𝑺𝒐𝒎𝒃𝒓𝒂 𝒅𝒆 𝑾𝒐𝒅𝒆𝒏𝒐𝒇𝒇
Cita de Nachovyx en 20/11/2022, 2:21 am
♦ 𝑬𝒔𝒄𝒖𝒄𝒉𝒂𝒓 𝑺𝒐𝒎𝒃𝒓𝒂 𝒅𝒆 𝑾𝒐𝒅𝒆𝒏𝒐𝒇𝒇 ♦
Con esas inmortales palabras el gran maestro cerró la clase. El salón entonces se llenó de pasos, conversaciones y muebles corriéndose.
Todos los jóvenes potenciales emprendieron camino hacia a la Plaza del Pináculo a descansar.
Entre ellos, un desalineado y esbelto pelirrojo trataba de seguirle el ritmo como podía al grupo de compañeros que caminaba hablando con tanto volumen que apenas si podía escuchar sus propios pensamientos.
Wodenoff, o Woden a secas, era una figura excepcionalmente ordinaria en un mar de hijos de la nobleza. Sus únicas cualidades redimibles eran su parentesco con el famoso historiador Sir Arabath Derleth y sus curiosos ojos púrpura que, según el cotilleo local, no era más que un truco barato para hacerse notar y llamar la atención. Pero aún vistiendo siempre de negro para pasar desapercibido, no hacía más que lograr contrastar esa contradicción de colores andante que lo seguían a todas partes. Por su puesto que la cicatriz en medio de su mentón tampoco ayudaba a estar presentable. Sin embargo, Woden estaba más allá de los murmureos, aún si “más allá” no era un destino claro.
"Eres una ironía que camina". Solía ser la frase de su tío.
Al fin alcanzó al grupo de compañeros y se sentó junto a ellos en la gran plaza de Garl. Mientras todos lo ignoraban a propósito, se enfocó en escuchar sus charlas, entender su mundo, pero sólo obtenía discursos de egos pomposos e inflados, de favores comprados y de padres que les conseguían audiencias con importantes esferas sociales que moldearían su futuro. Todo esto, sin perder de vista el hecho de que él sólo existía dentro del Atalaya por la gracia y mecenazgo de Sir Arabath Derleth, su tío que lo apadrinó como negocio para sí mismo. Si Woden resultara excepcional, entonces su inversión redituaría con creces. Pero Woden estaba lejos de ser excepcional y a duras penas lograba juntar ánimos para siquiera considerarse normal, y sólo si estaba teniendo un buen día.
Lo abrumaban las grandes personalidades de sus compañeros y superiores, quienes hacían un espectáculo de su imagen para recordarle a los demás su lugar en el mundo. Prefería ser certero y decir lo mínimo necesario, buscando pasar desapercibido y evitando así que otros usen sus palabras en su contra, ya que una opinión de más, podría significarle escorna entre sus compañeros o humillación de sus maestros. No obstante, por mucho que intentara no hacerse notar, sus ojos delataban una anomalía difícil de no querer investigar.
Pero toda esa fanfarria y muestras de grandeza sólo era el medio con el que se acercaban a sus aspiraciones, la única aspiración, de hecho. Digna de orquestar complots, humillación social y hasta intentos de asesinato; lograr atraer la mirada del Sínodo de los Ocho.
El Sínodo de los Ocho congregaba a los ocho grandes maestros archimagos de Nethras, conocidos como priores, un título de actitud cuasi religiosa para denominar a quienes detentaban el futuro de la nación y ostentaban un poder arcano inconmensurable por sí solos. Poder sólo frenado por sus intereses políticos y por la influencia de los otro siete priores que actuaban de contrapeso.
Woden demostró que no era más que otro pupilo promedio en los rangos de los potenciales que querían a toda costa impresionar al Sínodo, y durante sus examenes de pruebas finales un hecho confuso lo llevó a perder el control de forma vergonzosa y arruinió por completo su prueba, no sin antes poner en peligro a varios compañeros. Esto le valió la desafortunada visita al Sínodo; pero para recibir su expulsión formal del Atalaya.
El abrumador e intimidante salón del Sínodo era una opresiva masa de piedra y vitrales que apenas dejaban entrar la luz. Los Ocho lo miraban en un entremedio de desdén y curiosidad como quien mira el comportamiento de un ratón acorralado.
Empezó a explicar la situación, a suplicar que le dieran una segunda oportunidad, intentó decir que alguien había alterado sus componentes materiales, corroídos de alguna manera, que todo iba bien. El Prior de Ilusión lo llamó a callarse y con un hastiado y aburrido gesto de su mano lo trajo levitando hasta que sus rostros se encontraron, lo miró intensamente y resopló un curioso “veo sombras”. Acto seguido, lo catapultó hacia el Prior de Conjuración, quien entrecerró los ojos buscando ver algo más allá de sus pupilas en esos brillantes ojos púrpura y sólo sururró la palabra “Niflheim”. Woden buscóno hacer mucho contacto visual con sus ojos como pequeñas galaxias. Lo depositó en el suelo y, completamente aterrado, atinó a retirarse en reverencia del gran salón.
Sir Arabath Derleth, su tío y prominente noble del Alcázar de Garl, le soltó su patrocinio y le recomendó que silenciosamente se ahorrara mayor humillación y se auto exiliara de la ciudad para no traer más vergüenza a su familia. Desafortunadamente para Woden, su lugar en la cadena alimenticia de la nobleza no le permitían protestar. Sólo atinó a explicar lo ocurrido en su evaluación final y a cambio de eso recibió una bofetada que le dobló el cuello. Si tan solo supiera realmente las distancias que otros correrían para quitarse la competencia del medio, sabría que pagó un precio barato por su accidente y que debió saber mejor que un intento de sabotaje estaría en el horizonte.
Y fue así, que con sus pocas pertenencias y la promesa de descubrir quién le había arruinado su futuro, partió en barco al único lugar donde podría hacerse un nombre para si mismo sin que sus talentos causen más problemas, bajo la seguridad y el control del Consejo gadeléz.
♦ 𝑬𝒔𝒄𝒖𝒄𝒉𝒂𝒓 𝑺𝒐𝒎𝒃𝒓𝒂 𝒅𝒆 𝑾𝒐𝒅𝒆𝒏𝒐𝒇𝒇 ♦
Con esas inmortales palabras el gran maestro cerró la clase. El salón entonces se llenó de pasos, conversaciones y muebles corriéndose.
Todos los jóvenes potenciales emprendieron camino hacia a la Plaza del Pináculo a descansar.
Entre ellos, un desalineado y esbelto pelirrojo trataba de seguirle el ritmo como podía al grupo de compañeros que caminaba hablando con tanto volumen que apenas si podía escuchar sus propios pensamientos.
Wodenoff, o Woden a secas, era una figura excepcionalmente ordinaria en un mar de hijos de la nobleza. Sus únicas cualidades redimibles eran su parentesco con el famoso historiador Sir Arabath Derleth y sus curiosos ojos púrpura que, según el cotilleo local, no era más que un truco barato para hacerse notar y llamar la atención. Pero aún vistiendo siempre de negro para pasar desapercibido, no hacía más que lograr contrastar esa contradicción de colores andante que lo seguían a todas partes. Por su puesto que la cicatriz en medio de su mentón tampoco ayudaba a estar presentable. Sin embargo, Woden estaba más allá de los murmureos, aún si “más allá” no era un destino claro.
"Eres una ironía que camina". Solía ser la frase de su tío.
Al fin alcanzó al grupo de compañeros y se sentó junto a ellos en la gran plaza de Garl. Mientras todos lo ignoraban a propósito, se enfocó en escuchar sus charlas, entender su mundo, pero sólo obtenía discursos de egos pomposos e inflados, de favores comprados y de padres que les conseguían audiencias con importantes esferas sociales que moldearían su futuro. Todo esto, sin perder de vista el hecho de que él sólo existía dentro del Atalaya por la gracia y mecenazgo de Sir Arabath Derleth, su tío que lo apadrinó como negocio para sí mismo. Si Woden resultara excepcional, entonces su inversión redituaría con creces. Pero Woden estaba lejos de ser excepcional y a duras penas lograba juntar ánimos para siquiera considerarse normal, y sólo si estaba teniendo un buen día.
Lo abrumaban las grandes personalidades de sus compañeros y superiores, quienes hacían un espectáculo de su imagen para recordarle a los demás su lugar en el mundo. Prefería ser certero y decir lo mínimo necesario, buscando pasar desapercibido y evitando así que otros usen sus palabras en su contra, ya que una opinión de más, podría significarle escorna entre sus compañeros o humillación de sus maestros. No obstante, por mucho que intentara no hacerse notar, sus ojos delataban una anomalía difícil de no querer investigar.
Pero toda esa fanfarria y muestras de grandeza sólo era el medio con el que se acercaban a sus aspiraciones, la única aspiración, de hecho. Digna de orquestar complots, humillación social y hasta intentos de asesinato; lograr atraer la mirada del Sínodo de los Ocho.
El Sínodo de los Ocho congregaba a los ocho grandes maestros archimagos de Nethras, conocidos como priores, un título de actitud cuasi religiosa para denominar a quienes detentaban el futuro de la nación y ostentaban un poder arcano inconmensurable por sí solos. Poder sólo frenado por sus intereses políticos y por la influencia de los otro siete priores que actuaban de contrapeso.
Woden demostró que no era más que otro pupilo promedio en los rangos de los potenciales que querían a toda costa impresionar al Sínodo, y durante sus examenes de pruebas finales un hecho confuso lo llevó a perder el control de forma vergonzosa y arruinió por completo su prueba, no sin antes poner en peligro a varios compañeros. Esto le valió la desafortunada visita al Sínodo; pero para recibir su expulsión formal del Atalaya.
El abrumador e intimidante salón del Sínodo era una opresiva masa de piedra y vitrales que apenas dejaban entrar la luz. Los Ocho lo miraban en un entremedio de desdén y curiosidad como quien mira el comportamiento de un ratón acorralado.
Empezó a explicar la situación, a suplicar que le dieran una segunda oportunidad, intentó decir que alguien había alterado sus componentes materiales, corroídos de alguna manera, que todo iba bien. El Prior de Ilusión lo llamó a callarse y con un hastiado y aburrido gesto de su mano lo trajo levitando hasta que sus rostros se encontraron, lo miró intensamente y resopló un curioso “veo sombras”. Acto seguido, lo catapultó hacia el Prior de Conjuración, quien entrecerró los ojos buscando ver algo más allá de sus pupilas en esos brillantes ojos púrpura y sólo sururró la palabra “Niflheim”. Woden buscóno hacer mucho contacto visual con sus ojos como pequeñas galaxias. Lo depositó en el suelo y, completamente aterrado, atinó a retirarse en reverencia del gran salón.
Sir Arabath Derleth, su tío y prominente noble del Alcázar de Garl, le soltó su patrocinio y le recomendó que silenciosamente se ahorrara mayor humillación y se auto exiliara de la ciudad para no traer más vergüenza a su familia. Desafortunadamente para Woden, su lugar en la cadena alimenticia de la nobleza no le permitían protestar. Sólo atinó a explicar lo ocurrido en su evaluación final y a cambio de eso recibió una bofetada que le dobló el cuello. Si tan solo supiera realmente las distancias que otros correrían para quitarse la competencia del medio, sabría que pagó un precio barato por su accidente y que debió saber mejor que un intento de sabotaje estaría en el horizonte.
Y fue así, que con sus pocas pertenencias y la promesa de descubrir quién le había arruinado su futuro, partió en barco al único lugar donde podría hacerse un nombre para si mismo sin que sus talentos causen más problemas, bajo la seguridad y el control del Consejo gadeléz.
Cita de Nachovyx en 12/01/2023, 10:39 pm
♦ 𝑬𝒔𝒄𝒖𝒄𝒉𝒂𝒓 𝑺𝒐𝒎𝒃𝒓𝒂 𝒅𝒆 𝑾𝒐𝒅𝒆𝒏𝒐𝒇𝒇 ♦
Para los historiadores y puristas: Óðinn.
Para los académicos y literatos: Wotan o Woden.
Para la sociedad moderna: Odín.
Wodenoff (/woʊdɪnôf/) ‘Quien lleva a Odín consigo’, no es un nombre extraño en una región de Asgoria donde cualquier asociación con el padre de la magia ayude a fomentar una identidad más propia de la sociedad de Garl. Pero con este nombre, los padres de Wodenoff se aseguraron de poner una expectativa muy alta en quien terminó por abandonar su lugar en la sociedad noble, y contra todo pronóstico, imitó al Padre de Todos convirtiéndose en el vagabundo y explorador que realmente ansiaba ser.
No le interesaba seguir los pasos de Odín, todo era una poética coincidencia. Ciertamente no pensaba arrancarse un ojo, pero justamente sus ojos sí terminarían por hacerle ver cosas que pocos mortales llegaron a ver más allá de este mundo.
