Nymeria - La maldición de la Sangre
Cita de Oldman Logan en 08/01/2023, 10:30 pmNymeria: La Maldición de la Sangre:
Hace más de 200 años.
Apenas era una niña cuando ocurrió el evento conocido como la Maldición de la Sangre, aquél que eliminó a todo elfo que no estuviese en Arvandor Taure de la faz de Asgoria. Su familia, la cual se encontraba viajando hacia las tierras enanas de Karak Knorn no fue la excepción. Sus padres y sus tres hermanos, muertos en un instante, así como el resto de la comitiva. Solo ella se había salvado al retrasar el viaje por unos días. Había decidió que quería aprender más de las mezclas y formulas alquímicas, la boticaria le había permitido asistirla después de tanta insistencia. Claro que no era raro, ya que era su tía, además, lo único que hacía era limpiar y ordenar. ¿Quién iba a pensar que eso le salvaría la vida?
Dos días después, cuando a trote de caballo salió para tratar de alcanzar la caravana cerca de La Quadra como le habían dicho, se encontró con una escena aterradora. Las carretas estaban estáticas en medio del camino. De los caballos, sólo había dos, muertos por el frío. Dentro de las carretas, su familia yacía muerta casi desde el momento de la partida, la sangre que antes había manado de sus ojos, nariz y boca, ahora eran cristales de color rojo, el resto de la comitiva estaba de la misma manera, con apenas 12 años, no entendía lo que pasaba. La congoja se adueñó de ella, pasó horas abrazada al cuerpo de su madre, mientras miraba a su padre y sus hermanos.
No supo cuánto tiempo pasó hasta que tomó valor y emprendió el camino de vuelta antes de que su caballo corriera la misma suerte. Cabalgó un día en vez de dos, en Arvandor debían enterarse de lo que había pasado. La sorpresa fue más grande aun cuando se encontró con alguna especie de barrera, por la cual no podía pasar. En la entrada del bosque había un anunció que avisaba que todo aquel que se atreviera a salir de Arvandor no podría volver. Buscó por todas las entradas que conocía, todas con la misma suerte, sin nadie que le explique qué pasaba. Maldijo a los cuatro vientos, se sentía sola, triste y por sobre todo, traicionada. Lo único que le pasó por la cabeza, fue en volver y ocuparse de los cuerpos de su familia. Ya sin poder entrar, el curso se trazó por sí solo.
Volvió a La Quadra, los cuerpos ya estaban tapados por la nieve. Sonrió amargamente, ya que ni eso podía hacer. Lloró durante un largo rato, el cansancio, el hambre y el frío estaban ganando, su caballo había huido tratando de evitar el frío. Sabía que debía levantarse y moverse, si se quedaba allí moriría también. A duras penas empezó a caminar, deambuló durante lo que parecieron días, hasta que ya no pudo más y cayó al piso, la nieve ni siquiera se sentía fría. Cerró los ojos y pensó que todo había terminado, pronto estaría con su familia.
Despertó en una cama, con otra ropa que no era suya, mucho más sencilla, pero a la vez cómoda. La luz aun le molestaba en los ojos, pero poco a poco fue vislumbrando el lugar; había muchas camas en el cuarto donde estaba. No entendía como había llegado ahí, obviamente estaba con vida, alguien la habría encontrado. Justo en ese momento, un anciano, con unas ropas muy similares a las que tenía puestas, apareció desde el rincón de la habitación y le explicó que uno de los hermanos le había encontrado en el camino y la había llevado al monasterio en muy mal estado, de eso ya hacia un mes. Le hizo una serie de preguntas, y le explicó también lo que había pasado con los elfos. Le invitó a quedarse hasta que sane. Asintió con un débil "gracias" y volvió a perder la consciencia.
Después de algunas semanas, su cuerpo se había repuesto, tanto como para levantarse de la cama y dar un paseo por los alrededores, varios monjes se acercaron a ver cómo iba, algunos sanadores, otros maestros eruditos. Después de lo que había pasado, era raro ver a una elfa con vida, teorizaban que podría haber sido suerte el haber estado en el medio de la nada, pero no se animaban a pronunciarse, porque no se sabía si había sido una enfermedad, maldición o cualquier otra cosa lo que los exterminó.
