamente el tema.
-Ahora, si me acompañas, te mostraré el camino a una de las habitaciones comunales de la planta superior. Se espera que tengas mínimamente un trato cordial con el resto de los hermanos y que te levantes al mismo horario que el resto, que es 2 horas antes del alba. Si lo deseas, en el futuro puedes unirte a los entrenamientos y consultar en nuestra biblioteca lo que necesites, ¿sabes leer y escribir en común?
-Si señor
-Hermano, recuerda que aquí nos tratamos de hermanos, no hay señores, solo está la excepción de los maestros, a quienes se les debe obediencia y veneración. Nuestro entrenamiento es tanto físico, como espiritual y mental. Requerimos un tiempo mínimo de contemplación y de meditación, normalmente los organiza uno de los maestros, del mismo modo que el estudio de las escrituras, nuestro entrenamiento mental.
Igualmente, verás con el tiempo que no todos los hermanos tienen la misma devoción a cada una de las ramas de nuestro entrenamiento, varios se enfocan en ser artistas marciales y le dan poca importancia a los textos sagrados, es algo esperable y completamente normal, aunque por supuesto no es lo ideal. Del mismo modo hay hermanos que prefieren la tranquilidad de las páginas de un libro y se limitan a aprender los estilos básicos de pelea, extendiéndose hacia el uso de un par de armas únicamente.
Conforme iba explicando la vida en el monasterio, le mostraba con gestos las habitaciones que estaban de camino a las habitaciones comunales.
-Creo que te he abrumado con tanta información, y tengo que hacer. Puedes dejar tus cosas en alguna de las literas, y cuando estés listo, bajar para conocer al resto de los hermanos. -Abrió la puerta dejando ver una habitación de considerables dimensiones, amoblada únicamente con unas sencillas literas, otros espacios solo eran mantas en el suelo a preferencia de cada monje. Al lado de cada litera había una sencilla mesa de luz de madera de pino donde podían guardar sus pertenencias y poner una vela.
Lejos de la piedra:
Lo despertaron bruscamente. Se había deslizado su cara de la manta que usaba de colchón, y tenía la mitad de la cara aterida de frío. Hastiado de su situación, sin poder avanzar ni retroceder en su situación, se resignó y se durmió como pudo. Tenía la visión borrosa, pero llegó a distinguir a primera vista a su guardia.
─Vamos, ya está despejada la salida de la frontera
─¿Qué pasó con los orcos al final? ─dijo medio dormido, sacudiéndose la escarcha de la mejilla
─Fue una distracción ─se había agachado, ayudándolo a recoger sus cosas ─un pequeño contingente atacó el monasterio. Por lo poco que oí, estaban buscando algo.
─¿Lo encontraron? ¿Y qué era eso que buscaban?
El guardia lo miró incrédulo, con el ceño fruncido. ─¿Y porque tendría que saber eso yo? No tengo ni idea, además, ¿que pueden tener unos monjes que sea de valor para unos orcos bárbaros? No es asunto mío realmente ─dijo mientras se encogía de hombros y daba la señal para que le abrieran la puerta.
El guardia asintió con la cabeza a modo de despedida. Había ido a parar tantas veces a la cárcel que ya en varias ocasiones se habían cruzado, formando un extraño vínculo. Una vez que traspasó el umbral de la frontera, dio media vuelta y cerraron la misma a sus espaldas.
Ahora el proscripto estaba solo totalmente, por primera vez estaba realmente lejos de su tierra, abandonado a su suerte por sus errores del pasado. Al menos el extraño episodio hizo que dejara de sentir lástima por sí mismo.
Delante de sí tenía un vasto territorio inexplorado. Se sabía que hay un sendero que marca el camino hasta Mraganur, pero que muchos peligros acechan, entre ellos orcos y bestias salvajes. La opción más prudente era esperar a que pasase una caravana que saliera de Karak en dirección a Mraganur, y pedir unirse a ella. El problema era que no sabía cuánto tiempo faltaba para eso, especialmente porque la mayoría de las veces es más seguro hacer transportes por mar. Solo los pequeños mercaderes optan por la opción del comercio por tierra, únicamente porque no disponen de barcos para transportar la mercadería por mar.
¿Y si otra partida de orcos atacaba? El estaría afuera, y esta vez no abrirán las puertas para que se resguarde en el muro. O podría morirse de hambre si no logra encontrar comida. O ser atacado si planeaba viajar solo hasta Mraganur. Todas pésimas ideas.
Por otro lado, si tanto enanos como humanos habían vuelto del monasterio hace algunas horas, el camino debería de estar seguro, al menos el tiempo suficiente para que llegase hasta allá. Se descolgó la mochila y volvió a contar sus pertenencias. No tenía comida como para más de un par de días, así que se fue caminando hacia el oeste, bordeando los picos helados. Mientras se alejaba de la muralla, se iba encontrando con los cadáveres de los orcos muertos. Los de los enanos habían sido retirados y preparados para el funeral, muy probablemente. Tomó el hacha de uno de los orcos, y el escudo más sano que pudo encontrar, y prosiguió su camino.
La hospitalidad de los monjes es conocida por todos, pero sabía que le pedirían algo a cambio. “Alguna vez iba a tener que empezar a hacer las cosas bien”, dijo. Estaba decidido a cambiar, y aunque sabía que no iba a ser fácil, no tenía problemas de trabajar por un techo y comida, hasta tanto tuviera una forma de viajar seguro a una ciudad lo suficientemente grande para hacerse de un nombre y una buena reputación.
El viaje fue largo y tedioso, aún para la férrea constitución de un enano. Éste en particular era bastante fornido, sabía moverse ágilmente y bajo las múltiples capas de ropa, tenía músculos bien desarrollados. Los pies se le hundían constantemente bajo la nieve, lo que dificultaba la marcha. Cada tanto resbalaba porque debajo de la nieve había una gran piedra, que le hacía trastabillar y caer sobre el manto blanco.
Caminó por varias horas, con algunas paradas para descansar para comer principalmente, porque no estaba agotado físicamente todavía. Desde el alba, habían transcurrido las horas suficientes como para que el sol estuviera a punto de ocultarse detrás de los majestuosos picos, y su camino había llegado a su fin.
Una de las partes de los picos se diferenciaba del resto, porque parecía un sendero sinuoso que ascendía hasta la cima de la cordillera, y en las alturas, coronando la serpiente de piedra, un enorme edificio que supuso era el monasterio de los picos helados. A medida que subía, podía ver más cadáveres de orcos, algunos con la cara desfigurada y otros con flechas clavadas en diferentes partes del cuerpo. Unos pocos cuervos se posaban sobre el cadáver de uno de ellos, mientras picoteaban las cuencas de sus ojos. Una imagen macabra, que le hizo erizar los vellos de la nuca y agitar la cabeza para espantar los malos pensamientos.
Siguió el ascenso, cabizbajo, tratando de no mirar si habían más orcos, hasta que en un momento empezó a faltarle el aire, y las rocas del camino se transformaron en peldaños. Alzó la vista, y en frente de él había un grupo de monjes trabajando, parecían mover unos bultos, que si bien no logró identificar con claridad a esa distancia, supuso que eran más atacantes orcos. Dió media vuelta para ver el camino que había recorrido, y vió como a lo lejos el sol se ocultaba, despidiendo una luz rojiza tan fuerte, que parecía que la nieve se convertía en fuego bajo sus pies, y con su blancura intensificaban el fulgor de la puesta del astro solar. Ese fue un momento mágico para él, aún no lo sabía, pero esa imagen que ahora quedaba grabada en su mente, significaría un quiebre en su vida.
Conforme se acercaba veía con más claridad a los monjes de la entrada. Vestían túnicas sencillas de color marrón, la mayoría de corte recto, atadas a la cintura con un cinto de cuerda, otros vestían túnicas más llamativas de color naranja, amarillo, blanco. Todos tenían la particularidad de tener la cabeza rapada y la barba de igual modo. Su calzado eran sandalias, o unas zapatillas de tela chatas de color blanco o negro.