Era una idea reconfortante, extrañamente pacífica y le hacía sentir a salvo.
Cuando niño, Wodenoff no era precisamente el brillante faro que guiaría a las futuras generaciones de magisters en el Atalaya por un camino que avance la conexión sobre Yggdrasil. Lo que sí tenía, es que era un jovencito raro, ansioso y propenso a cambios de humor. Esa inestabilidad era motivo de burla y esas burlas, a querer sentirse protegido.
Cuando tuvo edad suficiente para elegir a su animal espiritual entre los permitidos por el gobierno, Woden optó por el alma de un lobo. Esto lo separaba aún más de los hijos nobles que elegían criaturas más ‘socialmente aptas’.
El lobo se llamaría Fenrir, tal como el hijo del dios que fue sometido por los suyos por ser diferente, y cuando su vida esté en peligro, Fenrir se soltaría de sus ataduras para dar caza a los enemigos de su padre.
Esto a Woden le resultaba tranquilizador, allí donde dependía de alguien más para defenderlo, cuando no sabía hacerlo solo.
Pero su lobo Fenrir ni era grande, ni iba en cadenas ni podía matar un fantasma, menos a una deidad.
La ironía estaba en que Woden se llamaba justamente como el dios a quien el verdadero Gran Lobo acabaría devorando cuando las campanas del Ragnarök sonaran. Esa pequeña broma interna le hacía reír cada tanto. Esto confundía a Fenrir.
“Eres una ironía que camina.”
Woden llegó a Gadélica por vía marítima, el día que arribó nevaba de forma inusual, un evento nunca antes visto en el continente. Intervención divina o anomalía natural, la ciudad del imperio se cubría por primera vez de “lágrimas de Skadi” como le apodó a los copos de nieve.
Su capa no tardó en mojarse y junto con eso una realización; dónde viviría y cómo haría para ganarse la buena mirada de los responsables de su futuro inmediato. En ese orden.
Un imperio sostenido por la hebra clerical que bañaba todo con la ausente figura paternal del ojo de Heimdall no podía ser muy complicado de descifrar. Sabía que necesitaba un perfil bajo, no para la ciudad, para sí mismo, hasta saber su próximo paso.
Todos los jóvenes aspirantes en el Atalaya son instruidos en lógica, estrategia, física y leyes. Incluidas las leyes de las regiones circundantes en torno a la magia. Woden sabía que necesitaría un permiso especial, pero para ganárselo, ser parte del sistema y acaparar la ley, irónicamente (otra vez) requerirían que opere de forma clandestina.
Asumió una identidad falsa, la cual exprimiría tanto como fuera posible hasta que ya no le fuera más útil ¿Qué tan difícil sería engañar a un puñado de lugareños?
La respuesta; muy fácil.
Se presentó como jóven Druida del bosque de Loren - Consiguió ropas a tono, una rama de árbol a modo de bastón y junto a Fenrir terminaba por vender la ilusión de quien comanda las fuerzas animales. Sólo que por un tiempo, el lobo debía responder ante el nombre ‘Frigg’. Esto confundía a Fenrir (de nuevo).
Tomó trabajos denigrantes y hacía lo que podía por unos cobres. Vivía más en el excremento y desperdicio de las alcantarillas que de su meta. Ejerciendo su saber alejado del ojo público. Continuó por varias semanas hasta que finalmente consiguió el permiso correspondiente y juró lealtad al consejo y al imperio.
Luego de eso se desenmascaró ante los implicados. Estaba preparado para recibir lo de siempre; rechazo y escorna, pero extrañamente su confesión fue recibida con compresión. Esto confundió a Woden.
Cinco principios universales bajo los cuales Wodenoff fundó su filosofía de vida. Cada uno más intrépido que el anterior.
En el alcázar, todos los prospectos y potenciales usualmente eligen especializarse en una de las columnas vertebrales de la existencia, una de las tantas ramas de Yggdrasil. Separadas, sólo son proyecciones de poder, juntas, son la existencia entera.
Padre Odín incentiva desde su iglesia a que sus seguidores exploren todas estas columnas, todas las ramas del Gran Árbol, al menos una vez.
La mente de Woden opera como un nervio expuesto. Nervio que necesita cubrir ante la incesante interferencia de pensamientos conflictivos y encontrados.
Estas interferencias, estas ‘voces’, a veces producto de intervención divina, profecías, videncia o locura. Los maestros advertían a los alumnos sobre escuchar voces o susurros. Bien podría ser alguna influencia planaria tratando de ejercer control sobre ellos. Ciertamente el Atalaya era caldo de cultivo para esas ocurrencias.
Para Woden, eran una molestia que debía ser gestionada y organizada y como tal, una perpetua necesidad de tener el control.
La idea del control, o de la búsqueda del mismo, es un pasaje recurrente entre los aspirantes al Sínodo. Una hermosa ilusión, una eterna contradicción. El control descontrola, pero aun así, la falacia del control se manifestaba en su especialización de poder.
Creación. Manifestar algo allí donde no hay nada, es sin duda el truco más viejo que hay en las expresiones de voluntad.
Llamada. Algo que está allí, ahora está aquí. Llega, sucede, obedece.
Invocación. La máxima expresión del control. Alguien, en otro lugar, en otro mundo, desaparece para ahora estar sometido, subyugado y comprometido en su integridad a serte leal aún contra sus propios intereses. Eres el amo, eres el esclavo.
Sanación. No hay notas. La proyección de energía positiva negada. Acceso bloqueado. Ordenamiento irresoluto.
Viaje. Lo opuesto a la Llamada. Algo que está aquí, ahora está allí. Desapareces, apareces, la identidad intacta. La idea de control, también.
Con estos principios, Woden se sentía íntegro y entero. Conjuración y sometimiento. Conjuración o Valhalla.
“Eres una ironía que camina.”
Cada ciclo se repite. Las estaciones, la historia, el comportamiento. Hasta se puede trazar un mapa nervioso de los cientos de miles de conexiones de patrones que se yuxtaponen para asemejarse, diferenciarse o absorberse.
Y quien lucha con monstruos, sabe secretamente que debe cuidarse, escudarse de no sucumbir y convertirse también en un monstruo. No en apariencia, sino en llegar a un nivel de deshumanización tal, que estar atravesado por lo extraño, lo vil, lo celestial o lo viscoso, no se lleve consigo parte de ti.
Cuando creas un vínculo con criaturas a quienes ves como una extensión de tu voluntad, ellas buscan romperte, quebrarte, liberarse de tu yugo. Sólo el poder de tus pensamientos y tu disciplina puede mantener a raya ese equilibrio. Hasta que el ciclo empiece otra vez.
Quien lucha con monstruos y los arroja a una danza interna contra sus pensamientos y a una danza externa de exponerlo a lo rompan, lo quiebren ante extrañezas del mundo que lo golpearán y matarán para su propia supervivencia, sólo entonces, te conviertes involuntariamente en el torturador perfecto. El monstruo detrás de la máscara.
Preservar tu humanidad tras vivir rodeado de criaturas, a veces más humanas que tu, a veces más carentes de sentido que tu, soplando harpas de pandemonium, chirriando, ahullando o exponiendote a palabras y susurros incognoscibles ante tentaciones de conocimiento que podrían destruir tu cerebro o ejerciendo pactos insidiosos y tramposos por servicios en tu nombre o lidiar con fuerzas celestiales, tratar con Valkirias que podrían implotar tu pecho con su mirada, es jugar con el costo de una vida, una mortalidad o un alma a cada nueva apuesta, a cada nuevo capricho del cosmos. Esa, es la horrible responsabilidad de un guardián de las llaves de los planos.
Durante sus años en el Atalaya fue un jovencito ingenuo y deseoso de impresionar. Pero esa ingenuidad le valió su expulsión e, irónicamente (otra vez), fue lo mejor que pudo haberle sucedido. No sólo porque ahora estaba librado del yugo opresivo de sus vigilantes, sino porque lo que debió ser el momento más humillante de su vida, también fue el más revelador.
El Prior de Ilusión lo dijo: “Veo sombras”. El Prior de Nigromancia lo confirmó: “Niflheim”.
Durante sus primeras semanas en Gadélica pasó horas en la biblioteca leyendo, buscando información que descifrara ese acertijo. Empezó a estudiar sobre el cosmos, sobre los planos exteriores, estaba fascinado.
Niflheim no era la respuesta. Era el punto de partida. No era el camino, pero era parte del recorrido.
Cuando niño, Wodenoff era un jovencito raro, ansioso y propenso a cambios de humor. Esa inestabilidad era motivo de burla y esas burlas, a querer sentirse protegido. Batallaba luchas internas, ansiedades aparentemente salidas de la nada, desesperación inminente, cavilaciones mentales, sentimientos de abandono. Sus padres lo abandonaron. Sólo su tío, Arabath Derleth, se apropió de él como parte de su colección. Esos eran sus monstruos y su lucha interna por no convertirse en uno. Pero no podía mostrarlo a la sociedad, eso era debilidad y escorna.
Pero no podía evitar mirar largo tiempo en el abismo. Y cuanto más mirara en sus aguas, más este miraba dentro de él.
Niflheim era la máxima representación del abismo mortal. Un paso intermedio entre la vida y la no vida, un purgatorio frío, indiferente, penoso y cubierto de sombras.
“Veo sombras”.
¿Es eso lo que vio el Prior? ¿O se refería a algo más? Tal vez eran sus sombras, sus monstruos. Tal vez ellos le hicieron fracasar en su prueba.
Sus aventuras le harían atravesar transitoriamente Niflheim. Y cuanto más mirara ese vortice entrópico, más el abismo miraría dentro de él.
Ese, era el llamado de la naturaleza. Sólo era cuestión de decidir si dejarla entrar.
Gadélica estaba demostrando ser su propio monstruo. Indomable, salvaje, misteriosa. Por cada punto de entendimiento surgían muchos más puntos de desconocimiento.
Cada pasaje, pasadizo y rincón eran un pequeño recoveco de mentiras o personas desesperadas. La nobleza desentendida, los hambrientos marginados. La justicia conveniente. Había días que parecía no haberse ido nunca del alcázar, exceptuando la eventual evacuación por explosiones de conjuros sin dirección o portales descontrolados hacia quién sabe dónde.
Le parecía irónico que se hallara auto exiliado a una ciudad laxa en ciertas normas, pero particularmente opresiva en otras. Salió de una jaula para meterse en otra.
“Eres una ironía que camina”.
Pero nunca le faltaron cosas para hacer. Recolectar manzanas para una niña caprichosa, encontrar a otro niño en las alcantarillas, ayudar a buscar huevos para un tercero, buscar el gato de una cuarta. Cómo odiaba a los niños...
Un punto de inflexión llegó cuando todo su deseo de desaparecer, de tener bajo perfil y que nadie lo molestara cambió cuando de repente una ciudad que no había terminado de adoptar por completo acabó adoptándolo a él en la forma de una simple banda metálica, un anillo, un símbolo de que sangró por una patria que no era suya. Era un sentimiento agridulce, pero no menos digno. Procuraría ser astuto con cuánto de ese crédito extorsionaría por haberse manchado las manos de sangre reptiliana. Esto, descubrió para su sorpresa, terminó no siendo suficiente.
Había una criatura más difícil de domar que todas las que conocía en su bestiario académico. Los norteños.
Habían llegado en sus drakares por el mar de Egia. Decenas, tal vez cientos. El hálito del frío y el hedor caluroso se mofaban con un bao tan fuerte como su proeza en combate. La tierra temblaba a su paso y la ciudad les abría los brazos como primos lejanos reencontrados.
El norte y el sur eran espejos de realidades alternas. Allá donde sobreviven en unidad, el sur sacrifica a sus débiles para que sólo el fuerte emerja. Ciertamente en Dhu Nun al-Kashshab se afanaban de demostrarlo. Nethras sólo tenía la decencia de la burocracia.
Mraganur no estaba lista para Woden ni él para Mraganur. Cada paso que daba era un recordatorio de que ese no era su lugar en el mundo. Hasta que conoció y obsequió una daga labrada por manos norteñas al Vinter Ragnarek y, una vez más, sangró por el pueblo que no dudaría en ejecutarlo si tan solo estornudara de forma equivocada.
Entonces vinieron los monstruos una vez más. Los orcos no le eran desconocidos, pero estos eran animales, forjados por el frío y la desesperación. La guardia tomó a cualquier voluntario dispuesto a dar mano contra su amenaza a cambio de un sello de confianza. Taran condecoró a Woden por su esfuerzo de guerra y este se marchó tan silenciosamente como llegó. Ya tenía la prueba que necesitaba.
Los norteños no responden agradablemente a títulos de nobleza o linajes de sangre mágica como en el sur, pero la insidia de mostrarles un símbolo de su tierra otorgado por el valor bastaría para forjar un puente menos áspero a cuanto bárbaro se digne a hablarle de honor, proeza en combate y.… realmente no importa.
Woden estaba decidido. La respuesta, o el principio de la respuesta, yacía en ser un trotamundos. Si iba a estudiar otras realidades, al menos debía familiarizarse con esta.
