El Héroe de Sindur (Parte 1) -Urkhon-
Cita de Chakal en 24/11/2023, 2:09 pm*Una brisa marina inunda la carpa mientras un semi-orco escribe en unos papeles andrajosos que saco del cadáver de un orco, probablemente arrancados de las manos de algún pobre diablo que tuvo la mala suerte de cruzarse con tal escoria*
-¡Urkhon!- Daka, su hermano, abre la entrada a la carpa buscándolo -Espero sea sangre y no tinta eso que está en tus manos- afirmaba entre juguetón y a modo de reprimenda.
Daka nunca fue del tipo que se precie por aprender de la experiencia transmitida en libros, cartas o escritos de algún tipo, siempre fue algo más… práctico.
El bárbaro no prestó atención, conocía las mañas de su hermano aunque nunca dudaba de su fuerza, pero en lo que a sesos se refería a veces bromeaba que algunos trozos se le escaparon por las orejas después de tantos golpes.
-¿Que necesitas, Daka?- pregunto Urkhon sin despegar la vista del papel.
-Llegó un explorador, trae noticias, parece que nos movemos- Le respondió preciso, contundente -Espero no se te atrofien las manos haciendo eso- Daka era denso, como caminar en una marisma -Las vas a necesitar para blandir acero- Solía bromear con que tener un asta larga y acero en la punta solo haría que te desarmen más fácil, el prefería agarrar el acero desde el vamos.
-Lo único que se me va a atrofiar es el cerebro si te sigo escuchando- guardo los elementos de escritura en una cajita, al igual que el papel, y se incorporó -Vamos-.
Ambos hermanos eran igual de enormes, a veces surgían discusiones sobre qué días uno era más alto que el otro y qué tanta diferencia de fuerza había tras derrotar mayor o menor número de orcos en alguna escaramuza. Pero lo que era innegable era la fortaleza que compartían cuando se encontraban en el campo de batalla luchando espalda con espalda, hombro con hombro.
Se acercaron prestos y armados al tumulto de gente. Un jinete de facciones humanas y entumecidas por el frío bajaba de un caballo que escupía espuma por la boca, la bestia estaba cansada, el animal también. Era un hombre demasiado ancho para andar a caballo, pero fue el primero con las bolas para ofrecerse en esas condiciones climáticas.
-¿Dónde… Dónde está el… el Jefe?- La papada le temblaba cual grasa de cerdo en un balde -Se están moviendo- Fue lo último que pudo articular en lo que fue llevado a la tienda del Jefe.
-Parece que reanudamos la caza- Daka miro a Urkhon con ojos brillantes, llenos de deseo por verter la sangre de sus enemigos, a la vez que sujetaba un medallón en su pecho, una moneda de 3 pulgadas con un arco grabado.
-Es momento de limpiar los bosques y caminos de esa escoria- Devolvió Urkhon la mirada a su hermano con una sonrisa cerrada, dejando ver su único colmillo sano.
Durante gran parte de la jornada se dedicaron a seguir el rastro que el explorador había destacado, las huellas parecían llevar a un claro a algunos kilómetros del campamento, pero al llegar algo se sentía fuera de lugar. El bosque estaba calmo, no había pájaros, apenas se sentía el ruido de las ramas golpeando contra si por efecto del viento.
Urkhon miraba entre los árboles, buscaba al enemigo en la espesura del bosque, pero nada parecía delatarlo; hasta que una flecha furtiva fue a clavar en el pecho de un camarada a su izquierda, a ella le siguieron tantas otras que incentivaron un grito continuo para levantar escudos. El Barbaro sostuvo firme con ambas manos su gran hacha aprovechando el escudo que presurosamente Daka colocó delante de sí.
-¡Vamos a avanzar por la derecha para dar un flanqueo!- Gritaba Urkhon mientras retumbaban las flechas contra el escudo de su hermano -¡Ahora!- Gritó con todas sus fuerzas a la vez que comenzó la encubierta carrera entre varios camaradas Suthuk.
El gigantesco escudo de Daka resistió flechas, hachas arrojadizas y hasta cráneos deformados llenos con tierra. Al llegar al frente del flanco, se pudieron divisar las facciones brutales y temibles de los orcos; algunos cubiertos en tosco acero negro mostraban enormes hachas revolenadolas de aqui para alla como en bailes que invocaban sangre y muerte.
