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El Diario de Ivanus Elliotek

Primera Parte

 

Yo no soy escritor. No soy bueno con las letras, así que, si este diario cae en manos extrañas, que sepas, extraño, que no estoy para complacer tu paladar literario. Y si te encuentro husmeando este diario sin mi consentimiento, atente a las consecuencias.

Me encuentro en la biblioteca de Gadélica. La habitación es grande y acogedora. Los bibliotecarios husmean viejos tomos que tratan sobre la guerra, los dioses, la literatura. Me miran como un extraño, pues como aventurero novato que soy, no frecuento este sitio.

Mi objetivo al escribir estas palabras es dar cuenta sobre mis viajes, pues este oficio es peligroso y podría morir en cualquier momento. También necesito dar cuenta de mis sueños, los que hace unos cuantos días me han acosado y han empezado a dejar secuelas físicas. Cosa de poca broma.

Ahora haré memoria. ¿Por dónde empezar? Parece que fue hace mucho que llegué al puerto de Gadélica…

Debía esperar el arribo de Hanck, mi amigo semiorco. Él estuvo ahí cuando las dificultades tocaron las puertas de mi casa. Él conoció a Elena, mi difunta esposa. Cuando venía a compartir el pan de nuestra mesa, las jornadas se transformaban en risas estruendosas y juegos divertidos. Elena me suplicaba para que invitase siempre a Hanck, pues con él formamos una cercana amistad, después de que nos salvamos mutuamente de la acción letal de las armas de unos pandilleros, en los barrios bajos donde yo tenía mi casa.

A Hanck lo intentaron comprar muchas veces. No. Comprar no lo describe… capturar es una mejor palabra. En Gadélica, los semiorcos son vistos como esclavos. Y en más de una ocasión le ayudé a salir ileso de esos intentos de captura, así como él me ayudó con mis problemas. Hanck tiene sus propias motivaciones para convertirse en un respetado aventurero, y yo creo que le irá bien dado el talento que ostenta al empuñar el hacha de dos manos: lo he visto cortar cabezas a diestra y siniestra. Me siento bien acompañado cuando viajamos y sangramos juntos a través de los caminos nevados.

Hago memoria y risas entristecidas estremecen mi rostro. Hago memoria y me encuentro viviendo el duelo más difícil de mi vida. Elena. La inquisición la acusó de brujería. Bastó la palabra de unos cuantos sabios barbones para condenarla. Intenté apelar, intenté razonar, intenté salvarla, intenté, vaya sí intenté apelar a la compasión. Todo fue en vano. Destrozado como nunca había estado, vi las llamas consumir al amor de mi vida. Elena. Oh, Elena. Cuánto lo siento, amor mío. Las puertas del Valhalla se hayan cerradas ante ti, y como un espectro atormentado, debes estar buscando paz entre los mundos. Elena. Si los entresijos del destino así lo permiten, nos encontraremos otra vez. Haré cuanto esté a mi alcance para que eso pase.

En esos momentos de dolor absoluto, cuando en mi ciega rabia me propuse asesinar a todos los verdugos, nobles y patriotas con mis manos desnudas, Hanck me sostuvo con su terrible fuerza barbárica. Si no lo hubiese hecho, yo no estaría aquí, escribiendo estas líneas. Mientras la bilis discurría por mi boca como un río de lava y mis ojos se salían de sus cuencas, maldiciendo como no he maldecido en mi vida, Hanck me sostuvo y me llevó a la fuerza a las afueras donde al fin me soltó. Furioso, intenté matarlo a él también. Luchamos largo y tendido en la nieve, hasta que el agotamiento me aturdió y caí inconsciente. Desperté en la enfermería del puerto de Sindur. Hanck me miraba preocupado, lleno de vendajes por las heridas que recibió en nuestra pelea. Al verlo entendí lo que él había hecho por mí: fue el depositario de mi ira. Asumió los golpes para que yo pudiese vivir, para que el peso de la ley de Gadélica no cayese flagelante a mis hombros. Lloré de ira, de frustración, de agradecimiento, de pena, de tormentos. Juré ese día que el sacrificio de Hanck no sería en vano. Juré que encontraría al viejo asqueroso que acusó a Elena. Juré, y vaya sí juré, que me haría más fuerte: que a través de mi fuerza conquistaría las adversidades, que mi pericia me diera la habilidad necesaria como lograr mis cometidos: Thor, Sif, ambos estuvieron de acuerdo ante mis súplicas y me bendijeron con su gracia. Eternamente estaré agradecido. Eternamente lucharé por mis propósitos, de ser quien empuña la tormenta para purificar la tierra de injusticias, aun cuando las mismas son ocasionadas por la ley de los hombres.