Los Nueve Mundos atados a Yggdrasil eran una eterna puerta cerrada para unos pocos selectos que poseían la llave para ir, venir o traer parte del mundo a Midgard.
Para los magisters, la Conjuración era esa llave. Pero abrir esa puerta y atravesarla, no era lo mismo que sobrevivir a lo que yaciera del otro lado.
Estar particularmente entrenado para conocer y sobrevivir las hostilidades de mundos foráneos.
Luchar con monstruos sin convertirse en uno de ellos. Mirar al abismo sin que el abismo mire dentro suyo.
Sería un Caminante de Horizontes, un explorador de mundos, una mota de polvo, una hebra, un nexo entre realidades. Aunque más no sea de rigor, símbolo e intención.
La pregunta es; por cuál horizonte estaba dispuesto a dejarse atravesar.
“Niflheim”.
Sólo debía motivarse a lo básico, a poner a prueba su cuerpo, su estamina, eventualmente los resultados le darían el camino.
¿Qué tan difícil iba a ser entrenar su físico todas las mañanas?
La respuesta; muy.
Demmin Nas era la cerradura. Sus pulmones ardiendo de dolor, la llave. La llamada de Fólkvangr, el candado.
Freya lo encontraría digno o no. Pero la palabra explorador no sería la última con la que la apoteosis del horizonte, la transpiración, el pasto y las alimañas de la tierra llegaría tocando a su puerta.
Fenrir solía aullar las noches de luna y esto era algo a lo que Woden no terminaba de acostumbrarse. El lamento agudo de su voz lo irritaba un poco.
Lo irritaban muchas cosas. La rudeza e infantilismo de los norteños, la innecesariamente compleja relación entre sus manos y sus cuerdas vocales para dibujar y llamar a las runas ancestrales vociferando el Arcanis en el medio de gritos de batalla cuando un mal oliente forajido lo perforara con su lanza, los niños, la transpiración, sentirse fuera de lugar todo el tiempo y de todos, la sobre estimulación de sus sentidos, que lo toquen sin su permiso, y no estaba del todo seguro si realmente odiaba o no a los gatos...
No estaba cómodo en su propia piel. No era él en su cuerpo. No había harmonía.
Sus humores eran una ciclotimia de benevolencia desmedida y salida de la nada pasando por apatía absoluta por la existencia. Sólo la ruptura de ese aire viciado mental ejerciendo control sobre una bestia inferior a él le daba cierta mesura de control, pero todo era una ilusión temporal.
No sabía cómo dejar de mirar el abismo, no sabía cómo cerrar los ojos a la llamada de la vacuidad.
Odín parecía verlo con su ojo ciego. Loki parecía reírse de él en las llamas.
“Eres una ironía que camina”.
Y la gran ironía era que él era un un erudito, un mago, un conjurador licenciado al servicio del concejo gadeléz bajo juramento, un exiliado, un noble, un adoptado por una familia que lo usó, un Derleth, un condecorado por fuerzas que no le pertenecían, un bromista con pésimo humor, un falso druida.
Y las sombras no paraban de tener hambre, las voces no paraban de susurrarle. Lo estaban comiendo por dentro y ya no sabía si quería detenerlas.
♦ 𝑬𝒔𝒄𝒖𝒄𝒉𝒂𝒓 𝑺𝒐𝒎𝒃𝒓𝒂 𝒅𝒆 𝑾𝒐𝒅𝒆𝒏𝒐𝒇𝒇 ♦
Gracias por leer.
♦ 𝑬𝒔𝒄𝒖𝒄𝒉𝒂𝒓 𝑺𝒐𝒎𝒃𝒓𝒂 𝒅𝒆 𝑾𝒐𝒅𝒆𝒏𝒐𝒇𝒇 ♦
Para los historiadores y puristas: Óðinn.
Para los académicos y literatos: Wotan o Woden.
Para la sociedad moderna: Odín.
Wodenoff (/woʊdɪnôf/) ‘Quien lleva a Odín consigo’, no es un nombre extraño en una región de Asgoria donde cualquier asociación con el padre de la magia ayude a fomentar una identidad más propia de la sociedad de Garl. Pero con este nombre, los padres de Wodenoff se aseguraron de poner una expectativa muy alta en quien terminó por abandonar su lugar en la sociedad noble, y contra todo pronóstico, imitó al Padre de Todos convirtiéndose en el vagabundo y explorador que realmente ansiaba ser.
No le interesaba seguir los pasos de Odín, todo era una poética coincidencia. Ciertamente no pensaba arrancarse un ojo, pero justamente sus ojos sí terminarían por hacerle ver cosas que pocos mortales llegaron a ver más allá de este mundo.
Era una idea reconfortante, extrañamente pacífica y le hacía sentir a salvo.
Cuando niño, Wodenoff no era precisamente el brillante faro que guiaría a las futuras generaciones de magisters en el Atalaya por un camino que avance la conexión sobre Yggdrasil. Lo que sí tenía, es que era un jovencito raro, ansioso y propenso a cambios de humor. Esa inestabilidad era motivo de burla y esas burlas, a querer sentirse protegido.
Cuando tuvo edad suficiente para elegir a su animal espiritual entre los permitidos por el gobierno, Woden optó por el alma de un lobo. Esto lo separaba aún más de los hijos nobles que elegían criaturas más ‘socialmente aptas’.
El lobo se llamaría Fenrir, tal como el hijo del dios que fue sometido por los suyos por ser diferente, y cuando su vida esté en peligro, Fenrir se soltaría de sus ataduras para dar caza a los enemigos de su padre.
Esto a Woden le resultaba tranquilizador, allí donde dependía de alguien más para defenderlo, cuando no sabía hacerlo solo.
Pero su lobo Fenrir ni era grande, ni iba en cadenas ni podía matar un fantasma, menos a una deidad.
La ironía estaba en que Woden se llamaba justamente como el dios a quien el verdadero Gran Lobo acabaría devorando cuando las campanas del Ragnarök sonaran. Esa pequeña broma interna le hacía reír cada tanto. Esto confundía a Fenrir.
“Eres una ironía que camina.”
Woden llegó a Gadélica por vía marítima, el día que arribó nevaba de forma inusual, un evento nunca antes visto en el continente. Intervención divina o anomalía natural, la ciudad del imperio se cubría por primera vez de “lágrimas de Skadi” como le apodó a los copos de nieve.
Su capa no tardó en mojarse y junto con eso una realización; dónde viviría y cómo haría para ganarse la buena mirada de los responsables de su futuro inmediato. En ese orden.
Un imperio sostenido por la hebra clerical que bañaba todo con la ausente figura paternal del ojo de Heimdall no podía ser muy complicado de descifrar. Sabía que necesitaba un perfil bajo, no para la ciudad, para sí mismo, hasta saber su próximo paso.
Todos los jóvenes aspirantes en el Atalaya son instruidos en lógica, estrategia, física y leyes. Incluidas las leyes de las regiones circundantes en torno a la magia. Woden sabía que necesitaría un permiso especial, pero para ganárselo, ser parte del sistema y acaparar la ley, irónicamente (otra vez) requerirían que opere de forma clandestina.
Asumió una identidad falsa, la cual exprimiría tanto como fuera posible hasta que ya no le fuera más útil ¿Qué tan difícil sería engañar a un puñado de lugareños?
La respuesta; muy fácil.
Se presentó como jóven Druida del bosque de Loren - Consiguió ropas a tono, una rama de árbol a modo de bastón y junto a Fenrir terminaba por vender la ilusión de quien comanda las fuerzas animales. Sólo que por un tiempo, el lobo debía responder ante el nombre ‘Frigg’. Esto confundía a Fenrir (de nuevo).
Tomó trabajos denigrantes y hacía lo que podía por unos cobres. Vivía más en el excremento y desperdicio de las alcantarillas que de su meta. Ejerciendo su saber alejado del ojo público. Continuó por varias semanas hasta que finalmente consiguió el permiso correspondiente y juró lealtad al consejo y al imperio.
Luego de eso se desenmascaró ante los implicados. Estaba preparado para recibir lo de siempre; rechazo y escorna, pero extrañamente su confesión fue recibida con compresión. Esto confundió a Woden.
Cinco principios universales bajo los cuales Wodenoff fundó su filosofía de vida. Cada uno más intrépido que el anterior.
En el alcázar, todos los prospectos y potenciales usualmente eligen especializarse en una de las columnas vertebrales de la existencia, una de las tantas ramas de Yggdrasil. Separadas, sólo son proyecciones de poder, juntas, son la existencia entera.
Padre Odín incentiva desde su iglesia a que sus seguidores exploren todas estas columnas, todas las ramas del Gran Árbol, al menos una vez.
La mente de Woden opera como un nervio expuesto. Nervio que necesita cubrir ante la incesante interferencia de pensamientos conflictivos y encontrados.
Estas interferencias, estas ‘voces’, a veces producto de intervención divina, profecías, videncia o locura. Los maestros advertían a los alumnos sobre escuchar voces o susurros. Bien podría ser alguna influencia planaria tratando de ejercer control sobre ellos. Ciertamente el Atalaya era caldo de cultivo para esas ocurrencias.
Para Woden, eran una molestia que debía ser gestionada y organizada y como tal, una perpetua necesidad de tener el control.
La idea del control, o de la búsqueda del mismo, es un pasaje recurrente entre los aspirantes al Sínodo. Una hermosa ilusión, una eterna contradicción. El control descontrola, pero aun así, la falacia del control se manifestaba en su especialización de poder.
Creación. Manifestar algo allí donde no hay nada, es sin duda el truco más viejo que hay en las expresiones de voluntad.
Llamada. Algo que está allí, ahora está aquí. Llega, sucede, obedece.
Invocación. La máxima expresión del control. Alguien, en otro lugar, en otro mundo, desaparece para ahora estar sometido, subyugado y comprometido en su integridad a serte leal aún contra sus propios intereses. Eres el amo, eres el esclavo.
Sanación. No hay notas. La proyección de energía positiva negada. Acceso bloqueado. Ordenamiento irresoluto.
Viaje. Lo opuesto a la Llamada. Algo que está aquí, ahora está allí. Desapareces, apareces, la identidad intacta. La idea de control, también.
Con estos principios, Woden se sentía íntegro y entero. Conjuración y sometimiento. Conjuración o Valhalla.
“Eres una ironía que camina.”
Cada ciclo se repite. Las estaciones, la historia, el comportamiento. Hasta se puede trazar un mapa nervioso de los cientos de miles de conexiones de patrones que se yuxtaponen para asemejarse, diferenciarse o absorberse.
Y quien lucha con monstruos, sabe secretamente que debe cuidarse, escudarse de no sucumbir y convertirse también en un monstruo. No en apariencia, sino en llegar a un nivel de deshumanización tal, que estar atravesado por lo extraño, lo vil, lo celestial o lo viscoso, no se lleve consigo parte de ti.
Cuando creas un vínculo con criaturas a quienes ves como una extensión de tu voluntad, ellas buscan romperte, quebrarte, liberarse de tu yugo. Sólo el poder de tus pensamientos y tu disciplina puede mantener a raya ese equilibrio. Hasta que el ciclo empiece otra vez.
Quien lucha con monstruos y los arroja a una danza interna contra sus pensamientos y a una danza externa de exponerlo a lo rompan, lo quiebren ante extrañezas del mundo que lo golpearán y matarán para su propia supervivencia, sólo entonces, te conviertes involuntariamente en el torturador perfecto. El monstruo detrás de la máscara.
Preservar tu humanidad tras vivir rodeado de criaturas, a veces más humanas que tu, a veces más carentes de sentido que tu, soplando harpas de pandemonium, chirriando, ahullando o exponiendote a palabras y susurros incognoscibles ante tentaciones de conocimiento que podrían destruir tu cerebro o ejerciendo pactos insidiosos y tramposos por servicios en tu nombre o lidiar con fuerzas celestiales, tratar con Valkirias que podrían implotar tu pecho con su mirada, es jugar con el costo de una vida, una mortalidad o un alma a cada nueva apuesta, a cada nuevo capricho del cosmos. Esa, es la horrible responsabilidad de un guardián de las llaves de los planos.
Durante sus años en el Atalaya fue un jovencito ingenuo y deseoso de impresionar. Pero esa ingenuidad le valió su expulsión e, irónicamente (otra vez), fue lo mejor que pudo haberle sucedido. No sólo porque ahora estaba librado del yugo opresivo de sus vigilantes, sino porque lo que debió ser el momento más humillante de su vida, también fue el más revelador.
El Prior de Ilusión lo dijo: “Veo sombras”. El Prior de Nigromancia lo confirmó: “Niflheim”.
Durante sus primeras semanas en Gadélica pasó horas en la biblioteca leyendo, buscando información que descifrara ese acertijo. Empezó a estudiar sobre el cosmos, sobre los planos exteriores, estaba fascinado.