La mayoría se encontraba descansando, algunos sentados, otros recostados, pues al parecer habían intentado repeler a los invasores durante toda la tarde, y al parecer tuvieron éxito. Le sorprendió al harapiento guerrero las escasas bajas de los defensores, no parecían tener la moral baja, aunque tampoco se veían cadáveres de ninguno de los 2 bandos en las escalinatas de la entrada del monasterio.
Los presentes lo miraban con suspicacia, su diferencia con los guardias de la frontera era tan marcada como la de los guardias bathorim con sus congéneres enanos. Pero poco a poco le dejaron de prestar atención, al notar que no era una amenaza, y principalmente al ver la poblada barba negra bajo su abrigado atuendo delatando que no era un orco rezagado.
En las puertas del monasterio se encontraban los capitanes de cada uno de los lados de la frontera, reunidos con un sujeto de edad avanzada vestido con una tunica marron, a la usanza de los moradores del monasterio. Su rostro impasible parecía fuera de lugar en el contexto actual, su paz era absoluta y desbordante, se podía notar por el tono de voz que usaban los 3 en la conversación, el cual era pausado y calmado.
No sabía qué hacer, se limitaba a quedarse parado observando incómodamente a los demás, deseando que algún monje le preguntara cualquier cosa, pero todos pasaban de él. Detrás de los jefes habían unos cuerpos alineados sobre las piedras de la entrada del monasterio, debían ser los cadáveres de los monjes y guardias que fallecieron defendiendo el lugar. Prestando un poco más de atención, en un costado de la entrada, cerca de la cripta de los cenobitas, un grupo de monjes realizaba un ritual con cánticos monásticos sobre una montaña de orcos muertos. No tenía idea de lo que estaban haciendo con la pila de orcos muertos, esa escoria no se merecía un funeral, pero no iba a decirles lo que pensaba, si acaso pretendía pasar la noche hasta poder decidir qué hacer.
-... La entrada, las flechas de mis arqueros llegaron en el momento más oportuno, me gustaría al menos saber porqué hemos arriesgado nuestros hombres. Podrían regresar en cualquier momento y quiero tener las patrullas preparadas para cualquier situación-. Dijo el capitán humano.
-Mucho me temo, capitán Bornak, que no le puedo dar esa respuesta, ya que ni yo mismo la sé. Contamos con objetos de inestimable valor espiritual y de una antigüedad que data los tiempos de la fundación de este mismo templo, pero cuyo conocimiento dudo que lo pueda tener un grupo de saqueadores orcos, y mucho menos utilidad para sus viles fines.
El capitán suspiró profundamente mientras se rascaba nerviosamente la nuca, ni toda la tranquilidad del sifu parecía calmar sus preocupaciones. -Vi un orco que dirigía al resto -desde atrás, intenté darle con mi arco, pero parecían rebotar las flechas sobre él- dijo Bornak dirigiéndose a ambos, como esperando que ellos pudieron continuar el relato.
-Si, yo también lo noté - dijo el sifu- lancé mis mejores golpes, pero ninguno parecía acertar, como si tuviese algún tipo de protección. Se libró de mis ataques escondiéndose detrás de un grupo de orcos, y cuando quise ir en su búsqueda ya se había marchado, no lo pude encontrar después que todo se calmó.
-Entonces nos retiramos -acotó el capitán de Karak, tengo que informar al general de este ataque personalmente, nunca habían sido tan atrevidos los orcos de hacer un ataque directo a la frontera en estos últimos años. Supongo que enviaran algunos sacerdotes para investigar los motivos de este ataque, no lo sé, ha sido una noche y un día largos y solo pienso en dormir.
-Le entiendo, por nuestra parte debemos preparar los restos de nuestros hermanos caídos, tan pronto sea posible para hacer las exequias.
Los capitanes asintieron y por tercera vez se ofrecieron a dejar personal para ayudar en caso de necesidad, a lo cual recibieron por tercera vez la misma respuesta. Se despidieron con una amabilidad fingida, que solo ocultaba un enorme cansancio por la persecución nocturna y el deseo de que ya terminara el día.
Se fueron retirando los soldados lentamente, los monjes que habían fallecido estaban siendo llevados al costado derecho del monasterio, cerca de las catacumbas de los cenobitas. Hacia allí se dirigió el sifu, miró brevemente al visitante barbado, le dedicó una sonrisa escueta y siguió su camino para encabezar el funeral.
El desorientado enano se mantuvo donde estaba, no se animaba a moverse de su lugar por si su intromisión ofendía a los monjes, además porque no tenía un verdadero motivo para adentrarse en el recinto más que la morbosa curiosidad de conocer cómo se despedían de los restos mortales de sus hermanos los extraños habitantes de la montaña.
Permaneció en un silencio contemplativo, observando el largo camino que había recorrido hasta subir al pico de la montaña. Todavía podían oírse a los soldados marcharse hacia la frontera, y unas millas más adelante la otra pared del desfiladero. Nunca había estado tan alto, conforme se fue acostumbrando a la altura y vencía el vértigo, pudo maravillarse con el bellísimo paisaje ante sus ojos. Sentía que podía ver la inmensidad de Midgard desde esa altura, como si pudiera ver su vida entera desde los cielos, ajeno a todos los problemas de la vida cotidiana y de sus propios errores del pasado.
En eso la puerta se abrió nuevamente, y un monje se acercó al enano, invitándolo a pasar adentro. Sumido en sus propias cavilaciones, había olvidado el motivo por el cual había llegado a ese lugar. Se aprestó a entrar al templo y ver de buscar asilo en el monasterio. Le acompañaba un monje de edad madura, se podían entrever algunas canas entre su cabello pero mantenía una postura erguida y solemne, como si se tratase de alguien de importancia entre los cenobitas.
-Soy el hermano Göran, el gran Maestro ha sido herido en el ataque, por lo que no está en condiciones de recibir visitantes. Me dejó indicado que me encargue de ti. He de suponer que buscas refugio o deseas pertenecer a nuestra orden, en cualquiera de los dos casos necesitas un lugar donde quedarte, aunque sea por unas noches. ¿Cuál es tu nombre?.
-Soy Durgaaz, he sido condenado al exilio y repudiado por mi familia y el clan entero, -dijo con una agresividad que pretendía ocultar en realidad la vergüenza de ser un enano sin clan -estuve en la batalla que se libró en las puertas de la frontera con los orcos, pero no sabía que habían venido a este lugar.
-Comprendo, nosotros no juzgamos el pasado de los hombres y mujeres que acuden a nosotros, puedes permanecer unos días si así lo deseas, hasta que encuentres tu camino. Pero no toleraremos a personas problemáticas entre estas paredes. Tenemos reglas y rutinas que no cambiarán, si deseas quedarte debes ayudar en las tareas diarias como todos los demás.
Durgaaz asintió escuetamente, era agradable ser bienvenido, aunque sea por gentes de otro lugar distinto a su hogar, y si iba a enderezar su vida debía empezar por enderezarse él como persona. Le causó extrañeza que Göran no hubiera hecho comentarios del reciente ataque perpetrado por los orcos, pero la calma en sus palabras le dió a entender que la situación estaba bajo control y que no era necesario mencionar nuevamente el tema.
-Ahora, si me acompañas, te mostraré el camino a una de las habitaciones comunales de la planta superior. Se espera que tengas mínimamente un trato cordial con el resto de los hermanos y que te levantes al mismo horario que el resto, que es 2 horas antes del alba. Si lo deseas, en el futuro puedes unirte a los entrenamientos y consultar en nuestra biblioteca lo que necesites, ¿sabes leer y escribir en común?
-Si señor
-Hermano, recuerda que aquí nos tratamos de hermanos, no hay señores, solo está la excepción de los maestros, a quienes se les debe obediencia y veneración. Nuestro entrenamiento es tanto físico, como espiritual y mental. Requerimos un tiempo mínimo de contemplación y de meditación, normalmente los organiza uno de los maestros, del mismo modo que el estudio de las escrituras, nuestro entrenamiento mental.
Igualmente, verás con el tiempo que no todos los hermanos tienen la misma devoción a cada una de las ramas de nuestro entrenamiento, varios se enfocan en ser artistas marciales y le dan poca importancia a los textos sagrados, es algo esperable y completamente normal, aunque por supuesto no es lo ideal. Del mismo modo hay hermanos que prefieren la tranquilidad de las páginas de un libro y se limitan a aprender los estilos básicos de pelea, extendiéndose hacia el uso de un par de armas únicamente.