Me doy un momento.

Un momento, por favor.

Respiro hondo, mojo la péndula.

Decía, estaba esperando en los muelles del distrito del puerto a mi amigo Hanck.

Nuestro reencuentro fue venturoso. Yo había pasado un par de años lejos de Gadélica, lejos de la ciudad que tanto tormento me hizo pasar. Esos años sirvieron como ambrosía a la pena. Volví fortalecido, imbuido de una resolución férrea que sigue guiando mis pasos. En la aislada Monte Verde hallé paz.

Hanck y yo nos unimos por fin al gremio de aventureros. De momento no tengo interés en ganarme la vida de otra manera. Hemos hecho encargos por aquí y por allá; nuestros pasos nos han llevado lejos de la ciudad, a veces entrenamos para seguir mejorando nuestras habilidades. Los primeros pasos como aventureros siempre son difíciles, por lo que mi consejo, si acaso estoy capacitado para darlo, a quienes quieran emprender este camino sería el siguiente: encuentren un mentor. Gadélica es una ciudad enorme, siempre se logra encontrar algún alma afín. En mi caso, el destino puso a Bryn como mi mentora. Me guio cuando el deber me llevó a Sindur, me protegió de los peligros del camino y me ofreció consejo. Verla en acción fue inspirador para mí, como guerrero. Bryn es una paladina, y a pesar de que no estoy del todo de acuerdo con los ideales que protegen a cal y canto, puedo apreciar el talento marcial que requiere empuñar el escudo y el martillo de guerra de la manera en que Bryn sabe hacer. Guiado por ese cálido sentimiento, me he dedicado el último tiempo a dominar este estilo de combate, asunto que me tiene ocupado hasta el día de hoy.

Durante mis viajes, que ya han sido unos cuantos, he conocido a colegas a quienes considero mis amigos, al menos de mi parte. Maese Dalin y Runa, por ejemplo: un enano y una elfa reservada. Hacen una linda pareja y me han ayudado unas cuantas veces. Los considero buenos amigos y excelentes profesionales. También están Einar, Bjorn, Imraan, poderosos guerreros a quienes considero modelos a seguir. Tengo un largo camino por delante si acaso pretendo volverme tan ducho como ellos en el arte de la guerra: sus habilidades marciales son dignas de los más altos elogios, y como guerrero profesional considero oportuno intentar aprender de sus capacidades.

Tharin es un semielfo a quien tengo en la más alta estima, así como Sarah, una habilidosa mujer a quien nunca me gustaría tener de enemiga. Amigos de verdad los considero. Guardo sentimientos cálidos hacia ellos y me gustaría que nada malo les pase, aunque se exponen constantemente al peligro como buenos aventureros que son. Sus habilidades les mantienen a salvo de momento, cosa que francamente me tranquiliza. Si no lo son ya, llegarán a ser los mejores arqueros de Asgoria. He dicho.

Thusnelda es una preciosa mujer de mi edad, amante de melodías y canciones. Al contrario de lo que se pudiese pensarse a priori, se las apaña bastante bien en los peliagudos caminos que pueblan estas regiones. Ella fue la primera que, después de haber vuelto a Gadélica, me ofreció un abrazo cuando debido a la acción del alcohol, confesé estar viudo de Elena. Siempre le agradeceré este sencillo gesto sincero.

Y bien, hay otros colegas a quienes espero conocer en mayor profundidad cuando nuestros caminos converjan. En el gremio hay viajeros con talentos extraordinarios, personas interesantes las cuales, más allá de mis motivaciones intrínsecas, espero sumar a mi círculo de amistades. Porque esto también es cierto: desde que decidí hacerme aventurero, si bien he sorteado peligros, nunca había sido tan feliz en toda mi vida. Descubrí que conocer el mundo de primera mano es algo que me provoca una intensa felicidad. Estoy agradecido de que los dioses me hayan puesto en este camino, aun cuando dadas las dificultades y las penurias, más de una vez me he hallado a mí mismo renegando de ellos. No soy perfecto. El Valhalla habrá de saciar mi sed de sangre cuando el momento de partir llegue. Ese pensamiento me ofrece consuelo.

Bien.