Niflheim no era la respuesta. Era el punto de partida. No era el camino, pero era parte del recorrido.
Cuando niño, Wodenoff era un jovencito raro, ansioso y propenso a cambios de humor. Esa inestabilidad era motivo de burla y esas burlas, a querer sentirse protegido. Batallaba luchas internas, ansiedades aparentemente salidas de la nada, desesperación inminente, cavilaciones mentales, sentimientos de abandono. Sus padres lo abandonaron. Sólo su tío, Arabath Derleth, se apropió de él como parte de su colección. Esos eran sus monstruos y su lucha interna por no convertirse en uno. Pero no podía mostrarlo a la sociedad, eso era debilidad y escorna.
Pero no podía evitar mirar largo tiempo en el abismo. Y cuanto más mirara en sus aguas, más este miraba dentro de él.
Niflheim era la máxima representación del abismo mortal. Un paso intermedio entre la vida y la no vida, un purgatorio frío, indiferente, penoso y cubierto de sombras.
“Veo sombras”.
¿Es eso lo que vio el Prior? ¿O se refería a algo más? Tal vez eran sus sombras, sus monstruos. Tal vez ellos le hicieron fracasar en su prueba.
Sus aventuras le harían atravesar transitoriamente Niflheim. Y cuanto más mirara ese vortice entrópico, más el abismo miraría dentro de él.
Ese, era el llamado de la naturaleza. Sólo era cuestión de decidir si dejarla entrar.
Gadélica estaba demostrando ser su propio monstruo. Indomable, salvaje, misteriosa. Por cada punto de entendimiento surgían muchos más puntos de desconocimiento.
Cada pasaje, pasadizo y rincón eran un pequeño recoveco de mentiras o personas desesperadas. La nobleza desentendida, los hambrientos marginados. La justicia conveniente. Había días que parecía no haberse ido nunca del alcázar, exceptuando la eventual evacuación por explosiones de conjuros sin dirección o portales descontrolados hacia quién sabe dónde.
Le parecía irónico que se hallara auto exiliado a una ciudad laxa en ciertas normas, pero particularmente opresiva en otras. Salió de una jaula para meterse en otra.
“Eres una ironía que camina”.
Pero nunca le faltaron cosas para hacer. Recolectar manzanas para una niña caprichosa, encontrar a otro niño en las alcantarillas, ayudar a buscar huevos para un tercero, buscar el gato de una cuarta. Cómo odiaba a los niños...
Un punto de inflexión llegó cuando todo su deseo de desaparecer, de tener bajo perfil y que nadie lo molestara cambió cuando de repente una ciudad que no había terminado de adoptar por completo acabó adoptándolo a él en la forma de una simple banda metálica, un anillo, un símbolo de que sangró por una patria que no era suya. Era un sentimiento agridulce, pero no menos digno. Procuraría ser astuto con cuánto de ese crédito extorsionaría por haberse manchado las manos de sangre reptiliana. Esto, descubrió para su sorpresa, terminó no siendo suficiente.
Había una criatura más difícil de domar que todas las que conocía en su bestiario académico. Los norteños.
Habían llegado en sus drakares por el mar de Egia. Decenas, tal vez cientos. El hálito del frío y el hedor caluroso se mofaban con un bao tan fuerte como su proeza en combate. La tierra temblaba a su paso y la ciudad les abría los brazos como primos lejanos reencontrados.
El norte y el sur eran espejos de realidades alternas. Allá donde sobreviven en unidad, el sur sacrifica a sus débiles para que sólo el fuerte emerja. Ciertamente en Dhu Nun al-Kashshab se afanaban de demostrarlo. Nethras sólo tenía la decencia de la burocracia.
Mraganur no estaba lista para Woden ni él para Mraganur. Cada paso que daba era un recordatorio de que ese no era su lugar en el mundo. Hasta que conoció y obsequió una daga labrada por manos norteñas al Vinter Ragnarek y, una vez más, sangró por el pueblo que no dudaría en ejecutarlo si tan solo estornudara de forma equivocada.
Entonces vinieron los monstruos una vez más. Los orcos no le eran desconocidos, pero estos eran animales, forjados por el frío y la desesperación. La guardia tomó a cualquier voluntario dispuesto a dar mano contra su amenaza a cambio de un sello de confianza. Taran condecoró a Woden por su esfuerzo de guerra y este se marchó tan silenciosamente como llegó. Ya tenía la prueba que necesitaba.
Los norteños no responden agradablemente a títulos de nobleza o linajes de sangre mágica como en el sur, pero la insidia de mostrarles un símbolo de su tierra otorgado por el valor bastaría para forjar un puente menos áspero a cuanto bárbaro se digne a hablarle de honor, proeza en combate y.… realmente no importa.
Woden estaba decidido. La respuesta, o el principio de la respuesta, yacía en ser un trotamundos. Si iba a estudiar otras realidades, al menos debía familiarizarse con esta.
Los Nueve Mundos atados a Yggdrasil eran una eterna puerta cerrada para unos pocos selectos que poseían la llave para ir, venir o traer parte del mundo a Midgard.
Para los magisters, la Conjuración era esa llave. Pero abrir esa puerta y atravesarla, no era lo mismo que sobrevivir a lo que yaciera del otro lado.
Estar particularmente entrenado para conocer y sobrevivir las hostilidades de mundos foráneos.
Luchar con monstruos sin convertirse en uno de ellos. Mirar al abismo sin que el abismo mire dentro suyo.
Sería un Caminante de Horizontes, un explorador de mundos, una mota de polvo, una hebra, un nexo entre realidades. Aunque más no sea de rigor, símbolo e intención.
La pregunta es; por cuál horizonte estaba dispuesto a dejarse atravesar.
“Niflheim”.
Sólo debía motivarse a lo básico, a poner a prueba su cuerpo, su estamina, eventualmente los resultados le darían el camino.
¿Qué tan difícil iba a ser entrenar su físico todas las mañanas?
La respuesta; muy.
Demmin Nas era la cerradura. Sus pulmones ardiendo de dolor, la llave. La llamada de Fólkvangr, el candado.
Freya lo encontraría digno o no. Pero la palabra explorador no sería la última con la que la apoteosis del horizonte, la transpiración, el pasto y las alimañas de la tierra llegaría tocando a su puerta.
Fenrir solía aullar las noches de luna y esto era algo a lo que Woden no terminaba de acostumbrarse. El lamento agudo de su voz lo irritaba un poco.
Lo irritaban muchas cosas. La rudeza e infantilismo de los norteños, la innecesariamente compleja relación entre sus manos y sus cuerdas vocales para dibujar y llamar a las runas ancestrales vociferando el Arcanis en el medio de gritos de batalla cuando un mal oliente forajido lo perforara con su lanza, los niños, la transpiración, sentirse fuera de lugar todo el tiempo y de todos, la sobre estimulación de sus sentidos, que lo toquen sin su permiso, y no estaba del todo seguro si realmente odiaba o no a los gatos...
No estaba cómodo en su propia piel. No era él en su cuerpo. No había harmonía.
Sus humores eran una ciclotimia de benevolencia desmedida y salida de la nada pasando por apatía absoluta por la existencia. Sólo la ruptura de ese aire viciado mental ejerciendo control sobre una bestia inferior a él le daba cierta mesura de control, pero todo era una ilusión temporal.
No sabía cómo dejar de mirar el abismo, no sabía cómo cerrar los ojos a la llamada de la vacuidad.
Odín parecía verlo con su ojo ciego. Loki parecía reírse de él en las llamas.
“Eres una ironía que camina”.
Y la gran ironía era que él era un un erudito, un mago, un conjurador licenciado al servicio del concejo gadeléz bajo juramento, un exiliado, un noble, un adoptado por una familia que lo usó, un Derleth, un condecorado por fuerzas que no le pertenecían, un bromista con pésimo humor, un falso druida.
Y las sombras no paraban de tener hambre, las voces no paraban de susurrarle. Lo estaban comiendo por dentro y ya no sabía si quería detenerlas.
♦ 𝑬𝒔𝒄𝒖𝒄𝒉𝒂𝒓 𝑺𝒐𝒎𝒃𝒓𝒂 𝒅𝒆 𝑾𝒐𝒅𝒆𝒏𝒐𝒇𝒇 ♦
Gracias por leer.
Cita de Nachovyx en 03/05/2023, 10:03 pmCameos
Aún recuerdo el olor a sal marina, a humedad áspera y a moho.
Estaba sentado en una roca cerca de la carpa de los mineros en el acantilado afuera de la ciudad. Fenrir estaba particularmente inquieto, el mar no era para él. De mi morral tomé una de mis gemas canalizadoras, caleidoscópica, ese día reflectaba unos tonos esmeralda cautivadores. Me concentré en la gema un momento, tal como se nos habían enseñado. Sólo tomó un instante perforar la gema con la mirada y de repente mis ojos se pusieron en blanco…
Estaba en otro lugar, podía saborear el aire salado, jadeante, el camino rocoso se veía seguro, giré la mirada, los mineros me ignoraban si los ignoraba. Volteé y me vi, sentado en la roca, con la mirada inerte, la gema en una mano y sosteniéndome con mi bastón en la otra. Me acerqué a mi cuerpo, estaba despeinado por el viento. Los mineros no se dieron cuenta que un lobo sentado al lado de ese extraño pelirrojo los miraba. Me alejé de mi cuerpo, tomé el camino rocoso de regreso a la ciudad, aún tendría un buen tramo para recorrer, podía sentir los anhelos de Fenrir en el fondo de su mente; tenía sed.
Viré hacia la costa, no le haría beber agua salada, pero los mineros solían tener barriles o cantimploras, tal vez alguno se asustaría de verme, con suerte no habría nadie.
Había alguien. Un muchacho más joven que yo, no era minero. Tenía olor a un tiempo pasado, a un tiempo mejor, su presencia rompía con la brisa arenosa y traía aires de tierra húmeda, de suave llovizna, olía a hogar. No se asustó al verme, por el contrario, parecía diseñado a comprenderme, a descifrar mis secretos, a entender todo de mí. Me preguntó si estaba perdido y me acarició la cabeza, involuntariamente moví la cola.
Ladré. Quitó su mano y se extrañó de ver un solitario lobo rodeado de civilización en la costa marina, ciertamente una anomalía bajo circunstancias extrañas. Ladré de nuevo, empezó a seguirme, lo traje hasta mi cuerpo, cuando llegó los ojos de Fenrir se apagaron un momento y volví a mi conciencia, parpadeé tanto para quitarme la humedad salada de mis ojos que había olvidado que un chico extrañado estaba parado sin entender qué estaba sucediendo.
Miré en dirección a la cueva minera y solté un casual “el viento te trajo hacia mí”. El comentario pareció resonar en él. Lo pude ver ahora con mis ojos, tenía la mirada de alguien para quien la esperanza es inabarcable y ganas de aprender interminables. Era Demmin Nass, un explorador local de las granjas gadelesas. Fenrir lo olisqueaba al tiempo que me preguntaba quién era. Por su puesto, yo era la única persona que podía ser. Era un pagano, un druida forzado a un lugar que no era suyo. La naturaleza era caprichosa y mis deseos de sobrevivir también. Era el falso druida y estaba en una misión; la roca ya estaba inquieta, los kobolds no paraban de tomar vidas y el balance tenía que reestablecerse. Demmin fue receptivo, casi sentí lástima por el engaño, pero el fantasma de mi fracaso en el Atalaya no podía llegar hasta oídos en el norte. El rancio ego aún atado a costumbres y paradigmas de la estructura nethriana no exigían menos.
Durante las semanas siguientes, Demmin fue un compañero, un luchador capaz y alguien deseoso de aprender e impresionar… eso me recordó a mí.
Recuerdo el día en que humildemente Demmin me mostró el anillo de condecoración gadelesa por servicios al imperio. Alcé la voz y busqué la atención de los aventureros presentes y pedí una ronda de aplausos para él, su entrañable y vergonzosa timidez fue un latigazo a mis sentidos.
Demmin aún podía ser la clave para llegar a los Nueve Mundos. Pero aún debía trazar una contingencia, si tan solo él pudiera ver todo lo que mis ojos ven...
Cameos
Aún recuerdo el olor a sal marina, a humedad áspera y a moho.
Estaba sentado en una roca cerca de la carpa de los mineros en el acantilado afuera de la ciudad. Fenrir estaba particularmente inquieto, el mar no era para él. De mi morral tomé una de mis gemas canalizadoras, caleidoscópica, ese día reflectaba unos tonos esmeralda cautivadores. Me concentré en la gema un momento, tal como se nos habían enseñado. Sólo tomó un instante perforar la gema con la mirada y de repente mis ojos se pusieron en blanco…
Estaba en otro lugar, podía saborear el aire salado, jadeante, el camino rocoso se veía seguro, giré la mirada, los mineros me ignoraban si los ignoraba. Volteé y me vi, sentado en la roca, con la mirada inerte, la gema en una mano y sosteniéndome con mi bastón en la otra. Me acerqué a mi cuerpo, estaba despeinado por el viento. Los mineros no se dieron cuenta que un lobo sentado al lado de ese extraño pelirrojo los miraba. Me alejé de mi cuerpo, tomé el camino rocoso de regreso a la ciudad, aún tendría un buen tramo para recorrer, podía sentir los anhelos de Fenrir en el fondo de su mente; tenía sed.