Conforme iba explicando la vida en el monasterio, le mostraba con gestos las habitaciones que estaban de camino a las habitaciones comunales.
-Creo que te he abrumado con tanta información, y tengo que hacer. Puedes dejar tus cosas en alguna de las literas, y cuando estés listo, bajar para conocer al resto de los hermanos. -Abrió la puerta dejando ver una habitación de considerables dimensiones, amoblada únicamente con unas sencillas literas, otros espacios solo eran mantas en el suelo a preferencia de cada monje. Al lado de cada litera había una sencilla mesa de luz de madera de pino donde podían guardar sus pertenencias y poner una vela.
Cita de Arcturus02 en 04/01/2023, 10:49 amEl camino del Zen:
Durgaaz miró decepcionado a Göran, conocía de la austeridad de los monjes, pero aún así esperaba algo más, pero no hizo ningún comentario al respecto. Buscó una litera que no tuviera dueño, y se recostó en ella, repentinamente cansado, y planteándose si realmente quería seguir estando en este lugar. Era sumamente deprimente, y tanta pobreza le resultaba obsceno.
Los enanos son una raza que disfruta de las riquezas, adornan tanto sus ropas como las barbas con joyeria, comercian con piedras preciosas y con metales con las demás razas, y en general están acostumbrados a una vida opulenta, quizás no ellos mismos, pero sí verlo en quienes les rodean. En las salas de los clanes es común ver las reliquias de antepasados y las riquezas en las bóvedas. De modo tal que esta visión le recordaba bastante a la austeridad de la cárcel, solo que en la prisión las camas eran de piedra, a la usanza de los enanos.
Acomodó la litera en un rincón de la habitación y dispuso las mantas como mejor pudo sobre el piso, acostumbrado a la dureza de las camas enanas, dormir sobre la fragilidad de una litera de tela suspendida en el aire le iba a dar, cuanto menos, náuseas como si estuviera ebrio.
Salió de la habitación comunal, pero no le esperaba ya Göran en la entrada. Reprimió la curiosidad de ver qué había en los demás cuartos, así que bajó las escaleras para encontrarse con los demás monjes. Algunos entrenaban en un pequeño patio al aire libre en el interior del monasterio, rodeado por unas galerías antiguas, se les veía empuñando unas extrañas armas que jamás había visto, cuyas formas le daban a entender que tenían una utilidad en la práctica, pero que no podía vislumbrar el motivo de las mismas.
La mayor afluencia de estudiantes se daba en las escaleras internas, que conducían a la biblioteca y el tatami, una suerte de alfombra acolchada donde practicaban movimientos de contacto, en donde las caídas están amortiguadas en toda la sala. En la misma se encontraban parados 2 sujetos, uno tenía el atuendo tradicional del monasterio, mientras que otro utilizaba armas de entrenamiento y parecía más bien un mercenario que estaba de paso.
El monje era el instructor, porque se dirigía a un grupo de aprendices que estaban sentados alrededor de los 2 contendientes, atentos a los movimientos de ambos. El oponente era un elfo con el cabello recogido, tenía transpirada la frente y se notaba visiblemente cansado, como si hubiera hecho su mejor esfuerzo para derrotar al monje, infructuosamente.
El instructor le pidió al soldado que lo atacase, y en menos de un segundo el arma de madera salió despedida de la mano, mientras recibía un golpe de palma en el pecho que lo dejó inmóvil. Los movimientos del monje lo tomaron tan de sorpresa a Durgaaz, que pensó por un momento que era una actuación del guerrero elfo, pero luego de unos segundos su cuerpo se relajó y quedo arrodillado en el piso, respirando con dificultad.
El maestro no tenía la misma tranquilidad en el rostro que Göran, sino que tenía un carácter más agresivo, a menudo alzaba la voz para poner énfasis en la técnica. Pronto Durgaaz descubriría que el aspecto calmado de los monjes no se aplica a los entrenamientos, los cuales se parecían a las largas sesiones de entrenamiento con hacha, martillo y urgosh de los jóvenes enanos. Pidió permiso para tomar lugar entre los demás aprendices, siendo esta la primera de muchas clases a las que asistiría.
Conforme pasaron los años, Durgaaz demostró aptitudes tanto para los estilos marciales con arma como para los que se especializaban en los puños y patadas. Logró dominar las largas horas de meditación continua y los estudios de los filósofos cenobitas, como así también conocimientos elementales de cultura general en algebra, geografía y literatura.
Ya habían pasado varias décadas desde el momento en que fue acogido en el monasterio. En esa cantidad de años ya es de esperar que un monje humano alcance el rango de maestro y pueda impartir sus conocimientos a los demás hermanos, pero en el caso de Durgaaz, si bien su nivel es comparable al de los maestros, rehúsa a recibir ese título, ya que creía que su entrenamiento no había terminado..
Llevando un entrenamiento más apartado del resto, pero participando de las actividades monásticas del día a día, su enfoque fue paulatinamente acercándose a la pureza del espíritu, tomando a lo largo de los años de estancia en el monasterio los diversos votos. Los obligatorios son los de castidad, pobreza y obediencia, pero hay otros menos practicados, como el de abstinencia, pureza, no violencia, entre otros.
En una versión personal sobre el camino a la iluminación, es la creencia de algunos monjes que para alcanzarla es necesario realizar una serie de votos de por vida, y esta vida de privaciones permitirá revelar la verdad al hermano, donde podrá conocer todo lo que existe, a sí mismo y tener compasión por todas las formas de vida.
Una madrugada, cuando todos los hermanos de la sala comunal se levantaban para hacer los ejercicios de primera hora, un par de figuras se pararon a los pies de la cama de piedra de Durgaaz.
-Hermano Durgaaz, por favor acompáñanos- dijo una de las figuras, cuya voz el enano reconoció como la del gran maestro Göran, elegido sifu del monasterio hace unos años por el fallecimiento del anterior sifu.
Terminó de vestirse y los acompañó, junto a él se encontraban los maestros del templo, quienes se miraban entre sí con palpable emoción en sus rostros. En la puerta esperaban otros 2 hermanos, que no tenían el rango de maestros, pero que Durgaaz reconocía por sus talentos en las artes marciales. Juntos bajaron hasta el gran salón de la entrada, a esta hora tenuemente iluminado por los primeros rayos del alba.
-Los he reunido, porque han hecho una convocatoria desde el Imperio de Gadélica solicitando ayuda- dicho esto mostró a los convocados un comunicado con el escudo oficial Gadeles. –La convocatoria es general, pero viendo la urgencia decidimos enviarlos a ustedes en una misión, como representantes de nuestro monasterio. No les podemos obligar a asistir si no lo desean.
-¡Si asistiremos, sifu!- dijeron los 3 estudiantes al unísono mientras hacían una reverencia.
-Está decidido, tienen 1 hora para preparar sus pertenencias y esperar en la frontera a la caravana que viene desde el sur. Se unirán a ella para que su viaje sea más seguro en su trayecto a Gadélica. Que los dioses los guarden y los protejan.
El equipaje de los monjes era ligero, una pequeña mochila hecha de madera y tela cuadrada con raciones para algunos días, una muda de ropa y unas pocas cosas más. Los 3 monjes alcanzaron la caravana que los esperaba en el borde, y partieron hacia el norte por una ruta segura para evitar los orcos y animales salvajes de Mraganur.
Durgaaz miraba con atención en todo momento, no había olvidado el asalto de los orcos al monasterio el día que fue desterrado de su patria, y nunca tuvo noticias del motivo del asalto, posiblemente lo mantienen en secreto los maestros. De cualquier modo le es de poco interés esos asuntos, le es preferible mantenerse centrado en su entrenamiento y tener alejado conocimientos que no sean relevantes.
Las semanas de viaje se hicieron largas, la caravana se hacía cada vez más grande con cada poblado y ciudad que paraban por los comerciantes y aventureros que se dirigían a la Joya del Oeste. Para algunos el llamado de ayuda era una excusa para visitar la ciudad y sus numerosos templos, los espectáculos teatrales y la belleza de la cuidad más grande de Midgard. En el grupo se veían aventureros de todas las razas, algunos ataviados con lujosas armaduras y otros con ropas sencillas de lino y una espada mellada. Todos emocionados como si de concurrir a una guerra se tratase, sin saber los terrores que les aguardaban en los meses por venir.