Sobre los sueños…

Sí, he visto cosas extrañas en los caminos. He temido constantemente por mi vida, pues aunque me apene decirlo, sigo teniendo miedo a la muerte. Pero mis pesadillas han adquirido matices que parecen escapar al caldero que representan mis temores. Intentaré enumerar los sueños y lo que recuerdo de ellos, pues al despertar, mayor parte del contenido de los mismos parece evaporarse.

Primer sueño:

Recuerdo haber visto el Ragnarok. ¿Por qué? Pues porque el fin del mundo no es algo difícil de reconocer. Admito que mis conocimientos en estas materias son limitados, pero sí era el maldito Ragnarok, lo juro por mi vida. Prosigo. Había muerte, fuego, sangre por doquier. Los no muertos poblaban las llanuras y arrasaban las aldeas. La gente luchaba, huía, gritaba… era una imagen terrible la que se presentó ante mis ojos. Y mi cordura fue puesta a prueba cuando vi a Tharin y Sarah luchando codo a codo. Me dicen que no son héroes, pero en mi sueño, luchaban contra las aberraciones que mataban a diestra y siniestra. Entonces unos monstruosos ogros, los más grandes que he visto, se abalanzaban contra ellos. Sarah ponía una cara de “hasta aquí llegamos” y entonces desperté. Claro que en ese sueño sucedieron muchas cosas más, pero como he señalado anteriormente, los detalles se han desvanecido de mi paupérrima memoria.

Segundo sueño:

Había un festín. En ese festín, Hanck y yo nos comíamos todo lo que había sobre la mesa. Entonces un poderoso guerrero, ataviado con una pesada armadura proponía un brindis: Skol. Beber hasta no dejar nada. Eructos, risas estruendosas. Hanck me miraba sonriente y entonces, de la nada, se proponía asesinarme con su doble hacha. Luchábamos hasta asesinarnos mutuamente. Creo que lo que vi en este sueño en particular era el Valhalla. Desperté con ganas de matar cosas.

Tercer sueño:

Este en particular lo recuerdo muy borroso. Había un oso de las montañas que me mostraba sus fauces. Luchamos. No recuerdo nada más.

Cuarto sueño:

Colmillos en la oscuridad: una cara diabólica me mostraba sus fauces. No recuerdo más.

Quinto sueño:

Este es un poco más vívido. Recuerdo haber visto a Dalir y Runa luchando contra unos gigantes en lo alto de una pedregosa montaña nevada. Había gritos de batalla en el ambiente, un frío congelante y un clima tormentoso. Dalir, el maese enano, se desempeña bastante bien en combate al igual que Runa, la silenciosa y efectiva cazadora. Pero en este sueño los veía más viejos porque lucían más cicatrices en el rostro. Tal vez sea su destino tener un encuentro que deje en ellos marcas imborrables en su piel. Me angustia pensar en ello. Pero en este sueño, me temo, los gigantes logran asesinarlos y a devorarlos de la manera más gráfica de la que un sueño es capaz de develar. Intenté ayudarlos, pero mis extremidades tenían el peso de toneladas encima. Daba igual cuánto intentase auxiliarlos, mis movimientos eran demasiado lentos como para ser efectivos. Desperté llorando, gritando, angustiado. Lloré por lo que este sueño le hizo a mi sensibilidad. Lloré como si Dalir y Runa estuviesen muertos de verdad. Afortunadamente, hace poco vi a Dalir vivito y coleando. La alegría que azotó mi corazón fue indescriptible.

Sexto sueño:

Estoy seguro de haber soñado con Loki. Loki… perverso, travieso personaje que pueblas las historias de los dioses. Había en su aspecto una belleza digna de elogios, pues es un hombre de apariencia joven, de rasgos firmes y delicados, no sabría describirlo con palabras… pero es como si su desenfadado temperamento le dotase de una divertida afabilidad. Loki me llamaba hacia una cabaña, y yo, seducido por el poder de la deidad, acudía a su llamado. Ahí me encontraba con lo que parecía ser un humilde hogar, calentado por una chimenea. Llamaba a Loki, hasta que de pronto lo sentí detrás de mí. Al darme vuelta, Loki desenfundaba una daga y me daba un puntazo en el estómago, demasiado superficial para ser letal, pero con la suficiente profundidad como para hacerme sangrar.