Un grito al unísono desplegó la fuerza Suthuk contra el flanco orco, el cual ya se estaba esparciendo por el linde del bosque buscando hacer lo mismo que los mraganianos. La carga siguiente fue llevada con absoluta fiereza, hachas y escudos chocaban, espadas estallaban colisionando unas con otras, lanzas eran partidas de un solo golpe. En medio de tanto caos, Urkhon se encontró descargando pesados golpes sobre el cráneo del enemigo, desmembrando a los incautos y abollando las armaduras de los más acorazados. Su hermano no se quedaba atrás en el uso de la fuerza bruta, una enorme espada daba muestras de un filo descomunal, abriendo la carne como manteca.
El combate no mermaba, grupo tras grupo de orcos parecía reforzar el frente de combate. Estaban en todos lados, sobre los árboles, en agujeros en el piso, debajo de la nieve…
Urkhon atino a sacar una bolsa con hierbas y hongos de una bolsa en su cinto, rápidamente la apuro y devoró tan rápido como pudo el contenido. Breves palabras acompañaban el movimiento de su mandíbula, una encomienda, un ruego, una plegaria.
Sin demasiado tiempo para anticiparse, se vio rápidamente rodeado por orcos, no cabía un lugar libre quince pies a la redonda. Sujeto con firmeza el gran hacha con ambas manos a la vez que sentía su vista borronear, solo llegaba a ver una gran masa oscura delante suyo, sus manos transpiraban, su pecho se movía veloz al compás de los tambores de guerra orcos. Era el momento. Levantó su hacha con la facilidad con quien saca una cucharada del guiso y la movió oscilante de izquierda a derecha cortando cabezas, miembros y arrancando armas y escudos de las manos de los incautos orcos. Uno tras otro golpeaban el pecho, espalda y piernas del Semiorco, pero no lograban detener su impulso, poco más podrían hacer contra un oso embravecido.
En breves minutos se hizo espacio a su alrededor, parecía no quedar nadie en las inmediaciones ¿Cuánto habría perseguido a la avanzada orca? ¿cuán lejos se hallaba de sus camaradas? Rápidos sus sentidos, le advirtieron que algo se movía a su derecha, dirigió la mirada preparado para dar otro golpe de ser necesario. No se equivocó al girar, algo había allí, era una gran figura oscura, jadeante, parecía desprender grandes bocanadas de aire gélido de sus fauces, las cuales estaban cerradas sobre algo ligeramente brillante. No terminaba de figurar en su mente qué era aquello, ¿podría ser un oso, un alce, un huargo? No podía decirlo, pero se veía amenazante. Soltó aquello que sujetaba con su potente mandíbula, lo piso y rápidamente se alejó con una velocidad sumamente inusual para una criatura de tal porte.
Lentamente fue recuperando la vista al completo, su cuerpo se relajo igual que su respiración y la búsqueda de sus compatriotas se hizo esencial. Antes debía ver qué era aquello que la criatura había dejado allí, acaso para él. Sin dificultad reconoció una espada, traía emblemas y un tenia un trabajo que no eran de las tierras al norte. Había visto este trabajo en los guardias gadeleces que acompañaban a sus compatriotas mercaderes para comerciar en Hadka. Volvió a mirar a su alrededor ¿Qué significaba aquello?.
La batalla parecía terminar, gritos de agonía se iban apagando en tanto una lanza o una espada acababa con la vida de heridos delirantes de dolor, abatidos en el helado campo. El Bárbaro supo encontrar un hueco cómodo cerca de un abedul y allí apoyó el cuerpo, buscando descansar de semejante esfuerzo. No duró mucho su descanso, pues rápido fue Daka en dar con él nuevamente.
-¡Hermano!- Se acercó Daka rápido -¿No te falta nada?- Intentaba tocarlo en brazos y cabeza buscando algún faltante.
-¡Suelta!- Lo increpó Urkhon, lo incomodaba tanto manoseo -Necesito un respiro, pero será más tarde reunámonos con los demás-.
Mientras caminaban no dejaba de pasar por su mente el encuentro con la criatura, el emblema de Gadelica. Algo comenzaba a crecer en su pecho, una necesidad, un deseo de viaje, de aventura más allá de las aguas heladas del norte. Era momento de poner el pié sobre las tierras gadelesas.