El camino del Zen:
Durgaaz miró decepcionado a Göran, conocía de la austeridad de los monjes, pero aún así esperaba algo más, pero no hizo ningún comentario al respecto. Buscó una litera que no tuviera dueño, y se recostó en ella, repentinamente cansado, y planteándose si realmente quería seguir estando en este lugar. Era sumamente deprimente, y tanta pobreza le resultaba obsceno.
Los enanos son una raza que disfruta de las riquezas, adornan tanto sus ropas como las barbas con joyeria, comercian con piedras preciosas y con metales con las demás razas, y en general están acostumbrados a una vida opulenta, quizás no ellos mismos, pero sí verlo en quienes les rodean. En las salas de los clanes es común ver las reliquias de antepasados y las riquezas en las bóvedas. De modo tal que esta visión le recordaba bastante a la austeridad de la cárcel, solo que en la prisión las camas eran de piedra, a la usanza de los enanos.
Acomodó la litera en un rincón de la habitación y dispuso las mantas como mejor pudo sobre el piso, acostumbrado a la dureza de las camas enanas, dormir sobre la fragilidad de una litera de tela suspendida en el aire le iba a dar, cuanto menos, náuseas como si estuviera ebrio.
Salió de la habitación comunal, pero no le esperaba ya Göran en la entrada. Reprimió la curiosidad de ver qué había en los demás cuartos, así que bajó las escaleras para encontrarse con los demás monjes. Algunos entrenaban en un pequeño patio al aire libre en el interior del monasterio, rodeado por unas galerías antiguas, se les veía empuñando unas extrañas armas que jamás había visto, cuyas formas le daban a entender que tenían una utilidad en la práctica, pero que no podía vislumbrar el motivo de las mismas.
La mayor afluencia de estudiantes se daba en las escaleras internas, que conducían a la biblioteca y el tatami, una suerte de alfombra acolchada donde practicaban movimientos de contacto, en donde las caídas están amortiguadas en toda la sala. En la misma se encontraban parados 2 sujetos, uno tenía el atuendo tradicional del monasterio, mientras que otro utilizaba armas de entrenamiento y parecía más bien un mercenario que estaba de paso.
El monje era el instructor, porque se dirigía a un grupo de aprendices que estaban sentados alrededor de los 2 contendientes, atentos a los movimientos de ambos. El oponente era un elfo con el cabello recogido, tenía transpirada la frente y se notaba visiblemente cansado, como si hubiera hecho su mejor esfuerzo para derrotar al monje, infructuosamente.
El instructor le pidió al soldado que lo atacase, y en menos de un segundo el arma de madera salió despedida de la mano, mientras recibía un golpe de palma en el pecho que lo dejó inmóvil. Los movimientos del monje lo tomaron tan de sorpresa a Durgaaz, que pensó por un momento que era una actuación del guerrero elfo, pero luego de unos segundos su cuerpo se relajó y quedo arrodillado en el piso, respirando con dificultad.
El maestro no tenía la misma tranquilidad en el rostro que Göran, sino que tenía un carácter más agresivo, a menudo alzaba la voz para poner énfasis en la técnica. Pronto Durgaaz descubriría que el aspecto calmado de los monjes no se aplica a los entrenamientos, los cuales se parecían a las largas sesiones de entrenamiento con hacha, martillo y urgosh de los jóvenes enanos. Pidió permiso para tomar lugar entre los demás aprendices, siendo esta la primera de muchas clases a las que asistiría.
Conforme pasaron los años, Durgaaz demostró aptitudes tanto para los estilos marciales con arma como para los que se especializaban en los puños y patadas. Logró dominar las largas horas de meditación continua y los estudios de los filósofos cenobitas, como así también conocimientos elementales de cultura general en algebra, geografía y literatura.
Ya habían pasado varias décadas desde el momento en que fue acogido en el monasterio. En esa cantidad de años ya es de esperar que un monje humano alcance el rango de maestro y pueda impartir sus conocimientos a los demás hermanos, pero en el caso de Durgaaz, si bien su nivel es comparable al de los maestros, rehúsa a recibir ese título, ya que creía que su entrenamiento no había terminado..
Llevando un entrenamiento más apartado del resto, pero participando de las actividades monásticas del día a día, su enfoque fue paulatinamente acercándose a la pureza del espíritu, tomando a lo largo de los años de estancia en el monasterio los diversos votos. Los obligatorios son los de castidad, pobreza y obediencia, pero hay otros menos practicados, como el de abstinencia, pureza, no violencia, entre otros.
En una versión personal sobre el camino a la iluminación, es la creencia de algunos monjes que para alcanzarla es necesario realizar una serie de votos de por vida, y esta vida de privaciones permitirá revelar la verdad al hermano, donde podrá conocer todo lo que existe, a sí mismo y tener compasión por todas las formas de vida.
Una madrugada, cuando todos los hermanos de la sala comunal se levantaban para hacer los ejercicios de primera hora, un par de figuras se pararon a los pies de la cama de piedra de Durgaaz.
-Hermano Durgaaz, por favor acompáñanos- dijo una de las figuras, cuya voz el enano reconoció como la del gran maestro Göran, elegido sifu del monasterio hace unos años por el fallecimiento del anterior sifu.
Terminó de vestirse y los acompañó, junto a él se encontraban los maestros del templo, quienes se miraban entre sí con palpable emoción en sus rostros. En la puerta esperaban otros 2 hermanos, que no tenían el rango de maestros, pero que Durgaaz reconocía por sus talentos en las artes marciales. Juntos bajaron hasta el gran salón de la entrada, a esta hora tenuemente iluminado por los primeros rayos del alba.
-Los he reunido, porque han hecho una convocatoria desde el Imperio de Gadélica solicitando ayuda- dicho esto mostró a los convocados un comunicado con el escudo oficial Gadeles. –La convocatoria es general, pero viendo la urgencia decidimos enviarlos a ustedes en una misión, como representantes de nuestro monasterio. No les podemos obligar a asistir si no lo desean.
-¡Si asistiremos, sifu!- dijeron los 3 estudiantes al unísono mientras hacían una reverencia.
-Está decidido, tienen 1 hora para preparar sus pertenencias y esperar en la frontera a la caravana que viene desde el sur. Se unirán a ella para que su viaje sea más seguro en su trayecto a Gadélica. Que los dioses los guarden y los protejan.
El equipaje de los monjes era ligero, una pequeña mochila hecha de madera y tela cuadrada con raciones para algunos días, una muda de ropa y unas pocas cosas más. Los 3 monjes alcanzaron la caravana que los esperaba en el borde, y partieron hacia el norte por una ruta segura para evitar los orcos y animales salvajes de Mraganur.
Durgaaz miraba con atención en todo momento, no había olvidado el asalto de los orcos al monasterio el día que fue desterrado de su patria, y nunca tuvo noticias del motivo del asalto, posiblemente lo mantienen en secreto los maestros. De cualquier modo le es de poco interés esos asuntos, le es preferible mantenerse centrado en su entrenamiento y tener alejado conocimientos que no sean relevantes.
Las semanas de viaje se hicieron largas, la caravana se hacía cada vez más grande con cada poblado y ciudad que paraban por los comerciantes y aventureros que se dirigían a la Joya del Oeste. Para algunos el llamado de ayuda era una excusa para visitar la ciudad y sus numerosos templos, los espectáculos teatrales y la belleza de la cuidad más grande de Midgard. En el grupo se veían aventureros de todas las razas, algunos ataviados con lujosas armaduras y otros con ropas sencillas de lino y una espada mellada. Todos emocionados como si de concurrir a una guerra se tratase, sin saber los terrores que les aguardaban en los meses por venir.
Cita de Arcturus02 en 04/01/2023, 10:50 amLa joya de Midgard
Durgaaz trastabilló cuando sus sandalias pisaron la madera del puerto de Gadelica. El constante bamboleo de la nave lo había hecho acostumbrarse, y en la firmeza del suelo su cuerpo tendía a seguir el movimiento de las olas. Se apartó para que descendieran los demás pasajeros, entre ellos sus 2 compañeros del monasterio.