Viré hacia la costa, no le haría beber agua salada, pero los mineros solían tener barriles o cantimploras, tal vez alguno se asustaría de verme, con suerte no habría nadie.
Había alguien. Un muchacho más joven que yo, no era minero. Tenía olor a un tiempo pasado, a un tiempo mejor, su presencia rompía con la brisa arenosa y traía aires de tierra húmeda, de suave llovizna, olía a hogar. No se asustó al verme, por el contrario, parecía diseñado a comprenderme, a descifrar mis secretos, a entender todo de mí. Me preguntó si estaba perdido y me acarició la cabeza, involuntariamente moví la cola.
Ladré. Quitó su mano y se extrañó de ver un solitario lobo rodeado de civilización en la costa marina, ciertamente una anomalía bajo circunstancias extrañas. Ladré de nuevo, empezó a seguirme, lo traje hasta mi cuerpo, cuando llegó los ojos de Fenrir se apagaron un momento y volví a mi conciencia, parpadeé tanto para quitarme la humedad salada de mis ojos que había olvidado que un chico extrañado estaba parado sin entender qué estaba sucediendo.
Miré en dirección a la cueva minera y solté un casual “el viento te trajo hacia mí”. El comentario pareció resonar en él. Lo pude ver ahora con mis ojos, tenía la mirada de alguien para quien la esperanza es inabarcable y ganas de aprender interminables. Era Demmin Nass, un explorador local de las granjas gadelesas. Fenrir lo olisqueaba al tiempo que me preguntaba quién era. Por su puesto, yo era la única persona que podía ser. Era un pagano, un druida forzado a un lugar que no era suyo. La naturaleza era caprichosa y mis deseos de sobrevivir también. Era el falso druida y estaba en una misión; la roca ya estaba inquieta, los kobolds no paraban de tomar vidas y el balance tenía que reestablecerse. Demmin fue receptivo, casi sentí lástima por el engaño, pero el fantasma de mi fracaso en el Atalaya no podía llegar hasta oídos en el norte. El rancio ego aún atado a costumbres y paradigmas de la estructura nethriana no exigían menos.
Durante las semanas siguientes, Demmin fue un compañero, un luchador capaz y alguien deseoso de aprender e impresionar… eso me recordó a mí.
Recuerdo el día en que humildemente Demmin me mostró el anillo de condecoración gadelesa por servicios al imperio. Alcé la voz y busqué la atención de los aventureros presentes y pedí una ronda de aplausos para él, su entrañable y vergonzosa timidez fue un latigazo a mis sentidos.
Demmin aún podía ser la clave para llegar a los Nueve Mundos. Pero aún debía trazar una contingencia, si tan solo él pudiera ver todo lo que mis ojos ven...
Cita de Nachovyx en 03/05/2023, 10:24 pmCameos
En el mito de la historia de la creación las Eddas narran cómo Ymir fue la figura central durante la era oscura en la que gobernó antes de la llegada de los Æsir.
En la historia de Mraganur, doscientos años fueron un parpadeo para muchos de quienes registraron el mundo desvanecerse y reconstruirse para renacer de un letargo, un sueño que trajo consigo aires de cambio, de civilización pujante, pero de un norte aún atrapado entre los hilos del tiempo. Como si el mundo se hubiera literalmente congelado en el fragmento más previsible del existir.
Es en esta gélida tierra, una calidez, como las palmas de manos amorosas, un hálito de vapor sacudió el aire y se convirtió en sonido de historias, en letras de guerra y en leyendas que unen y traen la fibra de nuestra constelación.
Y fue en este punto, este instante de la existencia, que nuestras pisadas se cruzaron. Y a través suyo, supe, por primera vez, lo que se siente creerte alguien, antes que saberte nadie.
Todo comenzó, como muchas veces lo hace, en una taberna. Le explicaba casualmente algunas cuestiones geográficas y políticas del sur mientras me moría de los nervios. Cuando no eran los nervios, eran ráfagas instantáneas de deseos de vomitar, a veces sólo de pensar que me trague la tierra. Estaba muerto de miedo.
Pero seguí hablando para explayar frivolidades sobre proezas sureñas o tal vez sobre pretensiones personales. El objetivo; convencerlo de que mi nombre saliera de sus labios con el poder tronador de la lluvia. Ciertamente logré plasmarle la idea de alguien que no estaba entrenado en las artes oratorias o que fuera un saco de nervios para hablar de mi mismo o de hacerlo con la sutileza de una catapulta arrojando roca incendiaria.
Pero si algo de la idiosincrasia del Alcázar estaba quemada en mi piel, era la simple filosofía de tercerizar aquello que no sepas hacer por ti mismo. El choque cultural que me golpearía como una bofetada al tratar de convencer a Willheim Eriksson de que sea mi representante me golpearía contra muros, sin importar cuánto dinero le ofreciera, y sedimentaría la eterna y viva imagen de terquedad que todo el mundo tiene de los norteños, y no fue la excepción.
Pero el Eriksson poeta tenía un truco que usaba de tanto en tanto para lograr este cometido de forma indirecta. Una afable y pícara manera de apuntarte con el dedo para decirle al mundo que existes y ahora serás el entretenimiento esporádico hasta que alguien cambie de conversación. Fue lo máximo que logré obtener y debería bastar hasta la llegada de alguien más susceptible a negociaciones.
El recientemente condecorado Escaldo del Vinter, no por menos logrado de forma indirecta por mis manos, era ahora atravesado por un punto, una mota de universo que sedimentaba su lugar en la historia para siempre, ante los ojos de hombres y dioses. Y yo estuve ahí para asegurarme de tuviera lo que mi piel y mi carne y mis ojos envidiaban a gritos silenciosos. Con la esperanza de que entendiera que su lugar en el mundo y el de su magia serían una luz de vela en los planos, pero que brillaría con nombres que construirían o destruirían identidades de razas y personas que también buscarían dejar su huella en el mundo y en la eternidad.
Para los magos que encadenamos nuestros poderes a la Conjuración, entendemos mejor que nadie el poder que tienen las palabras para crear o borrar. Las palabras creadoras, el poder de los nombres y nombres verdaderos y el respeto sacro con el que pueden darte autoridad sobre hombres, diablos o ángeles. Si tan solo ese poder saliera de la boca de Willheim para revocar y provocar la revolución que le enseñaría al mundo que Midgard es el gran escenario y todos somos bufones actuando nuestra parte, y que, si su marcha exaltada por la conciencia coincidiera con mi predicamento, usaría ese poder para pronunciar mi nombre y catapultar mi destino.
Cameos
En el mito de la historia de la creación las Eddas narran cómo Ymir fue la figura central durante la era oscura en la que gobernó antes de la llegada de los Æsir.
En la historia de Mraganur, doscientos años fueron un parpadeo para muchos de quienes registraron el mundo desvanecerse y reconstruirse para renacer de un letargo, un sueño que trajo consigo aires de cambio, de civilización pujante, pero de un norte aún atrapado entre los hilos del tiempo. Como si el mundo se hubiera literalmente congelado en el fragmento más previsible del existir.
Es en esta gélida tierra, una calidez, como las palmas de manos amorosas, un hálito de vapor sacudió el aire y se convirtió en sonido de historias, en letras de guerra y en leyendas que unen y traen la fibra de nuestra constelación.
Y fue en este punto, este instante de la existencia, que nuestras pisadas se cruzaron. Y a través suyo, supe, por primera vez, lo que se siente creerte alguien, antes que saberte nadie.
Todo comenzó, como muchas veces lo hace, en una taberna. Le explicaba casualmente algunas cuestiones geográficas y políticas del sur mientras me moría de los nervios. Cuando no eran los nervios, eran ráfagas instantáneas de deseos de vomitar, a veces sólo de pensar que me trague la tierra. Estaba muerto de miedo.
Pero seguí hablando para explayar frivolidades sobre proezas sureñas o tal vez sobre pretensiones personales. El objetivo; convencerlo de que mi nombre saliera de sus labios con el poder tronador de la lluvia. Ciertamente logré plasmarle la idea de alguien que no estaba entrenado en las artes oratorias o que fuera un saco de nervios para hablar de mi mismo o de hacerlo con la sutileza de una catapulta arrojando roca incendiaria.
Pero si algo de la idiosincrasia del Alcázar estaba quemada en mi piel, era la simple filosofía de tercerizar aquello que no sepas hacer por ti mismo. El choque cultural que me golpearía como una bofetada al tratar de convencer a Willheim Eriksson de que sea mi representante me golpearía contra muros, sin importar cuánto dinero le ofreciera, y sedimentaría la eterna y viva imagen de terquedad que todo el mundo tiene de los norteños, y no fue la excepción.
Pero el Eriksson poeta tenía un truco que usaba de tanto en tanto para lograr este cometido de forma indirecta. Una afable y pícara manera de apuntarte con el dedo para decirle al mundo que existes y ahora serás el entretenimiento esporádico hasta que alguien cambie de conversación. Fue lo máximo que logré obtener y debería bastar hasta la llegada de alguien más susceptible a negociaciones.
El recientemente condecorado Escaldo del Vinter, no por menos logrado de forma indirecta por mis manos, era ahora atravesado por un punto, una mota de universo que sedimentaba su lugar en la historia para siempre, ante los ojos de hombres y dioses. Y yo estuve ahí para asegurarme de tuviera lo que mi piel y mi carne y mis ojos envidiaban a gritos silenciosos. Con la esperanza de que entendiera que su lugar en el mundo y el de su magia serían una luz de vela en los planos, pero que brillaría con nombres que construirían o destruirían identidades de razas y personas que también buscarían dejar su huella en el mundo y en la eternidad.
Para los magos que encadenamos nuestros poderes a la Conjuración, entendemos mejor que nadie el poder que tienen las palabras para crear o borrar. Las palabras creadoras, el poder de los nombres y nombres verdaderos y el respeto sacro con el que pueden darte autoridad sobre hombres, diablos o ángeles. Si tan solo ese poder saliera de la boca de Willheim para revocar y provocar la revolución que le enseñaría al mundo que Midgard es el gran escenario y todos somos bufones actuando nuestra parte, y que, si su marcha exaltada por la conciencia coincidiera con mi predicamento, usaría ese poder para pronunciar mi nombre y catapultar mi destino.
Cita de Nachovyx en 05/05/2023, 5:37 pmCameos
En el Atalaya, las clases sobre manipulación de energía eran un perpetuo recordatorio de cuán insignificantes éramos. Al maestro no parecía importarle recordarnos que al fuego no le interesan nuestros sentimientos, que la corrosión del ácido no piensa en nuestros pecados o que el frío polar no considera nuestras vergüenzas y ciertamente al rayo no le interesa saber hijo de quién eres, buscará matarte de todos modos. Sólo era una áspera manera de ponernos en la mentalidad de alguien que tiene que dejar su ego tras la puerta del salón. Usualmente funcionaba.
La manipulación energética era un área de interés para mí, al menos normalizar su uso lo suficiente para que la interacción planaria fuera más fluida. El matrimonio entre los planos elementales y crear energía proveniente de ellos parecía una manera sensata de entender mejor estos mundos…
Todo comenzó la mañana que salía del gremio de aventureros. Sentí que algo se quemaba y los pelos de la nuca se erizaban. Estaba acostumbrado a la tensión, pero no de una manera que se sintiera aún en los huesos, como si mi esqueleto vibrara y mis órganos se contrajeran. Giré la esquina pensando en por qué mi cuerpo estaba tenso y mis músculos vibraban. Conocía esa sensación, pero de una manera más arcaica, primordial. Esto era diferente, era un bautismo por energía.
Lo vi, solemne y desgarbado, generando estática a cada paso que daba usando su armadura como catalizador. Casi chocamos.
Su tono al hablar sugería un imperceptible aire de pérdida. Se presentó como un sacerdote de Thor. Sin darme cuenta, un reflejo del instinto me hizo llevar una mano a mi bolsa de monedas, estaba en trance, no podía retirar la mirada de su vestigio, tomé un puñado de cobres y se los ofrecí a cambio de una bendición, a cambio de su atención, a cambio de que me perdonara por existir.
Rechazó las monedas, alegando que su favor llegaría frente a una proeza de honor ¿Y creo que mencionó algo sobre luchar con valor? Ahí fue que volví a la realidad y la estática ya me sabía a metal.
No obstante, justo cuando creí que ya tenía las runas descifradas, Marnan Urthgadar me hizo reconsiderar la posibilidad de ser un gigante a cada paso trayendo el temblor del trueno y la descarga de la furia de los cielos sobre insospechados enemigos que no aceptan un no por respuesta.