Cuando desperté de este sueño, había un charco seco de sangre a mi lado. Tuve que deshacerme de esas ropas y comprar unas nuevas. ¿Qué significa todo esto? El asunto es un misterio, pero entiendo que Thusnelda y Avvar están teniendo sueños que les han dejado reminiscencias físicas: quemaduras que dan forma a una serpiente en sus hombros. He estado en la biblioteca buscando respuestas, pero de momento nada.

Es cuanto tengo que decir de momento.

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Segunda Parte

 

Las circunstancias que me atañen a la escritura de este diario no son las que hubiese deseado en un comienzo. Es el comienzo de la primavera y la nieve se ha derretido, dejando a la vista el verdor de las praderas, las flores y las plantas que alimentan insectos, rebaño y otros herbívoros simpáticos.

Desde que escribiese la primera parte de este diario, numerosas aventuras he sorteado, tantas que mi memoria se ve incapaz de recordarlas todas. Supongo que las iré mencionando en la medida que mi relato requiera de los hechos para darse a entender, pues este ejercicio que hago, mojando la péndula y escribiendo estas líneas, me ayuda a poner la cabeza en orden y proseguir con la mente más enfocada.

Para empezar, tuve un desafortunado accidente. Tras realizar un encargo para el gremio de aventureros, uno que me llevó a recuperar los collares de unos nobles en manos de pandilleros en los barrios bajos, labor que se vio facilitada por la compañía de los hermanos pies ligeros y una chica medio quemada cuyo nombre no recuerdo bien, Keira creo que era, me encontraba yo merendando en el distrito residencial para recuperar energías. Si bien me he vuelto más ducho en el oficio, esos bandidos no son cosa de broma, y menos cuando te rodean y te tajean, recurriendo a todo tipo de tretas y armas filosas. Y aconteció que, mientras merendaba en la mesa, una pandilla decidió tomar represalia contra mí: me atacaron por detrás mientras comía, y el impacto de la daga dio justo en mi espina dorsal. No sé cómo, pues aún tenía puesta mi armadura, pero el maldito que me atacó puso el puñal contra mi piel y procedió a desgarrar algo en mi interior. Pensé que había muerto. Tomaron mi bolsa de dinero y huyeron de vuelta a los barrios bajos. Me dejaron desangrándome en el suelo, mientras no podía moverme ni gritar para pedir ayuda. Recuerdo los gritos histéricos de una mujer, y después nada. Negro. El dolor que sentí fue tan intenso y paralizante, que pensé “hasta aquí llegué. Odín, apiádate de mí”. Afortunadamente, almas caritativas me llevaron al hospital en el distrito del templo, y ahí comenzó mi lenta y dolorosa recuperación.

Según lo que me explicó el curandero, luego de haber realizado un diagnóstico oportuno y remunerado, el bandido cortó mi columna vertebral en dos. Por eso no podía sentir de la cintura para abajo. El profesional intentó recurrir a la magia curativa, esa que no termino de entender cómo funciona, pero fue inútil. Me convertí en un lisiado inútil, la peor pesadilla para un guerrero. No puedo describir en estas páginas la frustración que sentí, la impotencia, el miedo, la pena, el llanto. El impacto que el incidente tuvo en mi persona fue de tal envergadura, que dudo lograr ser el mismo. Lo noto en las cosas más simples, como mis gestos: cuando intento por ejemplo beber una jarra de agua, mi pulso tiembla y mi confianza se ve amainada por la impotencia de no contar con la fuerza que tanto me ha costado conseguir. Pienso en las oportunidades que perderé, que no podré participar en el evento de arquería, en las ofertas laborales que no podré emprender…

Y en serio pensé que no volvería a caminar. Tuve que reconciliarme con la idea de que esto era algo que podía pasar. Cuando decides adentrarte a la vida del aventurero, te pueden ocurrir toda clase de desgracias. Mi suerte fue quedar postrado en cama, producto de un ataque cobarde hacia mi persona. Y eso me jode muchísimo: el no haber podido presentar batalla, el que se me haya sorprendido en medio del consumo de las viandas, el que haya sido tan débil como para haberlo podido evitar. Odio la sensación de saberme indefenso. Esto es casi lo peor que me ha pasado en la vida. Lo odio. ¡Lo odio!

Así que, durante este tiempo, mi vida se ha resumido en habitar la cama del hospital como si fuese mi nueva casa. El gremio no se hizo cargo de mi tratamiento, pues me encontraba fuera de servicio cuando ocurrió el incidente. No he recibido visitas porque no quise que nadie se enterara de mi condición. Mis colegas me dirían toda clase de cosas hirientes, las cuales, para ser honestos, no estoy de ánimo para escuchar. Esto es una mierda. En serio.