Hassan se llamaba uno de los monjes, oriundo de Dhu Nun, había sido un esclavo en su juventud. Luego de obtener su libertad buscó un salvoconducto para cruzar el reino de los enanos y dirigirse al monasterio. Tenía el rostro cetrino y una nariz aguileña propia de los de su raza, su cuerpo delgado y fibroso se había moldeado por el estilo de la kama, una de las armas favoritas de los monjes.
Su otra compañera era una elfa de cabeza rapada, que constantemente acomodaba unos pequeños lentes que tendían a deslizarse por su nariz hasta casi caerse. Más centrada en los saberes obtenidos en la biblioteca, sabía defenderse manteniendo a distancia a sus oponentes con un bastón largo que sostenía en su espalda.
En el largo viaje que el enano hizo, logró formar ciertos lazos de amistad con estos 2 monjes, el dhuino era muy joven, y pese a que la elfa tenía más o menos su edad, no solía hablar de temas que no fueran los relacionados al camino del monje o del motivo del viaje.
-Si de verdad fuera algo importante -dijo Hassan acomodando su mochila al bajar del barco- hubiera venido el mismo sifu, pero nos envían a nosotros.
-Coincido -indico Gaerwën hechando un vistazo general al puerto -ademas hace muchos años que no veo a uno de mí pueblo, me preguntó cuántos habrán aquí.
Mientras la elfa sonreía ante la perspectiva de hablar con otros elfos de la gran ciudad, Durgaaz se mantenía en silencio, algo apartado de la conversación.
Luego del destierro un enano pierde el derecho de usar el nombre de su clan, y esperaba no encontrarse con ninguno durante su estancia en la ciudad.
Además de la cabeza rapada, era obligatorio afeitarse la barba, y en el caso de los enanos esto suponía un conflicto, tanto para la navaja como para su herencia cultural. Algunas pequeñas cicatrices de riñas de taberna ahora quedaban expuestas al no haber pelo que las cubra. Su rigurosa rutina en las mañanas mantenían a raya a los cabellos y pelos de barba al afeitarse.
Abrió su mochila mientras caminaba junto a su grupo hasta la salida del puerto, revisando que tuviera todo. Elementos de higiene personal, algo de ropa gastada, alimentos, un libro con recopilaciones de movimientos marciales y textos sagrados, y no mucho más.
Si bien la austeridad suele ser común entre los monjes, Durgaaz lo parecía aún más. Sus pertenencias, aunque bien cuidadas, demoraban ya su extenso uso, pero pese a esto era reticente de cambiarlas salvo que no hubiera más remedio.
-El brillo de las monedas ciega al que quiere encontrar el camino de la rectitud -repetian a coro los 2 monjes cada vez que insistían a Durgaaz de que comprara algo útil. Esa especie de mantra era la respuesta de Durgaaz, repetida tantas veces que terminaron por aprendersela.
-No puedo esperar a ver en las tiendas que ropajes hay a la venta -dijo emocionado Hassan- los últimos días en Taran pude hacer unos pedidos en la mensajería y creo tener suficientes monedas de plata como para cambiar estas viejas botas.
-Preferiria ver qué objetos especiales se pueden conseguir legalmente en la ciudad, quizás haya algo que nos pueda servir. Aunque me confirmó con un báculo nuevo, este ya tiene muchas astillas y me duele -repliconla elfa mientas se chupaba un dedo.
El enano se mantenía en silencio, preguntando indicaciones en voz baja para guiar al grupo hasta la iglesia de Gadelica, donde se suponía que debían encontrarse con su contacto. Si bien no podía sonreír por el entusiasmo de sus compañeros con las compras, muy rara vez fue tentado por algún objeto de valor a la venta.
Es normal y hasta deseable, que los monjes que se convierten en aventureros se hagan de objetos mágicos o únicos de un gran valor. Esto no contradice con el voto de pobreza necesariamente, siempre y cuando estos objetos se usen para si entrenamiento personal. En los demás ámbito de la vida, se espera un estilo de vida austero y sobrio.
Durgaaz sin embargo, rehusaba al uso de artefactos que le pudieran mejorar sus capacidades de combate, a tal punto de siquiera llevar objetos de gran calidad. Estaba convencido que su entrenamiento iba a ser más "puro" sin el uso de tales elementos.
Este extremismo, se debía a una serie de votos de fé que él había tomado a los pocos meses de ser un aprendiz del monasterio. Estos votos, según el, le iban a permitir alcanzar la iluminación y poder redimirse de su pasado turbulento.
Maravillados por la arquitectura de la ciudad y el estilo de vida refinado de sus habitantes, se toparon de repente con la imponente catedral de Gadelica. Adentro se encontraba la razón de su viaje, cruzaron unas miradas, y se apresuraron a entrar.
La catedral era imponente, aún más en el interior que el exterior. Lujosas estatuas de santos y santas decoraban las paredes de piedra labrada. Había un movimiento constante de gente, sacerdotes, obispos, nobles y creyentes en general que rezaban con fervor o hablaban en susurros por respeto.
Antes de llegar al final de la nave de la catedral, una figura atacada con ropajes blancos y dorados se acercó a ellos, y les dijo.
-Supongo que ustedes son los enviados del monasterio, bienvenidos, por favor siganme.
Los monjes intercambiaron unas miradas entre ellos, y siguieron al personaje. Caminaba con lentitud, pese a no ser de edad avanzada. Tus atavíos eran más ornamentados que el resto de los sacerdotes, y de su cintura pendía un bellísimo cuerno de cabra con lujosas incrustaciones en piedras preciosas. Bajo la capucha con runas bordadas en hilos dorados una frondosa barba sobresalía hasta casi tocar el pecho, y de haber tenido descubierta la cabeza se habría visto su cabello corto entrecano.
Siguieron a la figura hasta una oficina situada a los costados del edificio. Les hizo pasar, y les ofreció sentarse en unas sillas de roble con acolchado de seda de color blanca. Él se sentó del otro lado de un escritorio que hacía juego con el test del mobiliario.
Se agachó para hurgar en uno de los cajones del escritorio, y apoyó sobre la mesa lo que había sacado de allí. Un sobre de cuero con tapa rígida, se alcanzaba a ver el logo del imperio grabado a bajorrelieve en el cuero. Abrió el sobre y saco varias hojas, muy antiguas, con una serie de dibujos que a simple vista no se les distinguía la forma.
-Esto es por lo que hicieron el largo viaje, observen con detenimiento -dijo el clérigo, acomodando los papiros en abanico para que se pudiera ver el contenido. -Son los textos originales de los primeros monjes que estudiaron en el monasterio de la divina trilogía.
-Como ustedes saben, fueron 3 los monjes que llegaron a impartir su sabiduría, y que posteriormente fundaron el monasterio de los picos helados. Hombres de enorme conocimiento, también fueron implacables guerreros diestros en todas las armas que actualmente son enseñadas a los monjes.
-Estos textos fueron escritos por los fundadores del monasterio, y fueron traídos hace ya muchas décadas por el sifu en persona, solicitando la ayuda de los eruditos de la iglesia para su restauración y traducción, luego de un fallido ataque al monasterio, durante esa época.
Durgaaz frunció el seño. No podía entender que interés tendrían los orcos en esos papeles. Rememorando los detalles de ese día, se sumió en sus pensamientos durante un largo rato, mientras el sacerdote continuaba con la explicación a los otros 2 monjes.
-... El paso del tiempo había deteriorado la escritura, y hasta el lenguaje no era el mismo, había variado, o eso creían. Luego de hacer la restauración de los escritos, los cenobitas encargados de la tarea entendieron que el texto de los mismos estaba encriptado, los caracteres del alfabeto eran diferentes y las frases que se armaban carecían de sentido.
A medida que continuaba la explicación, iba pasando los papeles, y sin leer en profundidad, se podía apreciar que el contenido era cada vez más legible y ordenado, cómo si hubieran hecho copias de copias hasta terminar de depurar. Al llegar a las últimas hojas, se detuvo unos instantes.