Pasadas algunas semanas, había reflexionado que se había quedado sin nada ni nadie, no tenía un lugar en el mundo. La tristeza ya no le molestaba tanto, lo que sí tenía, era un rencor que le recorría por dentro llenándola de amargura, tenía que hacer algo con eso, pero no sabía cómo.
Pasados algunos días más, después de algunos paseos, pudo ver como estos monjes entrenaban sus habilidades, nunca había visto algo parecido, sobre todo, como después de tanta actividad y pelea, volvían a estar en completa calma. Calma, eso sería maravilloso pensaba. El viejo maestro del monasterio, al ver su interés, se le acercó y le explicó que la mayoría de esos monjes, incluso él, llegaron al templo siendo niños, cada uno con sus problemas y vidas acuesta, y que el tener un propósito y un lugar, la ayudaría a encontrarse consigo y alcanzar esa anhelada tranquilidad que buscaba. Le dijo que así lo quería, ese sería su nuevo hogar.
Esa noche no podía meditar, pensaba en la oferta del maestro, pero creía imposible conseguir la calma, estar alguna vez en paz, el enojo era mucho, el rencor lo era más, y sabía que quería encontrar al responsable de eso, sea quien o que fuere.
Justo en ese momento, una voz se hizo audible, y desde las sombras, una figura se le acercó al costado de la cama, era el mismo viejito que vio la primera vez que despertó, esta vez le traía agua. “Hay varias formas de alcanzar la paz, y la iluminación. No siempre viene con la luz”. Decía sonriente, “Toda esa rabia que sientes, todo ese rencor, puede volverse quietud, puede ser lo que te mueva hacia tu propósito, puede llevarte a la calma, lo que algunos llaman venganza, otros llaman propósito, lo único que debes hacer, es nunca traicionarte ni a ti, a tu esencia, ni a los tuyos. Después, cada uno elige como carga su mochila. Te doy la bienvenida al templo, porque ya has decidido”. Le dijo el viejo mientras le servía un vaso de agua.
Esa noche, pudo meditar con tranquilidad, por primera vez en mucho tiempo.
Autor: Pol Rayne
Correciones: Nachovyx
Nymeria: La Maldición de la Sangre:
Hace más de 200 años.
Apenas era una niña cuando ocurrió el evento conocido como la Maldición de la Sangre, aquél que eliminó a todo elfo que no estuviese en Arvandor Taure de la faz de Asgoria. Su familia, la cual se encontraba viajando hacia las tierras enanas de Karak Knorn no fue la excepción. Sus padres y sus tres hermanos, muertos en un instante, así como el resto de la comitiva. Solo ella se había salvado al retrasar el viaje por unos días. Había decidió que quería aprender más de las mezclas y formulas alquímicas, la boticaria le había permitido asistirla después de tanta insistencia. Claro que no era raro, ya que era su tía, además, lo único que hacía era limpiar y ordenar. ¿Quién iba a pensar que eso le salvaría la vida?
Dos días después, cuando a trote de caballo salió para tratar de alcanzar la caravana cerca de La Quadra como le habían dicho, se encontró con una escena aterradora. Las carretas estaban estáticas en medio del camino. De los caballos, sólo había dos, muertos por el frío. Dentro de las carretas, su familia yacía muerta casi desde el momento de la partida, la sangre que antes había manado de sus ojos, nariz y boca, ahora eran cristales de color rojo, el resto de la comitiva estaba de la misma manera, con apenas 12 años, no entendía lo que pasaba. La congoja se adueñó de ella, pasó horas abrazada al cuerpo de su madre, mientras miraba a su padre y sus hermanos.
No supo cuánto tiempo pasó hasta que tomó valor y emprendió el camino de vuelta antes de que su caballo corriera la misma suerte. Cabalgó un día en vez de dos, en Arvandor debían enterarse de lo que había pasado. La sorpresa fue más grande aun cuando se encontró con alguna especie de barrera, por la cual no podía pasar. En la entrada del bosque había un anunció que avisaba que todo aquel que se atreviera a salir de Arvandor no podría volver. Buscó por todas las entradas que conocía, todas con la misma suerte, sin nadie que le explique qué pasaba. Maldijo a los cuatro vientos, se sentía sola, triste y por sobre todo, traicionada. Lo único que le pasó por la cabeza, fue en volver y ocuparse de los cuerpos de su familia. Ya sin poder entrar, el curso se trazó por sí solo.