Las enfermeras fueron muy amables conmigo, de hecho hice amistad con una de ellas llamada Matilde, una Gadélica que resultó tener un pasado como aventurera. Con ella compartí numerosas historias, y algo que parecíamos tener en común es tener tras nuestras espaldas la vida de los caminos. En el caso de Matilde, la tragedia ocurrió así:

Matilde era una arquera. Junto a su grupo, bastante variopinto, aunque eficaz según me lo describió, fueron a las alcantarillas para hacer una limpieza: cubos gelatinosos. Si los conoceré yo. Desgraciadamente, el grupo de Matilde fue devorado frente a sus ojos por estas peligrosas criaturas, mientras ella lanzaba flechas en vano, pues estas suelen atravesar los cubos sin causarles mayores daños. Fue un milagro que ella haya salido viva de ese encuentro, pero las quemaduras en su pierna son un recordatorio permanente de que la vida del aventurero no es para cualquiera. Desde entonces cambió de profesión, dedicándose ahora al tierno cuidado de los enfermos. Es una mujer admirable. Si mis piernas no fuesen un impedimento, y si mi dignidad se hubiese mantenido intacta —pues me vi en la penosa necesidad de recurrir a ella para hacer mis necesidades básicas—, hubiese intentado conquistarla. Sé que Elena me observa desde donde esté, y que su corazón está tranquilo al saber que no la olvidaré jamás, y que en esta pavorosa vida puedo, quizás, permitirme volver a amar. Cada mujer es un universo, un misterio. Y cada amor, un mamotreto lleno de secretos, entresijos, idas y vueltas. Y cada mujer me enseña, en mi experiencia, a amar distinto. Un sabor distinto. Un aroma distinto. Creo que eso pone condimento a la vida, y que los ojos brillantes de una mujer pueden llegar a ser más aterradores que la cueva de una banda de gigantes. Eso es lo que yo creo.

Hablando de, me gustaría mucho saber dónde carajo está Hanck. Hace mucho que no lo veo y temo que lo hayan capturado, o peor. Procuraré buscarlo si tengo la oportunidad. Por otro lado, debido a esto, no he vuelto a soñar con otra cosa que no sean dolorosas caminatas, en las cuales me caigo como un bebé que está aprendiendo a caminar. No sé cuántos días han pasado, pero de momento he perdido la cuenta de cuántas veces me he caído en mis paupérrimos intentos por volver a caminar.

Y en eso me encuentro ahora. Después de un largo y delicado proceso, al menos siento las piernas lo suficiente como para caminar con la ayuda de un bastón. No sé cuánto tiempo esté en esta situación, pero el curandero me recomendó ejercitar las piernas caminando, pero volver a la vida de aventurero está absolutamente fuera de discusión de momento. Anhelo volver a las andanzas. Mi corazón lo desea con todas sus fuerzas. Por Odín, ¡superaré esta prueba!

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Parte 3

 

Me complace escribir que me he recuperado de mi lesión.

Tengo que agradecerle mucho a los curanderos y las enfermeras del hospital del distrito del templo, pues sin su intervención, mi recuperación hubiese sido imposible.

En cuanto estuve lo suficientemente apto para cargar la armadura, el escudo y el martillo de guerra, me arrojé a los caminos. No he vuelto a parar desde entonces. Siento la urgencia de vivir la vida al máximo, pues si bien he sangrado cuantiosamente en combate, esta experiencia me hizo reevaluar mi actitud: somos entes muy frágiles los seres humanos. En cualquier momento lo perdemos todo, y yo estuve a punto de perder mi fuerza, mi pericia. Afortunadamente, el destino quiso que siguiera jodiendo en este mundo, y yo, con gusto, complazco.

¿En qué momento me he vuelto tan elocuente? Debe ser el alcohol.

Quiero registrar aquí que hay muchos problemas que aquejan a los poblados. Orcos en el norte, kuo toas en el sur, muertos vivientes en Draugr, y estoy seguro de que habrá más problemas en el horizonte. Me da vueltas la cabeza, no entiendo ni la mitad de todo lo que está ocurriendo. Sólo espero poder aportar con mi granito de arena para resolver estas crisis. En verdad lo espero.

No tengo ganas de escribir más. Lo dejaré por hoy.