Con el tiempo, nuestros caminos se cruzaron cada vez más. Su dogma no traía muchas verdades, sólo confirmaciones, pero había honestidad en la sencillez de su pregona y cada golpe de su martillo era un esfuerzo por llevar a los herejes por la vía de la reconciliación con la tierra.
Era una arista más del cosmos, un intermediario que tenía una fuerza de choque perfecta y, para mi sorpresa, alguien que terminaría necesitando de mí, tanto como yo de él.
Mis runas primordiales encontrarían sintonía y vibración en las suyas creando estáticas sinápticas, pero sólo de forma esporádica, pues Marnan era de una energía y vibración que tronaban la calma de la bruma depositada en las quietas aguas del amanecer, mi amanecer, mi bruma y mi silencio.
Cameos
En el Atalaya, las clases sobre manipulación de energía eran un perpetuo recordatorio de cuán insignificantes éramos. Al maestro no parecía importarle recordarnos que al fuego no le interesan nuestros sentimientos, que la corrosión del ácido no piensa en nuestros pecados o que el frío polar no considera nuestras vergüenzas y ciertamente al rayo no le interesa saber hijo de quién eres, buscará matarte de todos modos. Sólo era una áspera manera de ponernos en la mentalidad de alguien que tiene que dejar su ego tras la puerta del salón. Usualmente funcionaba.
La manipulación energética era un área de interés para mí, al menos normalizar su uso lo suficiente para que la interacción planaria fuera más fluida. El matrimonio entre los planos elementales y crear energía proveniente de ellos parecía una manera sensata de entender mejor estos mundos…
Todo comenzó la mañana que salía del gremio de aventureros. Sentí que algo se quemaba y los pelos de la nuca se erizaban. Estaba acostumbrado a la tensión, pero no de una manera que se sintiera aún en los huesos, como si mi esqueleto vibrara y mis órganos se contrajeran. Giré la esquina pensando en por qué mi cuerpo estaba tenso y mis músculos vibraban. Conocía esa sensación, pero de una manera más arcaica, primordial. Esto era diferente, era un bautismo por energía.
Lo vi, solemne y desgarbado, generando estática a cada paso que daba usando su armadura como catalizador. Casi chocamos.
Su tono al hablar sugería un imperceptible aire de pérdida. Se presentó como un sacerdote de Thor. Sin darme cuenta, un reflejo del instinto me hizo llevar una mano a mi bolsa de monedas, estaba en trance, no podía retirar la mirada de su vestigio, tomé un puñado de cobres y se los ofrecí a cambio de una bendición, a cambio de su atención, a cambio de que me perdonara por existir.
Rechazó las monedas, alegando que su favor llegaría frente a una proeza de honor ¿Y creo que mencionó algo sobre luchar con valor? Ahí fue que volví a la realidad y la estática ya me sabía a metal.
No obstante, justo cuando creí que ya tenía las runas descifradas, Marnan Urthgadar me hizo reconsiderar la posibilidad de ser un gigante a cada paso trayendo el temblor del trueno y la descarga de la furia de los cielos sobre insospechados enemigos que no aceptan un no por respuesta.
Con el tiempo, nuestros caminos se cruzaron cada vez más. Su dogma no traía muchas verdades, sólo confirmaciones, pero había honestidad en la sencillez de su pregona y cada golpe de su martillo era un esfuerzo por llevar a los herejes por la vía de la reconciliación con la tierra.
Era una arista más del cosmos, un intermediario que tenía una fuerza de choque perfecta y, para mi sorpresa, alguien que terminaría necesitando de mí, tanto como yo de él.
Mis runas primordiales encontrarían sintonía y vibración en las suyas creando estáticas sinápticas, pero sólo de forma esporádica, pues Marnan era de una energía y vibración que tronaban la calma de la bruma depositada en las quietas aguas del amanecer, mi amanecer, mi bruma y mi silencio.
Cita de Nachovyx en 07/05/2023, 4:55 pmCameos
En lo que respecta a ciudades capitales refiere, ciertamente Gadélica es un testamento de robustez y belleza en igual medida. El Alcázar de Garl podría tener una solución mágica para cada cosa fuera de lugar, pero los distritos de la Ciudad de los Hombres traían una solución artesana con aires de quien entiende que no va a conformarse con menos.
Cerca de la plaza central del distrito, iba caminando y observando nobles y buscando sus miradas, buscando sus modismos, sus códigos y lenguajes ocultos para saber y hacerles saber que su sintonía no me era indiferente, aunque yo si lo fuera a ellos.
Entonces me chocó. No la vi venir y casi nos trastabillamos, apresurada me preguntó por unas direcciones. La miré detenidamente y traté de entender lo que tenía delante mío. Ella quería llegar a la tienda de empeños y la envié bordeando la gran carpa de circo hacia el distrito residencial.
Había algo pegajoso en su mirada, una jovialidad nata y empalagosa que me revolvió el estómago. No conforme con eso, y contra todo lo que creía saber de la gente hasta ese momento, sacó de su bolso una rosa púrpura y me la dio, prometiéndome que nos volveríamos a ver y me aseguró que no olvidaría su nombre. Se dio media vuelta y apresuró camino perdiéndose en la distancia.
Miré la rosa. Los pétalos tenían el mismo color de mis ojos. La odié, odié su astucia y su simpatía, odié que en pocos minutos lograra exactamente lo que dijo que haría, la rosa se convirtió en veneno para mis manos, pero involuntariamente la guardé entre mis cosas, me odié por hacerlo. Ya estaba de mal humor.
Hubo instancias donde recapacitaba y revivía esa breve escena en mi mente; el choque, el apuro, la rosa y su advertencia ‘no olvidaría quien era’. Fue una jugada maestra. Era todo lo que quería.
Y poco a poco y sin advertirlo empezó a estar en todas partes. La mujer de las rosas ahora acompañaba a sus correligionarios a la batalla. Estaba en la superficie y en lo profundo, estaba en los campos y las cuevas, hasta que finalmente colisionó con su par escaldo y allí se fusionaron los poderes de la intención y de la voluntad. Interpretó la gran Oda a su soberano y estuve allí, en el medio, dirigiendo y apuntando para que cada uno de sus movimientos se coordinaran con el libreto que ayudé a editar y fue allí que supe que la profecía se había cumplido, tal como lo había predicho. Porque a partir de ese momento, y para toda la eternidad, yo y nadie jamás olvidaríamos el nombre Thusnelda Ulvesang.
No pretendí entender su mundo, pero sí su estrategia. En parte su crianza en Monteverde me dijo lo que necesitaba saber y a partir de allí y tras derramar sangre en combate, quedamos unidos en una órbita cuyo eje gravitacional nos empujaba el uno hacia el otro cuando la necesidad lo apremiaba.
¿Qué sucede cuando el objeto imparable choca contra el objeto inamovible? Eso es lo que la imparable Thusnelda pretendía averiguar cada vez que chocaba para moverme y nuestra órbita se volvía un giroscopio de desdén y júbilo. Intentó bajar mis defensas, pero logró duplicarlas. Intentó revocar mi determinación con cada gesto cálido y encontró un flujo que guiaba su desestructurada melaza dulce hacia una amable bofetada de realidad.
Con el tiempo nuestros caminos se distanciaron, pero los susurros distantes y secretos de nuestros nombres arrojados a la ventisca llegaron entre los árboles y la piedra para que, al escucharlos, girásemos sobre nuestra órbita y fue allí y contra toda naturaleza nos volvimos a ver. Pero ella ya no era Thusnelda y yo ya no era Wodenoff, ahora éramos entidades universales. Ella encontró a su hermana Avvar y yo me encontré a mí mismo. Y desde entonces y por siempre, lo que empezó con un choque del destino, culminó en descubrir que lo más importante de la rosa, era su nombre.
Cameos
En lo que respecta a ciudades capitales refiere, ciertamente Gadélica es un testamento de robustez y belleza en igual medida. El Alcázar de Garl podría tener una solución mágica para cada cosa fuera de lugar, pero los distritos de la Ciudad de los Hombres traían una solución artesana con aires de quien entiende que no va a conformarse con menos.
Cerca de la plaza central del distrito, iba caminando y observando nobles y buscando sus miradas, buscando sus modismos, sus códigos y lenguajes ocultos para saber y hacerles saber que su sintonía no me era indiferente, aunque yo si lo fuera a ellos.
Entonces me chocó. No la vi venir y casi nos trastabillamos, apresurada me preguntó por unas direcciones. La miré detenidamente y traté de entender lo que tenía delante mío. Ella quería llegar a la tienda de empeños y la envié bordeando la gran carpa de circo hacia el distrito residencial.
Había algo pegajoso en su mirada, una jovialidad nata y empalagosa que me revolvió el estómago. No conforme con eso, y contra todo lo que creía saber de la gente hasta ese momento, sacó de su bolso una rosa púrpura y me la dio, prometiéndome que nos volveríamos a ver y me aseguró que no olvidaría su nombre. Se dio media vuelta y apresuró camino perdiéndose en la distancia.
Miré la rosa. Los pétalos tenían el mismo color de mis ojos. La odié, odié su astucia y su simpatía, odié que en pocos minutos lograra exactamente lo que dijo que haría, la rosa se convirtió en veneno para mis manos, pero involuntariamente la guardé entre mis cosas, me odié por hacerlo. Ya estaba de mal humor.
Hubo instancias donde recapacitaba y revivía esa breve escena en mi mente; el choque, el apuro, la rosa y su advertencia ‘no olvidaría quien era’. Fue una jugada maestra. Era todo lo que quería.
Y poco a poco y sin advertirlo empezó a estar en todas partes. La mujer de las rosas ahora acompañaba a sus correligionarios a la batalla. Estaba en la superficie y en lo profundo, estaba en los campos y las cuevas, hasta que finalmente colisionó con su par escaldo y allí se fusionaron los poderes de la intención y de la voluntad. Interpretó la gran Oda a su soberano y estuve allí, en el medio, dirigiendo y apuntando para que cada uno de sus movimientos se coordinaran con el libreto que ayudé a editar y fue allí que supe que la profecía se había cumplido, tal como lo había predicho. Porque a partir de ese momento, y para toda la eternidad, yo y nadie jamás olvidaríamos el nombre Thusnelda Ulvesang.
No pretendí entender su mundo, pero sí su estrategia. En parte su crianza en Monteverde me dijo lo que necesitaba saber y a partir de allí y tras derramar sangre en combate, quedamos unidos en una órbita cuyo eje gravitacional nos empujaba el uno hacia el otro cuando la necesidad lo apremiaba.
¿Qué sucede cuando el objeto imparable choca contra el objeto inamovible? Eso es lo que la imparable Thusnelda pretendía averiguar cada vez que chocaba para moverme y nuestra órbita se volvía un giroscopio de desdén y júbilo. Intentó bajar mis defensas, pero logró duplicarlas. Intentó revocar mi determinación con cada gesto cálido y encontró un flujo que guiaba su desestructurada melaza dulce hacia una amable bofetada de realidad.
Con el tiempo nuestros caminos se distanciaron, pero los susurros distantes y secretos de nuestros nombres arrojados a la ventisca llegaron entre los árboles y la piedra para que, al escucharlos, girásemos sobre nuestra órbita y fue allí y contra toda naturaleza nos volvimos a ver. Pero ella ya no era Thusnelda y yo ya no era Wodenoff, ahora éramos entidades universales. Ella encontró a su hermana Avvar y yo me encontré a mí mismo. Y desde entonces y por siempre, lo que empezó con un choque del destino, culminó en descubrir que lo más importante de la rosa, era su nombre.
Cita de Nachovyx en 09/05/2023, 10:51 pmCameos
[ Escuchar Persiguiendo la luz del día ]
No existe una sola entidad mortal, Aesir, Vanir o Jotunn que no tenga, en el más recóndito hemisferio de su origen, un fugaz tinte de pérdida, dolor o privación. Está escrito en las estrellas, está escrito en el cosmos y en la trágica realización de que a veces no importa cuánto lo intentes, serás lo que tu verdad te devele, verdad que mutará y fluirá con tu capacidad para creerlo realizable, para hacerlo sustentable y de proyectarlo hacia los cielos.
Y desde que la conocí, supe que alguien como ella no tendría un final felíz.
El Alcázar de Garl podía ser un mundo de maravillas fantásticas y una búsqueda por empujar el límite de lo posible o un lugar de pesadillas inimaginables. Pero aún en su condición de autoridad para detentar la historia y el latido de la magia en el mundo, algo que mis años de libros y mascotas y búsqueda de sentirme parte de la coyuntura vertical de la sociedad nethriana, jamás supe verdaderamente lo que era la carencia, la libertad o la falta de ella, la tortura de mi identidad a puertas abiertas o la subyugación de mis sentidos a la voluntad de un lord, a pesar de que la indiferencia de padres que no me quisieron, amigos que no me aceptaron y un tío que me usó para sus fines moldearan mis fantasmas.