*Una brisa marina inunda la carpa mientras un semi-orco escribe en unos papeles andrajosos que saco del cadáver de un orco, probablemente arrancados de las manos de algún pobre diablo que tuvo la mala suerte de cruzarse con tal escoria*
-¡Urkhon!- Daka, su hermano, abre la entrada a la carpa buscándolo -Espero sea sangre y no tinta eso que está en tus manos- afirmaba entre juguetón y a modo de reprimenda.
Daka nunca fue del tipo que se precie por aprender de la experiencia transmitida en libros, cartas o escritos de algún tipo, siempre fue algo más… práctico.
El bárbaro no prestó atención, conocía las mañas de su hermano aunque nunca dudaba de su fuerza, pero en lo que a sesos se refería a veces bromeaba que algunos trozos se le escaparon por las orejas después de tantos golpes.
-¿Que necesitas, Daka?- pregunto Urkhon sin despegar la vista del papel.
-Llegó un explorador, trae noticias, parece que nos movemos- Le respondió preciso, contundente -Espero no se te atrofien las manos haciendo eso- Daka era denso, como caminar en una marisma -Las vas a necesitar para blandir acero- Solía bromear con que tener un asta larga y acero en la punta solo haría que te desarmen más fácil, el prefería agarrar el acero desde el vamos.
-Lo único que se me va a atrofiar es el cerebro si te sigo escuchando- guardo los elementos de escritura en una cajita, al igual que el papel, y se incorporó -Vamos-.
Ambos hermanos eran igual de enormes, a veces surgían discusiones sobre qué días uno era más alto que el otro y qué tanta diferencia de fuerza había tras derrotar mayor o menor número de orcos en alguna escaramuza. Pero lo que era innegable era la fortaleza que compartían cuando se encontraban en el campo de batalla luchando espalda con espalda, hombro con hombro.
Se acercaron prestos y armados al tumulto de gente. Un jinete de facciones humanas y entumecidas por el frío bajaba de un caballo que escupía espuma por la boca, la bestia estaba cansada, el animal también. Era un hombre demasiado ancho para andar a caballo, pero fue el primero con las bolas para ofrecerse en esas condiciones climáticas.
-¿Dónde… Dónde está el… el Jefe?- La papada le temblaba cual grasa de cerdo en un balde -Se están moviendo- Fue lo último que pudo articular en lo que fue llevado a la tienda del Jefe.
-Parece que reanudamos la caza- Daka miro a Urkhon con ojos brillantes, llenos de deseo por verter la sangre de sus enemigos, a la vez que sujetaba un medallón en su pecho, una moneda de 3 pulgadas con un arco grabado.
-Es momento de limpiar los bosques y caminos de esa escoria- Devolvió Urkhon la mirada a su hermano con una sonrisa cerrada, dejando ver su único colmillo sano.
Durante gran parte de la jornada se dedicaron a seguir el rastro que el explorador había destacado, las huellas parecían llevar a un claro a algunos kilómetros del campamento, pero al llegar algo se sentía fuera de lugar. El bosque estaba calmo, no había pájaros, apenas se sentía el ruido de las ramas golpeando contra si por efecto del viento.
Urkhon miraba entre los árboles, buscaba al enemigo en la espesura del bosque, pero nada parecía delatarlo; hasta que una flecha furtiva fue a clavar en el pecho de un camarada a su izquierda, a ella le siguieron tantas otras que incentivaron un grito continuo para levantar escudos. El Barbaro sostuvo firme con ambas manos su gran hacha aprovechando el escudo que presurosamente Daka colocó delante de sí.
-¡Vamos a avanzar por la derecha para dar un flanqueo!- Gritaba Urkhon mientras retumbaban las flechas contra el escudo de su hermano -¡Ahora!- Gritó con todas sus fuerzas a la vez que comenzó la encubierta carrera entre varios camaradas Suthuk.
El gigantesco escudo de Daka resistió flechas, hachas arrojadizas y hasta cráneos deformados llenos con tierra. Al llegar al frente del flanco, se pudieron divisar las facciones brutales y temibles de los orcos; algunos cubiertos en tosco acero negro mostraban enormes hachas revolenadolas de aqui para alla como en bailes que invocaban sangre y muerte.