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Otra vez los sueños han vuelto. Y han adquirido tales matices, que me he despertado gritando de terror, causando que los inquilinos se quejen conmigo en las posadas. Ahora entiendo qué era eso que me causaba esas terribles pesadillas. Ahora entiendo que  mi miedo se manifiesta en mis sueños. No eran los dioses. No era el destino. Era algo mucho más simple, más humano: mi miedo. ¿Miedo a qué?

Sigo sin encontrar a Hanck. Me odio por eso. He preguntando, he indagado, hasta he torturado bandoleros en los caminos y en las calles. Nada. Es como si se hubiese borrado de la faz de Asgoria.

Últimamente me he dedicado a entrenar, aunque debo confesar que me he distraído mucho conversando con mis colegas de profesión. Usualmente veo a Valerian sentado en su silla del gremio -que ha cambiado descaradamente por el tronquito de Asfalgen-, junto a A'res, su amigo lobuno. No sé en qué momento lo he empezado a considerar cercano. Incluso lo siento como un amigo. Es de esas personas que al conocerla, te cae como una patada en las bolas, pero que con el tiempo,  te vas dando cuenta que es un tipo solitario con buenas intenciones. Sé que puedo confiar en él cuando se trata de realizar misiones complicadas. Eso me basta.

Y Dalir sigue tan chismoso como siempre. Cómo adoro a ese enano hijo de puta. Creo que su regreso tras su largo retiro espiritual nos cae a todos como anillo al dedo, porque vamos a necesitar de sus dotes clericales o como le digan a lo que saben hacer los sacerdotes. Espero que podamos solventar el tema del campeón de las olas pronto, porque ya quiero batirme a duelo con ese pescadote y que pase lo que tenga que pasar. Y sobre eso he tenido muchos sueños últimamente, donde revivo la derrota que sufrimos en manos de los Kuo-Toas frente al altar sobre la cascada en la costa de Sindur. En mis sueños, los Kuo Toas me hacen todo tipo de cosas innombrables, me despedazan, abusan de mí, me golpean y se burlan de mí. Yo intento defenderme pero me ocurre eso de que las extremidades pesan toneladas y apenas puedes moverlas. ¡Es tan frustrante!

Y por otro lado está Elae, a quien considero una amiga muy cercana. Ella quiere ofrecerse como conejilla de indias para un experimento ideado por los arcanos -entre ellos el ojete de Alexander (Alex pa los amigos)- y es posible que pierda la vida. Si bien me explicó sus razones, que por cierto, son muy buenas, no puedo evitar preocuparme por ella. Mi mente, catastrofista como siempre, me castigó con la imagen de ella, muerta, sin capacidad de volver a Midgard. Y eso me causó tal impacto que a veces me encuentro llorando en solitario, de pena, de rabia, de tristeza, de todo. Creo que en serio no podría soportar perderla. Sé que Einar y los demás la cuidan, y eso me tranquiliza un poco, pero no puedo evitar sentir que si ella se ofreciese a realizar el experimento, algo saldrá horriblemente mal. Espero que sólo sea mi catastrofismo porque si algo avanzase en el experimento, significaría un gran avance para solventar la maldición aquella relacionada con los no muertos.

Sarah casi se murió. Le echaron una maldición en las estepas pero no he podido sacarle más detalles. Como la elfa es tan cerrada, sé que me cuenta como el un por ciento de todo cuanto le pasa. Ahora que lo pienso, ni siquiera sé cuántos años tiene exactamente, y me pasa que como Elae, olvido fácilmente que estas chicas son más viejas que mi abuela. Elae tiene como 200 años según entiendo, pero como es tan pequeña, usualmente la veo como una hermanita mandona. ¡Qué bien se conservan los elfos! En cambio los humanos, nos afeamos rápidamente después de los 25. Bueno, todavía me quedan algunos buenos años, si bien no creo vivir tanto. ¡Eso es! Este impulso a ponerme en constante peligro, se debe en parte a eso.

YO DESEO MORIR.

¿Por qué? ¿Es por Elena? Bueno sí, en parte. Pero es porque esta vida la encuentro inaguantable. Quiero que todo termine. En serio lo deseo. ¿De verdad soy tan cobarde? ¿De dónde han salido estos oscuros pensamientos? ¡Es la tinta la que habla por mí!

¡JODANSE! ¡JODANSE TODOS!

*el diario continúa con varias páginas llenas de insultos, groserías y dibujos demoníacos*

 

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