-Este es el resultado final de años dedicados a este proyecto, el contenido del mismo es secreto, y solo debe ser visto por los ojos de su maestro. Necesito vuestra palabra de honor, que el sello de este sobre -decia mientras guardaba los papeles y lacraba en sobre- permanecerá cerrado hasta llegar a las manos de sifu Göran, ¿he sido claro?
-Si señor obispo -repitieron al unísono los 3 monjes.
-Bien, aprovechamos la convocatoria general que ha hecho el imperio para que se mezclen con los aventureros y pasen desapercibidos. La máxima discreción es necesaria.
Los monjes se levantaron de sus sillas, juntando una palma con el puño de la otra mano haciendo una reverencia. Al minuto habían salido de la catedral, con el valioso pergamino.
-¿Recuerdan la historia que les conté de cuando me acogieron en el monasterio? - dijo Durgaaz dubitativo -Fue hace más o menos 50 años, cuando a mí…
-Disculpa, mí querido maese afeitado - interrumpió Hassan -Pero esa historia la has contado tantas veces que me la se de memoria. Ya hasta se torna aburrido escucharla tantas veces.
Durgaaz le lanzó una mirada asesina a Hassan. -¿Opinas lo mismo Gaerwën?
La elfa miro al dúo un poco por encima de sus lentes redondos, y bajó la mirada al piso con algo de vergüenza. -¿Honestamente? Si
El enano se rascó con nerviosismo la coronilla y exclamó enojado: -Bueno, si les aburro tanto, no les digo lo que sospecho que es ese manuscrito.
Hassan y Gaerwën se miraron por unos momentos, y miraron al enano.
-Ya dinos, sabemos que te gusta sentirte como un abuelito contando historias -dijo Hassan conteniendo la risa, mientras se dirigían hacia el puente levadizo de la ciudad.
Durgaaz suspiró, y dejó escapar una fuerte risa. -¡Puede ser! Miren, los orcos buscaron algo en el monasterio, no sé si lo encontraron o no. Pero cada vez que lo repaso en mí mente, me convenzo más que era una distracción. El artífice del ataque desapareció, ya que no lo encontraron entre las bajas.
-¿Insinuas que una turba de orcos de las estepas asediaron el monasterio solo por una hoja? Lo veo improbable -exclamo la elfa, mientras mostraba su rostro al guardia de la puerta para que bajen el puente levadizo.
-Tiene razón Durgaaz, a duras penas saben contar, menos leer. Aunque… -el dhuino hizo una pausa un momento -¿Y si los lideraba alguien que sabía del pergamino, y no era un orco?
Gearwën hizo un chasquido desaprobatorio con su lengua. -¿Y quien sugieres que puede ser? ¿Algún monje malvado que busca una venganza en secreto acaso? Deberías enfocarte más en los estudios del monasterio y menos en novelas ficticias.
Hassan se encogió de hombros como toda respuesta, luego que todo el grupo cruzará el puente. Durgaaz miró a sus compañeros y dijo:
-Perdon, ¿pero por dónde estamos yendo?
-Por tierra, es un camino mucho más corto que ir en barco hasta el norte y luego bajar hacia el sur. Aquí solo tenemos que unirnos a alguna caravana que pase por aquí, seguimos el camino que lleva hasta la Quadra en Karak Norn y… Oh, cierto.
Durgaaz asintió con pesar. -Desterrado, ¿recuerdas? Debo tomar el camino largo si o si. Si quieren pueden seguir por este camino, llegarán mucho antes, solo expliquenle al sifu que me voy a retrasar.
-Quizas puedas pedir una revisión de tu destierro, pasaron, ¿cuánto, 50 años?
-Eso no expira, es una sentencia de por vida. Tendría que hacer algo extraordinario para ser merecedor de un indulto, y pasar 50 años encerrado en un monasterio no es un ejemplo de eso.
-¿Estás seguro? De verdad sería una mejora el atajo, nosotros llevamos el pergamino ya que llegaremos antes.
Durgaaz asintió y se despidió de ambos con un abrazo. Dió media vuelta y regresó a la ciudad, en dirección al puerto, para emprender el regreso.
La joya de Midgard
Durgaaz trastabilló cuando sus sandalias pisaron la madera del puerto de Gadelica. El constante bamboleo de la nave lo había hecho acostumbrarse, y en la firmeza del suelo su cuerpo tendía a seguir el movimiento de las olas. Se apartó para que descendieran los demás pasajeros, entre ellos sus 2 compañeros del monasterio.
Hassan se llamaba uno de los monjes, oriundo de Dhu Nun, había sido un esclavo en su juventud. Luego de obtener su libertad buscó un salvoconducto para cruzar el reino de los enanos y dirigirse al monasterio. Tenía el rostro cetrino y una nariz aguileña propia de los de su raza, su cuerpo delgado y fibroso se había moldeado por el estilo de la kama, una de las armas favoritas de los monjes.
Su otra compañera era una elfa de cabeza rapada, que constantemente acomodaba unos pequeños lentes que tendían a deslizarse por su nariz hasta casi caerse. Más centrada en los saberes obtenidos en la biblioteca, sabía defenderse manteniendo a distancia a sus oponentes con un bastón largo que sostenía en su espalda.
En el largo viaje que el enano hizo, logró formar ciertos lazos de amistad con estos 2 monjes, el dhuino era muy joven, y pese a que la elfa tenía más o menos su edad, no solía hablar de temas que no fueran los relacionados al camino del monje o del motivo del viaje.
-Si de verdad fuera algo importante -dijo Hassan acomodando su mochila al bajar del barco- hubiera venido el mismo sifu, pero nos envían a nosotros.
-Coincido -indico Gaerwën hechando un vistazo general al puerto -ademas hace muchos años que no veo a uno de mí pueblo, me preguntó cuántos habrán aquí.
Mientras la elfa sonreía ante la perspectiva de hablar con otros elfos de la gran ciudad, Durgaaz se mantenía en silencio, algo apartado de la conversación.
Luego del destierro un enano pierde el derecho de usar el nombre de su clan, y esperaba no encontrarse con ninguno durante su estancia en la ciudad.
Además de la cabeza rapada, era obligatorio afeitarse la barba, y en el caso de los enanos esto suponía un conflicto, tanto para la navaja como para su herencia cultural. Algunas pequeñas cicatrices de riñas de taberna ahora quedaban expuestas al no haber pelo que las cubra. Su rigurosa rutina en las mañanas mantenían a raya a los cabellos y pelos de barba al afeitarse.
Abrió su mochila mientras caminaba junto a su grupo hasta la salida del puerto, revisando que tuviera todo. Elementos de higiene personal, algo de ropa gastada, alimentos, un libro con recopilaciones de movimientos marciales y textos sagrados, y no mucho más.
Si bien la austeridad suele ser común entre los monjes, Durgaaz lo parecía aún más. Sus pertenencias, aunque bien cuidadas, demoraban ya su extenso uso, pero pese a esto era reticente de cambiarlas salvo que no hubiera más remedio.
-El brillo de las monedas ciega al que quiere encontrar el camino de la rectitud -repetian a coro los 2 monjes cada vez que insistían a Durgaaz de que comprara algo útil. Esa especie de mantra era la respuesta de Durgaaz, repetida tantas veces que terminaron por aprendersela.
-No puedo esperar a ver en las tiendas que ropajes hay a la venta -dijo emocionado Hassan- los últimos días en Taran pude hacer unos pedidos en la mensajería y creo tener suficientes monedas de plata como para cambiar estas viejas botas.
-Preferiria ver qué objetos especiales se pueden conseguir legalmente en la ciudad, quizás haya algo que nos pueda servir. Aunque me confirmó con un báculo nuevo, este ya tiene muchas astillas y me duele -repliconla elfa mientas se chupaba un dedo.
El enano se mantenía en silencio, preguntando indicaciones en voz baja para guiar al grupo hasta la iglesia de Gadelica, donde se suponía que debían encontrarse con su contacto. Si bien no podía sonreír por el entusiasmo de sus compañeros con las compras, muy rara vez fue tentado por algún objeto de valor a la venta.
Es normal y hasta deseable, que los monjes que se convierten en aventureros se hagan de objetos mágicos o únicos de un gran valor. Esto no contradice con el voto de pobreza necesariamente, siempre y cuando estos objetos se usen para si entrenamiento personal. En los demás ámbito de la vida, se espera un estilo de vida austero y sobrio.