Cuando las pasiones que se funden en el telar de la creación y tiñen de rojo su manto, nos envuelve para recordarnos que siempre seremos niños. Que siempre necesitaremos de una mano amiga, un abrazo amoroso que nos recuerde que ante la inexorable indiferencia del mundo, todo habría valido la pena para levantarse una vez más, para intentarlo una vez más.
Pero toda esta reflexión no llegará a mi sino hasta dentro de muchos años, cuando ya sea viejo. Cuando todos hayan muerto y quede solo en las sombras, con Fenrir mirandome a la espera de una nueva aventura que no sé si llegará.
Mientras tanto, ella habría conocido el amor redentor que no le permití a gritos dejar entrar en mi, la calidez de disolverse para tocar la vida de todos como una verdadera paragona de la luz de su diosa.
Jamás supe verdaderamente lo que era la carencia, la libertad o la falta de ella, la tortura de mi identidad a puertas abiertas o la subyugación de mis sentidos, pero ella sí.
Fue entonces cuando supe realmente quién era Elaelthalarian, la peregrina elfa que escapó del hambre, la inmovilidad, la mezquindad y la esclavitud para ser amor en una tierra de dolor, cobijo entre los ya legendarios hijos de un Erik olvidado, amiga, guerrera, amante y protectora inocente de quienes llamaran su nombre, para evitarles el dolor que ella tuvo que soportar, para cuidarlos allí donde nadie la cuidó y estar. Estar como no supo estar para sí misma hasta que Freya no le enseñó cómo.
Supe que alguien como Elae no tendría un final felíz, porque al igual que a mi, su alma trágica, en el más recóndito hemisferio de su origen ya había aceptado que moriría con el corazón en las manos, muriendo por ellos, por todos, y yo la bañaría en sombras, para cuidarla del frío.
Elae era luz y yo sombra, ella cercanía y yo distancia. Pero aún en estas dicotomías, sabíamos que estabamos destinados a ofrecer el último sacrificio en una colina colmada de nieve y sangre, rodeados de los cuerpos de nuestros seres queridos, avanzando a dar muerte al enemigo y solo allí daríamos el último respiro. Luz y sombra, tratando de opacarnos y complementarnos, irnos con el mismo dolor y la misma pérdida con la que vivimos, pero ya disolviendonos, y yo aceptaría al fin su bendición con lágrimas, para ser recibidos en Fólkvangr, persiguiendo la luz del día.
Cameos
[ Escuchar Persiguiendo la luz del día ]
No existe una sola entidad mortal, Aesir, Vanir o Jotunn que no tenga, en el más recóndito hemisferio de su origen, un fugaz tinte de pérdida, dolor o privación. Está escrito en las estrellas, está escrito en el cosmos y en la trágica realización de que a veces no importa cuánto lo intentes, serás lo que tu verdad te devele, verdad que mutará y fluirá con tu capacidad para creerlo realizable, para hacerlo sustentable y de proyectarlo hacia los cielos.
Y desde que la conocí, supe que alguien como ella no tendría un final felíz.
El Alcázar de Garl podía ser un mundo de maravillas fantásticas y una búsqueda por empujar el límite de lo posible o un lugar de pesadillas inimaginables. Pero aún en su condición de autoridad para detentar la historia y el latido de la magia en el mundo, algo que mis años de libros y mascotas y búsqueda de sentirme parte de la coyuntura vertical de la sociedad nethriana, jamás supe verdaderamente lo que era la carencia, la libertad o la falta de ella, la tortura de mi identidad a puertas abiertas o la subyugación de mis sentidos a la voluntad de un lord, a pesar de que la indiferencia de padres que no me quisieron, amigos que no me aceptaron y un tío que me usó para sus fines moldearan mis fantasmas.
Cuando las pasiones que se funden en el telar de la creación y tiñen de rojo su manto, nos envuelve para recordarnos que siempre seremos niños. Que siempre necesitaremos de una mano amiga, un abrazo amoroso que nos recuerde que ante la inexorable indiferencia del mundo, todo habría valido la pena para levantarse una vez más, para intentarlo una vez más.
Pero toda esta reflexión no llegará a mi sino hasta dentro de muchos años, cuando ya sea viejo. Cuando todos hayan muerto y quede solo en las sombras, con Fenrir mirandome a la espera de una nueva aventura que no sé si llegará.
Mientras tanto, ella habría conocido el amor redentor que no le permití a gritos dejar entrar en mi, la calidez de disolverse para tocar la vida de todos como una verdadera paragona de la luz de su diosa.
Jamás supe verdaderamente lo que era la carencia, la libertad o la falta de ella, la tortura de mi identidad a puertas abiertas o la subyugación de mis sentidos, pero ella sí.
Fue entonces cuando supe realmente quién era Elaelthalarian, la peregrina elfa que escapó del hambre, la inmovilidad, la mezquindad y la esclavitud para ser amor en una tierra de dolor, cobijo entre los ya legendarios hijos de un Erik olvidado, amiga, guerrera, amante y protectora inocente de quienes llamaran su nombre, para evitarles el dolor que ella tuvo que soportar, para cuidarlos allí donde nadie la cuidó y estar. Estar como no supo estar para sí misma hasta que Freya no le enseñó cómo.
Supe que alguien como Elae no tendría un final felíz, porque al igual que a mi, su alma trágica, en el más recóndito hemisferio de su origen ya había aceptado que moriría con el corazón en las manos, muriendo por ellos, por todos, y yo la bañaría en sombras, para cuidarla del frío.
Elae era luz y yo sombra, ella cercanía y yo distancia. Pero aún en estas dicotomías, sabíamos que estabamos destinados a ofrecer el último sacrificio en una colina colmada de nieve y sangre, rodeados de los cuerpos de nuestros seres queridos, avanzando a dar muerte al enemigo y solo allí daríamos el último respiro. Luz y sombra, tratando de opacarnos y complementarnos, irnos con el mismo dolor y la misma pérdida con la que vivimos, pero ya disolviendonos, y yo aceptaría al fin su bendición con lágrimas, para ser recibidos en Fólkvangr, persiguiendo la luz del día.
Cita de Nachovyx en 14/05/2023, 7:42 pmCameos
Mis primeros recuerdos de Gadélica fueron de un sorpresivo recibimiento entremezclado con la pincelada de la desidia y la necesidad. El imperio era tan cosmopolita como a la vez no lo era. Una sutil ilusión con pretenciones exóticas pero que reducía su conducta a las mismas mañas y añejas doctrinas de poder, todo bañado bajo el justo y virtuoso manto de la mirada heimdalita, correctora en el mejor de los casos, pretexto de autoridad para asfixiar con su puño de hierro en el peor.
Aún así, de tanto en tanto, una resquebradura en la armadura gadelesa aparecía y de ella una figura tan desencajada en el lienzo de la ciudad que parecía absorber toda la atención como una mancha furiosa imposible de corregir con nuevo óleo.
Todo coincidió al mismo tiempo en que decidí pasar desapercibido, no había manera segura de saber lo que las regulaciones civiles esperarían de mi y por tanto el poco espacio creado para moverme debía ser calculado y cuidadoso, sin embargo esa ingenuidad fue una vana intención de opacarme para descubrir que no solo era parte del Gran Juego, también era una de las piezas principales.
Comenzó los días que crucé palabras con el emisario, ferviente servil que auspiciaba la presencia y devenir de un amo que tranquilamente podría pararse en medio de la habitación vacía de una fiesta y causar escándalo.
El emisario; corazón, sensatéz y mitad de un todo brillante que irónicamente humanizaba a su amo desde su condición de gracia y benevolencia donde restaba la razón, análisis e imagen en su otra mitad. Su curiosidad y tono sugerían una animada necesidad de estar en las buenas gracias sociales de posibles contactos, aliados o informantes de la voraz intensidad de su par determinado a los resultados. Así fue como el cuervo Ozvaldo von Hrafnavine dio por inaugurada y tejida la sutil hebra que hilaría poco a poco a las mentes más brillantes del norte a la causa de un semi elfo encapsulado en los caprichos de su razón para avanzar el progreso de investigaciones que llevarían a otros al hartazgo.
Alexander von Luftschloss Narfidort, un nombre irremediablemente rebuscado de una nobleza aislada, sintetizado a unos cuántos posibles supervivientes de Beneral Ravan tras la maldición de la sangre. Irradiaba una luz incandescente que quemaba mis sombras cuando no podía sostenerlas. Sin embargo, una personalidad como la de Alexander no era difícil de descifrar, un noble orgánico como los muchos a los que debí gravitar y entender desde su astucia en la gran magocracia del sur, y que podría manifestarse como una coraza impenetrable ante la búsqueda de la verdad, pero a la vez de ocultar una posible sensibilidad marcada por cicatrices que dejaba entrever en su conexión espiritual con compañero alado.
Para mi sorpresa, descubrí que eramos de una misma mente, una misma filosofía y similar corazón. Aunque mi condición de noble venido a menos no compadecía ante la fábrica de realidad que Alexander proponía a cada paso que daba. Como transmutador, Alexander sometía esta realidad y se burlaba de las leyes de la física y las normas del universo, habilitadas por Yggdrasil. Como conjurador, yo era un vehículo de control de otros seres. Eramos lo mismo pero diferentes.
Compartimos misiones, búsquedas de lo extraño, extranjero y sobrenatural, aunque mi ausencia lo forzaron a ser el resoluto que sabía que era, aún con la enervante molestia de no tener mi asistencia. Al menos sugerir que morí devorado por un gusano del desierto fue aliciente para justificar su irritación.
Alexander es el faro incandescente que mis sombras buscan equilibrar en un mundo caótico y determinado a su autodestrucción, a cada nuevo despertar de un ciclo predispuesto a la aventura.
Finalmente el concejo arcano llamó y debimos asistir con nuestro concilio. Las mejores mentes posicionadas en las esferas cúspide y en el pulso de una posible revolución en el continente, volcando con nuestro saber la voluntad para influenciar con una mano invisible el rumbo de una nación y prepararnos para hechos sombríos por venir. El Gran Juego, había empezado.
Cameos
Mis primeros recuerdos de Gadélica fueron de un sorpresivo recibimiento entremezclado con la pincelada de la desidia y la necesidad. El imperio era tan cosmopolita como a la vez no lo era. Una sutil ilusión con pretenciones exóticas pero que reducía su conducta a las mismas mañas y añejas doctrinas de poder, todo bañado bajo el justo y virtuoso manto de la mirada heimdalita, correctora en el mejor de los casos, pretexto de autoridad para asfixiar con su puño de hierro en el peor.
Aún así, de tanto en tanto, una resquebradura en la armadura gadelesa aparecía y de ella una figura tan desencajada en el lienzo de la ciudad que parecía absorber toda la atención como una mancha furiosa imposible de corregir con nuevo óleo.
Todo coincidió al mismo tiempo en que decidí pasar desapercibido, no había manera segura de saber lo que las regulaciones civiles esperarían de mi y por tanto el poco espacio creado para moverme debía ser calculado y cuidadoso, sin embargo esa ingenuidad fue una vana intención de opacarme para descubrir que no solo era parte del Gran Juego, también era una de las piezas principales.
Comenzó los días que crucé palabras con el emisario, ferviente servil que auspiciaba la presencia y devenir de un amo que tranquilamente podría pararse en medio de la habitación vacía de una fiesta y causar escándalo.
El emisario; corazón, sensatéz y mitad de un todo brillante que irónicamente humanizaba a su amo desde su condición de gracia y benevolencia donde restaba la razón, análisis e imagen en su otra mitad. Su curiosidad y tono sugerían una animada necesidad de estar en las buenas gracias sociales de posibles contactos, aliados o informantes de la voraz intensidad de su par determinado a los resultados. Así fue como el cuervo Ozvaldo von Hrafnavine dio por inaugurada y tejida la sutil hebra que hilaría poco a poco a las mentes más brillantes del norte a la causa de un semi elfo encapsulado en los caprichos de su razón para avanzar el progreso de investigaciones que llevarían a otros al hartazgo.
Alexander von Luftschloss Narfidort, un nombre irremediablemente rebuscado de una nobleza aislada, sintetizado a unos cuántos posibles supervivientes de Beneral Ravan tras la maldición de la sangre. Irradiaba una luz incandescente que quemaba mis sombras cuando no podía sostenerlas. Sin embargo, una personalidad como la de Alexander no era difícil de descifrar, un noble orgánico como los muchos a los que debí gravitar y entender desde su astucia en la gran magocracia del sur, y que podría manifestarse como una coraza impenetrable ante la búsqueda de la verdad, pero a la vez de ocultar una posible sensibilidad marcada por cicatrices que dejaba entrever en su conexión espiritual con compañero alado.
Para mi sorpresa, descubrí que eramos de una misma mente, una misma filosofía y similar corazón. Aunque mi condición de noble venido a menos no compadecía ante la fábrica de realidad que Alexander proponía a cada paso que daba. Como transmutador, Alexander sometía esta realidad y se burlaba de las leyes de la física y las normas del universo, habilitadas por Yggdrasil. Como conjurador, yo era un vehículo de control de otros seres. Eramos lo mismo pero diferentes.