Volvió a La Quadra, los cuerpos ya estaban tapados por la nieve. Sonrió amargamente, ya que ni eso podía hacer. Lloró durante un largo rato, el cansancio, el hambre y el frío estaban ganando, su caballo había huido tratando de evitar el frío. Sabía que debía levantarse y moverse, si se quedaba allí moriría también. A duras penas empezó a caminar, deambuló durante lo que parecieron días, hasta que ya no pudo más y cayó al piso, la nieve ni siquiera se sentía fría. Cerró los ojos y pensó que todo había terminado, pronto estaría con su familia.
Despertó en una cama, con otra ropa que no era suya, mucho más sencilla, pero a la vez cómoda. La luz aun le molestaba en los ojos, pero poco a poco fue vislumbrando el lugar; había muchas camas en el cuarto donde estaba. No entendía como había llegado ahí, obviamente estaba con vida, alguien la habría encontrado. Justo en ese momento, un anciano, con unas ropas muy similares a las que tenía puestas, apareció desde el rincón de la habitación y le explicó que uno de los hermanos le había encontrado en el camino y la había llevado al monasterio en muy mal estado, de eso ya hacia un mes. Le hizo una serie de preguntas, y le explicó también lo que había pasado con los elfos. Le invitó a quedarse hasta que sane. Asintió con un débil "gracias" y volvió a perder la consciencia.
Después de algunas semanas, su cuerpo se había repuesto, tanto como para levantarse de la cama y dar un paseo por los alrededores, varios monjes se acercaron a ver cómo iba, algunos sanadores, otros maestros eruditos. Después de lo que había pasado, era raro ver a una elfa con vida, teorizaban que podría haber sido suerte el haber estado en el medio de la nada, pero no se animaban a pronunciarse, porque no se sabía si había sido una enfermedad, maldición o cualquier otra cosa lo que los exterminó.
Pasadas algunas semanas, había reflexionado que se había quedado sin nada ni nadie, no tenía un lugar en el mundo. La tristeza ya no le molestaba tanto, lo que sí tenía, era un rencor que le recorría por dentro llenándola de amargura, tenía que hacer algo con eso, pero no sabía cómo.
Pasados algunos días más, después de algunos paseos, pudo ver como estos monjes entrenaban sus habilidades, nunca había visto algo parecido, sobre todo, como después de tanta actividad y pelea, volvían a estar en completa calma. Calma, eso sería maravilloso pensaba. El viejo maestro del monasterio, al ver su interés, se le acercó y le explicó que la mayoría de esos monjes, incluso él, llegaron al templo siendo niños, cada uno con sus problemas y vidas acuesta, y que el tener un propósito y un lugar, la ayudaría a encontrarse consigo y alcanzar esa anhelada tranquilidad que buscaba. Le dijo que así lo quería, ese sería su nuevo hogar.
Esa noche no podía meditar, pensaba en la oferta del maestro, pero creía imposible conseguir la calma, estar alguna vez en paz, el enojo era mucho, el rencor lo era más, y sabía que quería encontrar al responsable de eso, sea quien o que fuere.
Justo en ese momento, una voz se hizo audible, y desde las sombras, una figura se le acercó al costado de la cama, era el mismo viejito que vio la primera vez que despertó, esta vez le traía agua. “Hay varias formas de alcanzar la paz, y la iluminación. No siempre viene con la luz”. Decía sonriente, “Toda esa rabia que sientes, todo ese rencor, puede volverse quietud, puede ser lo que te mueva hacia tu propósito, puede llevarte a la calma, lo que algunos llaman venganza, otros llaman propósito, lo único que debes hacer, es nunca traicionarte ni a ti, a tu esencia, ni a los tuyos. Después, cada uno elige como carga su mochila. Te doy la bienvenida al templo, porque ya has decidido”. Le dijo el viejo mientras le servía un vaso de agua.
Esa noche, pudo meditar con tranquilidad, por primera vez en mucho tiempo.
Autor: Pol Rayne
Correciones: Nachovyx