Durgaaz sin embargo, rehusaba al uso de artefactos que le pudieran mejorar sus capacidades de combate, a tal punto de siquiera llevar objetos de gran calidad. Estaba convencido que su entrenamiento iba a ser más "puro" sin el uso de tales elementos.
Este extremismo, se debía a una serie de votos de fé que él había tomado a los pocos meses de ser un aprendiz del monasterio. Estos votos, según el, le iban a permitir alcanzar la iluminación y poder redimirse de su pasado turbulento.
Maravillados por la arquitectura de la ciudad y el estilo de vida refinado de sus habitantes, se toparon de repente con la imponente catedral de Gadelica. Adentro se encontraba la razón de su viaje, cruzaron unas miradas, y se apresuraron a entrar.
La catedral era imponente, aún más en el interior que el exterior. Lujosas estatuas de santos y santas decoraban las paredes de piedra labrada. Había un movimiento constante de gente, sacerdotes, obispos, nobles y creyentes en general que rezaban con fervor o hablaban en susurros por respeto.
Antes de llegar al final de la nave de la catedral, una figura atacada con ropajes blancos y dorados se acercó a ellos, y les dijo.
-Supongo que ustedes son los enviados del monasterio, bienvenidos, por favor siganme.
Los monjes intercambiaron unas miradas entre ellos, y siguieron al personaje. Caminaba con lentitud, pese a no ser de edad avanzada. Tus atavíos eran más ornamentados que el resto de los sacerdotes, y de su cintura pendía un bellísimo cuerno de cabra con lujosas incrustaciones en piedras preciosas. Bajo la capucha con runas bordadas en hilos dorados una frondosa barba sobresalía hasta casi tocar el pecho, y de haber tenido descubierta la cabeza se habría visto su cabello corto entrecano.
Siguieron a la figura hasta una oficina situada a los costados del edificio. Les hizo pasar, y les ofreció sentarse en unas sillas de roble con acolchado de seda de color blanca. Él se sentó del otro lado de un escritorio que hacía juego con el test del mobiliario.
Se agachó para hurgar en uno de los cajones del escritorio, y apoyó sobre la mesa lo que había sacado de allí. Un sobre de cuero con tapa rígida, se alcanzaba a ver el logo del imperio grabado a bajorrelieve en el cuero. Abrió el sobre y saco varias hojas, muy antiguas, con una serie de dibujos que a simple vista no se les distinguía la forma.
-Esto es por lo que hicieron el largo viaje, observen con detenimiento -dijo el clérigo, acomodando los papiros en abanico para que se pudiera ver el contenido. -Son los textos originales de los primeros monjes que estudiaron en el monasterio de la divina trilogía.
-Como ustedes saben, fueron 3 los monjes que llegaron a impartir su sabiduría, y que posteriormente fundaron el monasterio de los picos helados. Hombres de enorme conocimiento, también fueron implacables guerreros diestros en todas las armas que actualmente son enseñadas a los monjes.
-Estos textos fueron escritos por los fundadores del monasterio, y fueron traídos hace ya muchas décadas por el sifu en persona, solicitando la ayuda de los eruditos de la iglesia para su restauración y traducción, luego de un fallido ataque al monasterio, durante esa época.
Durgaaz frunció el seño. No podía entender que interés tendrían los orcos en esos papeles. Rememorando los detalles de ese día, se sumió en sus pensamientos durante un largo rato, mientras el sacerdote continuaba con la explicación a los otros 2 monjes.
-... El paso del tiempo había deteriorado la escritura, y hasta el lenguaje no era el mismo, había variado, o eso creían. Luego de hacer la restauración de los escritos, los cenobitas encargados de la tarea entendieron que el texto de los mismos estaba encriptado, los caracteres del alfabeto eran diferentes y las frases que se armaban carecían de sentido.
A medida que continuaba la explicación, iba pasando los papeles, y sin leer en profundidad, se podía apreciar que el contenido era cada vez más legible y ordenado, cómo si hubieran hecho copias de copias hasta terminar de depurar. Al llegar a las últimas hojas, se detuvo unos instantes.
-Este es el resultado final de años dedicados a este proyecto, el contenido del mismo es secreto, y solo debe ser visto por los ojos de su maestro. Necesito vuestra palabra de honor, que el sello de este sobre -decia mientras guardaba los papeles y lacraba en sobre- permanecerá cerrado hasta llegar a las manos de sifu Göran, ¿he sido claro?
-Si señor obispo -repitieron al unísono los 3 monjes.
-Bien, aprovechamos la convocatoria general que ha hecho el imperio para que se mezclen con los aventureros y pasen desapercibidos. La máxima discreción es necesaria.
Los monjes se levantaron de sus sillas, juntando una palma con el puño de la otra mano haciendo una reverencia. Al minuto habían salido de la catedral, con el valioso pergamino.
-¿Recuerdan la historia que les conté de cuando me acogieron en el monasterio? - dijo Durgaaz dubitativo -Fue hace más o menos 50 años, cuando a mí…
-Disculpa, mí querido maese afeitado - interrumpió Hassan -Pero esa historia la has contado tantas veces que me la se de memoria. Ya hasta se torna aburrido escucharla tantas veces.
Durgaaz le lanzó una mirada asesina a Hassan. -¿Opinas lo mismo Gaerwën?
La elfa miro al dúo un poco por encima de sus lentes redondos, y bajó la mirada al piso con algo de vergüenza. -¿Honestamente? Si
El enano se rascó con nerviosismo la coronilla y exclamó enojado: -Bueno, si les aburro tanto, no les digo lo que sospecho que es ese manuscrito.
Hassan y Gaerwën se miraron por unos momentos, y miraron al enano.
-Ya dinos, sabemos que te gusta sentirte como un abuelito contando historias -dijo Hassan conteniendo la risa, mientras se dirigían hacia el puente levadizo de la ciudad.
Durgaaz suspiró, y dejó escapar una fuerte risa. -¡Puede ser! Miren, los orcos buscaron algo en el monasterio, no sé si lo encontraron o no. Pero cada vez que lo repaso en mí mente, me convenzo más que era una distracción. El artífice del ataque desapareció, ya que no lo encontraron entre las bajas.
-¿Insinuas que una turba de orcos de las estepas asediaron el monasterio solo por una hoja? Lo veo improbable -exclamo la elfa, mientras mostraba su rostro al guardia de la puerta para que bajen el puente levadizo.
-Tiene razón Durgaaz, a duras penas saben contar, menos leer. Aunque… -el dhuino hizo una pausa un momento -¿Y si los lideraba alguien que sabía del pergamino, y no era un orco?
Gearwën hizo un chasquido desaprobatorio con su lengua. -¿Y quien sugieres que puede ser? ¿Algún monje malvado que busca una venganza en secreto acaso? Deberías enfocarte más en los estudios del monasterio y menos en novelas ficticias.
Hassan se encogió de hombros como toda respuesta, luego que todo el grupo cruzará el puente. Durgaaz miró a sus compañeros y dijo:
-Perdon, ¿pero por dónde estamos yendo?
-Por tierra, es un camino mucho más corto que ir en barco hasta el norte y luego bajar hacia el sur. Aquí solo tenemos que unirnos a alguna caravana que pase por aquí, seguimos el camino que lleva hasta la Quadra en Karak Norn y… Oh, cierto.
Durgaaz asintió con pesar. -Desterrado, ¿recuerdas? Debo tomar el camino largo si o si. Si quieren pueden seguir por este camino, llegarán mucho antes, solo expliquenle al sifu que me voy a retrasar.
-Quizas puedas pedir una revisión de tu destierro, pasaron, ¿cuánto, 50 años?
-Eso no expira, es una sentencia de por vida. Tendría que hacer algo extraordinario para ser merecedor de un indulto, y pasar 50 años encerrado en un monasterio no es un ejemplo de eso.
-¿Estás seguro? De verdad sería una mejora el atajo, nosotros llevamos el pergamino ya que llegaremos antes.
Durgaaz asintió y se despidió de ambos con un abrazo. Dió media vuelta y regresó a la ciudad, en dirección al puerto, para emprender el regreso.