Un grito al unísono desplegó la fuerza Suthuk contra el flanco orco, el cual ya se estaba esparciendo por el linde del bosque buscando hacer lo mismo que los mraganianos. La carga siguiente fue llevada con absoluta fiereza, hachas y escudos chocaban, espadas estallaban colisionando unas con otras, lanzas eran partidas de un solo golpe. En medio de tanto caos, Urkhon se encontró descargando pesados golpes sobre el cráneo del enemigo, desmembrando a los incautos y abollando las armaduras de los más acorazados. Su hermano no se quedaba atrás en el uso de la fuerza bruta, una enorme espada daba muestras de un filo descomunal, abriendo la carne como manteca.
El combate no mermaba, grupo tras grupo de orcos parecía reforzar el frente de combate. Estaban en todos lados, sobre los árboles, en agujeros en el piso, debajo de la nieve…
Urkhon atino a sacar una bolsa con hierbas y hongos de una bolsa en su cinto, rápidamente la apuro y devoró tan rápido como pudo el contenido. Breves palabras acompañaban el movimiento de su mandíbula, una encomienda, un ruego, una plegaria.
Sin demasiado tiempo para anticiparse, se vio rápidamente rodeado por orcos, no cabía un lugar libre quince pies a la redonda. Sujeto con firmeza el gran hacha con ambas manos a la vez que sentía su vista borronear, solo llegaba a ver una gran masa oscura delante suyo, sus manos transpiraban, su pecho se movía veloz al compás de los tambores de guerra orcos. Era el momento. Levantó su hacha con la facilidad con quien saca una cucharada del guiso y la movió oscilante de izquierda a derecha cortando cabezas, miembros y arrancando armas y escudos de las manos de los incautos orcos. Uno tras otro golpeaban el pecho, espalda y piernas del Semiorco, pero no lograban detener su impulso, poco más podrían hacer contra un oso embravecido.
En breves minutos se hizo espacio a su alrededor, parecía no quedar nadie en las inmediaciones ¿Cuánto habría perseguido a la avanzada orca? ¿cuán lejos se hallaba de sus camaradas? Rápidos sus sentidos, le advirtieron que algo se movía a su derecha, dirigió la mirada preparado para dar otro golpe de ser necesario. No se equivocó al girar, algo había allí, era una gran figura oscura, jadeante, parecía desprender grandes bocanadas de aire gélido de sus fauces, las cuales estaban cerradas sobre algo ligeramente brillante. No terminaba de figurar en su mente qué era aquello, ¿podría ser un oso, un alce, un huargo? No podía decirlo, pero se veía amenazante. Soltó aquello que sujetaba con su potente mandíbula, lo piso y rápidamente se alejó con una velocidad sumamente inusual para una criatura de tal porte.
Lentamente fue recuperando la vista al completo, su cuerpo se relajo igual que su respiración y la búsqueda de sus compatriotas se hizo esencial. Antes debía ver qué era aquello que la criatura había dejado allí, acaso para él. Sin dificultad reconoció una espada, traía emblemas y un tenia un trabajo que no eran de las tierras al norte. Había visto este trabajo en los guardias gadeleces que acompañaban a sus compatriotas mercaderes para comerciar en Hadka. Volvió a mirar a su alrededor ¿Qué significaba aquello?.
La batalla parecía terminar, gritos de agonía se iban apagando en tanto una lanza o una espada acababa con la vida de heridos delirantes de dolor, abatidos en el helado campo. El Bárbaro supo encontrar un hueco cómodo cerca de un abedul y allí apoyó el cuerpo, buscando descansar de semejante esfuerzo. No duró mucho su descanso, pues rápido fue Daka en dar con él nuevamente.
-¡Hermano!- Se acercó Daka rápido -¿No te falta nada?- Intentaba tocarlo en brazos y cabeza buscando algún faltante.
-¡Suelta!- Lo increpó Urkhon, lo incomodaba tanto manoseo -Necesito un respiro, pero será más tarde reunámonos con los demás-.
Mientras caminaban no dejaba de pasar por su mente el encuentro con la criatura, el emblema de Gadelica. Algo comenzaba a crecer en su pecho, una necesidad, un deseo de viaje, de aventura más allá de las aguas heladas del norte. Era momento de poner el pié sobre las tierras gadelesas.