Cita de Arcturus02 en 04/01/2023, 10:51 amLa deuda saldada
El viaje de regreso se hizo más corto. Aún sin compañía, no paraba de darle vueltas en la cabeza pensando en si realmente había una relación entre el encargo de ahora y el ataque de hace 50 años.
Luego de bajar del barco en Hadka, espero unos días para unirse a una caravana. Entre todos pudieron rechazar algunos ataques de bandidos hasta llegar a Mraganur, y de allí llego hasta la frontera con Karak.
Tomó un desvío, bordeando los picos helados y manteniendo la distancia de los animales de la nieve. Subió cientos de escalones hasta llegar al monasterio, y empujó una de las pesadas hojas del portón de madera de la entrada, deseoso de ver a los miembros de su grupo.
Los monjes estaban meditando en el salón principal, recitando mantras. El sifu se encontraba a la cabeza, y parecía no haber notado su presencia. Se acomodó sobre una esterilla, y retomando la compostura y el aliento, se unió a los otros monjes. En un vistazo rápido no logro ver a Gearwën ni a Hassan. Súbitamente la preocupación se hizo presente en su mente, pudiendo concentrarse a duras penas en la meditación.
Luego de terminada la sesión, se levantaron y fueron a hacer sus quehaceres diarios o a entrenar. Durgaaz se apresuró hacia Göran, y le pregunto algo nervioso.
-¿Cómo están mis compañeros? No los he visto en el gran salón.
-Pense que habían venido todos juntos -dijo el Sifu calmadamente. -¿Porque llegaste solo?
-Les dije que no podía acompañarlos si tomábamos el camino por tierra hacia Karak -dijo nervioso el enano, -Entonces les dije que se adelantaran por tierra mientras yo tomaba el camino por mar hasta el norte, y luego bajaba por tierra hasta aquí. Y como ellos iban a llegar antes, se llevaron el pergamino.
La cara de Göran estaba inmutable, a pesar de tratarse de una reliquia invaluable del monasterio, mantenía una calma abrumadora.
-Esto es muy desafortunado. ¿Alguno abrió el pergamino y leyó su contenido?
Durgaaz negó con la cabeza. A duras penas podía mantener la mirada, y esperaba una reprimenda con cada palabra como un perro que es regañado, pero eso nunca ocurrió.
-Entiendo, el contenido de ese pergamino es sumamente importante para rearmar los fragmentos de los escritos sobre los inicios de este monasterio. Puede no contener nada de valor para alguien ajeno a este claustro, pero sería lamentable el no poder recuperarlo, ahora que se pudo traducir. Quiero suponer que el contacto de la iglesia en Gadelica no hizo mención a su contenido tampoco-. El anciano monje suspiró profundamente, y al expirar parecía aún más calmado, su capacidad de controlar sus emociones dejó impresionado a Durgaaz. -El texto debe ser recuperado. Te enviaré de regreso, puedes tomar el camino que desees, pero tu misión no estará completa hasta que no se recupere el papiro.
Durgaaz miraba con intensidad a su maestro, y se acomodaba su mochila con la intensión de partir en ese mismo momento.
-Espera Durgaaz, prefiero que descanses y partas cuando la caravana continúe se viaje de regreso. Preséntate en el tatami de entrenamiento y solicita las armas que necesites para poder defenderte. No regreses sin noticias sobre el pergamino, y espero reportes regulares de tus avances.
Durgaaz se despidió juntando su palma con su otro puño, y se dirigió a la entrada para hablar con el guía de la caravana. En unas horas parte de la caravana seguiría hacia Karak, y otra parte volvería a Mraganur después de haber comerciado con los monjes.
Le daba tiempo para buscar todos sus efectos personales, y unas armas de la armería del monasterio: un bastón, un hacha y una honda con municiones. Fue al comedor para unirse con el resto de sus compañeros y contarles sobre el viaje, cómo también para ponerse al corriente de lo acontecido en el monasterio.
Llegada la hora, se unió de nuevo a la caravana que regresaba, emprendiendo el largo camino de vuelta a Gadelica, para poder encontrar a sus compañeros perdidos y el pergamino del monasterio.
Hasta aquí llega el trasfondo, gracias por tomarse el tiempo para leerlo.
La deuda saldada
El viaje de regreso se hizo más corto. Aún sin compañía, no paraba de darle vueltas en la cabeza pensando en si realmente había una relación entre el encargo de ahora y el ataque de hace 50 años.
Luego de bajar del barco en Hadka, espero unos días para unirse a una caravana. Entre todos pudieron rechazar algunos ataques de bandidos hasta llegar a Mraganur, y de allí llego hasta la frontera con Karak.
Tomó un desvío, bordeando los picos helados y manteniendo la distancia de los animales de la nieve. Subió cientos de escalones hasta llegar al monasterio, y empujó una de las pesadas hojas del portón de madera de la entrada, deseoso de ver a los miembros de su grupo.
Los monjes estaban meditando en el salón principal, recitando mantras. El sifu se encontraba a la cabeza, y parecía no haber notado su presencia. Se acomodó sobre una esterilla, y retomando la compostura y el aliento, se unió a los otros monjes. En un vistazo rápido no logro ver a Gearwën ni a Hassan. Súbitamente la preocupación se hizo presente en su mente, pudiendo concentrarse a duras penas en la meditación.
Luego de terminada la sesión, se levantaron y fueron a hacer sus quehaceres diarios o a entrenar. Durgaaz se apresuró hacia Göran, y le pregunto algo nervioso.
-¿Cómo están mis compañeros? No los he visto en el gran salón.
-Pense que habían venido todos juntos -dijo el Sifu calmadamente. -¿Porque llegaste solo?
-Les dije que no podía acompañarlos si tomábamos el camino por tierra hacia Karak -dijo nervioso el enano, -Entonces les dije que se adelantaran por tierra mientras yo tomaba el camino por mar hasta el norte, y luego bajaba por tierra hasta aquí. Y como ellos iban a llegar antes, se llevaron el pergamino.
La cara de Göran estaba inmutable, a pesar de tratarse de una reliquia invaluable del monasterio, mantenía una calma abrumadora.
-Esto es muy desafortunado. ¿Alguno abrió el pergamino y leyó su contenido?
Durgaaz negó con la cabeza. A duras penas podía mantener la mirada, y esperaba una reprimenda con cada palabra como un perro que es regañado, pero eso nunca ocurrió.
-Entiendo, el contenido de ese pergamino es sumamente importante para rearmar los fragmentos de los escritos sobre los inicios de este monasterio. Puede no contener nada de valor para alguien ajeno a este claustro, pero sería lamentable el no poder recuperarlo, ahora que se pudo traducir. Quiero suponer que el contacto de la iglesia en Gadelica no hizo mención a su contenido tampoco-. El anciano monje suspiró profundamente, y al expirar parecía aún más calmado, su capacidad de controlar sus emociones dejó impresionado a Durgaaz. -El texto debe ser recuperado. Te enviaré de regreso, puedes tomar el camino que desees, pero tu misión no estará completa hasta que no se recupere el papiro.
Durgaaz miraba con intensidad a su maestro, y se acomodaba su mochila con la intensión de partir en ese mismo momento.
-Espera Durgaaz, prefiero que descanses y partas cuando la caravana continúe se viaje de regreso. Preséntate en el tatami de entrenamiento y solicita las armas que necesites para poder defenderte. No regreses sin noticias sobre el pergamino, y espero reportes regulares de tus avances.
Durgaaz se despidió juntando su palma con su otro puño, y se dirigió a la entrada para hablar con el guía de la caravana. En unas horas parte de la caravana seguiría hacia Karak, y otra parte volvería a Mraganur después de haber comerciado con los monjes.
Le daba tiempo para buscar todos sus efectos personales, y unas armas de la armería del monasterio: un bastón, un hacha y una honda con municiones. Fue al comedor para unirse con el resto de sus compañeros y contarles sobre el viaje, cómo también para ponerse al corriente de lo acontecido en el monasterio.
Llegada la hora, se unió de nuevo a la caravana que regresaba, emprendiendo el largo camino de vuelta a Gadelica, para poder encontrar a sus compañeros perdidos y el pergamino del monasterio.
Hasta aquí llega el trasfondo, gracias por tomarse el tiempo para leerlo.