Compartimos misiones, búsquedas de lo extraño, extranjero y sobrenatural, aunque mi ausencia lo forzaron a ser el resoluto que sabía que era, aún con la enervante molestia de no tener mi asistencia. Al menos sugerir que morí devorado por un gusano del desierto fue aliciente para justificar su irritación.
Alexander es el faro incandescente que mis sombras buscan equilibrar en un mundo caótico y determinado a su autodestrucción, a cada nuevo despertar de un ciclo predispuesto a la aventura.
Finalmente el concejo arcano llamó y debimos asistir con nuestro concilio. Las mejores mentes posicionadas en las esferas cúspide y en el pulso de una posible revolución en el continente, volcando con nuestro saber la voluntad para influenciar con una mano invisible el rumbo de una nación y prepararnos para hechos sombríos por venir. El Gran Juego, había empezado.
Cita de Nachovyx en 16/05/2023, 4:36 pmCameos
Fue una ridícula casualidad. Iba caminando por la repentina piedra pulida de los adoquines del distrito noble, un sutil cambio al tronar de los cascos de caballo sobre las irregulares calles del puerto.
No llevaba ni un par de semanas de recién llegado a Gadélica, era de día, era un hermoso día, de hecho. No recuerdo si iba a visitar la joyería o la sastrería, no recuerdo nada excepto el momento en que cruzamos camino.
Llevaba un corte militar, afeitado y joven, transmitía un aire de confianza en sí mismo, alguien en sintonía con su propia realidad. No dejaba de arrojar sutiles sonrisas controladas tras cada palabra, estaba calculado, sabía lo que hacía. Su armadura no llevaba distintivos, excepto de ser de un rojo particularmente nocivo para la vista, un quiebre abrupto al paisaje de piedra gris y los ocasionales acentos verde en los planteros.
El joven se mostraba con un porte relajado y firme a la vez, era una dicotomía curiosa de analizar. Se presentó como un caballero de arriendo, un mercenario. Uno más, en el mar de inevitables aventureros que partían desde sus hogares buscando hacerse un nombre en el imperio, no muy diferentes a mi propio caso. Y cuando creí que sólo debería lidiar con otro guerrero a sueldo del montón, acabó por hacerme la pregunta que sería el inicio de una de las futuras atrocidades cometidas al alma de un mortal en muchos años.
“¿Sabes dónde puedo comprar flores?” lanzó, nuevamente espetando esa sonrisa simpática que tenía ganas de borrarle con una transmutación desfigurante.
Y por un momento, por un instante, mi corazón se saltó un latido. Sentí el sutil cambio en su voz, el dejo de un acento extranjero que ocultaba sin esfuerzo. Y fue allí que entendí que no estaba frente a un hombre cualquiera. Lo miré fijamente, buscando una confirmación en sus ojos de que todo era tal como lo sospechaba y que mi cinismo finalmente no había cobrado la última gota de mi racionalidad. Me preguntó dónde podía comprar flores y una repentina calma apareció, pues sabía exactamente lo que eso estaba a punto de desencadenar.
“¿Flores? ¡Por supuesto!” Vociferé con un entusiasmo tan insípidamente falso que el caballero rio con incredulidad y diversión personal. Lo acompañaría a la florería más cercana, donde vendían flores de todo tipo y color. Sólo debíamos caminar hacia esa zona residencial abandonada del distrito, venida a menos y con una de las casas curiosamente marcada por un símbolo de los Dagas Rojas.
Cuando llegamos a la entrada de la casa abandonada el aire de la conversación cambió por completo. De repente él ya no era un caballero y yo no era un ciudadano casual. Éramos dos cerebros que estaban estudiándose y midiéndose.
Por su puesto que no quería flores, no en el sentido literal. Quería acceso a conocimiento prohibido. Lo llevé por el interior de las casas abandonadas por un sótano secreto que desembocaba en un callejón escondido en dirección a los barrios bajos. Iríamos a visitar al florista, al mago disimulado y resignado a su almacén de conjuros y olores extraños, nos rebelaríamos en la libertad del sector amurallado de la ciudad para descubrir nuestros orígenes, y fue desde allí que comenzó, con esa sola pregunta, la cadena de acontecimientos que llevaría a Steinhardt Helvig a ser el artífice del hecho con el que de forma literal y sin dejo de duda, sostendría mi vida en sus manos.
Cameos
Fue una ridícula casualidad. Iba caminando por la repentina piedra pulida de los adoquines del distrito noble, un sutil cambio al tronar de los cascos de caballo sobre las irregulares calles del puerto.
No llevaba ni un par de semanas de recién llegado a Gadélica, era de día, era un hermoso día, de hecho. No recuerdo si iba a visitar la joyería o la sastrería, no recuerdo nada excepto el momento en que cruzamos camino.
Llevaba un corte militar, afeitado y joven, transmitía un aire de confianza en sí mismo, alguien en sintonía con su propia realidad. No dejaba de arrojar sutiles sonrisas controladas tras cada palabra, estaba calculado, sabía lo que hacía. Su armadura no llevaba distintivos, excepto de ser de un rojo particularmente nocivo para la vista, un quiebre abrupto al paisaje de piedra gris y los ocasionales acentos verde en los planteros.
El joven se mostraba con un porte relajado y firme a la vez, era una dicotomía curiosa de analizar. Se presentó como un caballero de arriendo, un mercenario. Uno más, en el mar de inevitables aventureros que partían desde sus hogares buscando hacerse un nombre en el imperio, no muy diferentes a mi propio caso. Y cuando creí que sólo debería lidiar con otro guerrero a sueldo del montón, acabó por hacerme la pregunta que sería el inicio de una de las futuras atrocidades cometidas al alma de un mortal en muchos años.
“¿Sabes dónde puedo comprar flores?” lanzó, nuevamente espetando esa sonrisa simpática que tenía ganas de borrarle con una transmutación desfigurante.
Y por un momento, por un instante, mi corazón se saltó un latido. Sentí el sutil cambio en su voz, el dejo de un acento extranjero que ocultaba sin esfuerzo. Y fue allí que entendí que no estaba frente a un hombre cualquiera. Lo miré fijamente, buscando una confirmación en sus ojos de que todo era tal como lo sospechaba y que mi cinismo finalmente no había cobrado la última gota de mi racionalidad. Me preguntó dónde podía comprar flores y una repentina calma apareció, pues sabía exactamente lo que eso estaba a punto de desencadenar.
“¿Flores? ¡Por supuesto!” Vociferé con un entusiasmo tan insípidamente falso que el caballero rio con incredulidad y diversión personal. Lo acompañaría a la florería más cercana, donde vendían flores de todo tipo y color. Sólo debíamos caminar hacia esa zona residencial abandonada del distrito, venida a menos y con una de las casas curiosamente marcada por un símbolo de los Dagas Rojas.
Cuando llegamos a la entrada de la casa abandonada el aire de la conversación cambió por completo. De repente él ya no era un caballero y yo no era un ciudadano casual. Éramos dos cerebros que estaban estudiándose y midiéndose.
Por su puesto que no quería flores, no en el sentido literal. Quería acceso a conocimiento prohibido. Lo llevé por el interior de las casas abandonadas por un sótano secreto que desembocaba en un callejón escondido en dirección a los barrios bajos. Iríamos a visitar al florista, al mago disimulado y resignado a su almacén de conjuros y olores extraños, nos rebelaríamos en la libertad del sector amurallado de la ciudad para descubrir nuestros orígenes, y fue desde allí que comenzó, con esa sola pregunta, la cadena de acontecimientos que llevaría a Steinhardt Helvig a ser el artífice del hecho con el que de forma literal y sin dejo de duda, sostendría mi vida en sus manos.
Cita de Nachovyx en 13/09/2023, 10:35 amCameos
La vida es simple.
Eso es lo que un campesino que no puede procesar tantas interconexiones neuronales por segundo como lo hago yo, diría.
Lo simple y lo complejo son facetas. Hay momentos para ser simple y hay momentos donde lo simple no alcanza y hay que añadir capas, ángulos, esquemas. Perspectiva.
Cuando lo simple y lo complejo se encuentran, encuentras siempre a los mismos grupos. Los amantes de lo simple por ejemplo, tienden a ser personas despreocupadas, capaces de un gran poder de síntesis que entendieron que Midgard es un lugar perezoso que sólo requiere de los cuidados mínimos para operar bajo la demanda de su tierra o su existir para vivir de la abundancia de sus frutos y su savia. Para hallar en el calor del sol, lo estúpido de sus deseos y lo básico de sus necesidades, la facilidad para movilizar pasiones no más pretensiosas que las de una madriguera de tejones.
La vida no es simple, la vida es fuerza. Esto no es algo que deba ser contestado. Pareciera lo suficientemente lógico, vives y afectas a tu mundo.
¿Pero es esto lo que ‘yo’ necesito? Siendo que ‘soy’ diferente... por dentro.
Una campesina vive y tiene fuerzas de algún tipo. Ella perdió a sus padres por alguna plaga, su marido en alguna guerra pero perseveró. Su granja es próspera, su nombre es respetado y sus hijos están alimentados y seguros. Ella vive como ella piensa que debería.
Y ahora, está muerta.
Sus tierras serán divididas, sus hijos seguirán adelante y ella será olvidada.
Ella tuvo una ‘buena’ vida pero ella no tenía poder. Era una esclava de la muerte.
Me pregunto si yo estoy destinado a ser olvidado. Me pregunto si desvaneceré ante la sombras de grandes seres.
Estos argumentos complejos son las preguntas que amoldan mi mente en un estrato más allá de las meras necesidades mortales, análisis fervil que sustituye toda instancia de quedar reducido a un recuerdo pasajero por mero impacto instantáneo o presencia perenne que deje grabada su huella en la psiquis colectiva de quienes tuvieron el placer o el displacer de conocerme.
Supe entonces que mi neurosis y mi complejidad debían hallar un ápice de simpleza que sea guía y tutora del laberinto de ideas y lleve de la mano con el poder del cantar y las sendas de quien pueda traducir análisis en emociones. Entonces recordé una frase que leí grabada en las murallas del Atalaya cerca de la facultad de artes, como testamento y burla hacia la escuela opuesta donde estudiábamos los aprendices de mago:
“Los intelecutales toman temas simples y los vuelven complejos, mientras que los artistas tomamos temas complejos y los volvemos simples.”
Sin duda una provocación entre las gentes de talentos y desafíos de sana competencia, pero nunca consideré cuánta razón habría en esa frase hasta que conocí al ápice de lo sencillo y lo básico, con el poder de detonar explosivas pasiones ante lo minúsculo y lo sutíl, orientado hacia canales que, bien cuidados y financiados, podrían ser la llave para no ser un esclavo de la sombra de la muerte. Mis dudas y complejas ideas a las que pensé que no les hallaría respuesta, encontraron su optimista signo de pregunta cuando conocí al maestro de lo simple, Vraj Eflwine.
Pasó de la infancia en el mercado del puerto ayudando en la verdulería familiar y escuchaba las canciones de los marineros. Aprendió solo a tocar.
Así fue como comenzó todo, cansado de las canciones viejas, salió en busca de musas y héroes de hoy. Con aspiraciones de honor hacia la casa de su padre, de encontrar instrumento ideal y componer la canción perfecta, una canción que deje a todos tan emocionados que no puedan ni aplaudir.
Como todos tejedores de conocimiento, el simple hecho de saber cosas lo mueve. Correrá cualquier riesgo sólo por estar ahí.
Vraj parecía tener la runa de la elocuencia grabada en su lengua, hablaba pausado y sólo poseído por musas y espíritus de la inspiración divina que soltaba con fervor su sonido de escaldo y de ceguera ante una realidad que ahora era reformada con el poder de sus palabras. Su intención se veía marcada por todo aquello que quería absorber y al mismo tiempo compartir, pero siempre atrapado en el flujo y reflujo de las aguas del conocimiento como si quisiera ser y estar en todo lugar, todo el tiempo. Sólo su timidéz y deseos de acercarse a quienes compartan un oído para escuchar, lo materializaban como un ente accesible y reconocible.
Lo simple y lo complejo tenían entonces una danza por el entendimiento y por ser escuchados, allí donde los saberes confluían entre medias verdades, falsedades y supersticiones. Cuando eres alguien que creció viendo lo pequeño y ahora debe forzarse incómodamente hacia límites geográficos y políticos insospechados, en compañía de extraños afines que luchan y matan por sobrevivir, te fuerzas a revolucionarte. De maneras violentas y a veces resolutas, pero nunca sin que las consecuencias de ello no aparezcan en los acordes o en las cuerdas vocales.
Vraj era un gentil intermediario entre esa violencia y esa calma. Y por eso necesitaba tenerlo de mi lado.
Y así fue, como desde esta emoción de la crónica y la antorcha de la novedad, que Vraj entraría en una selecta lista corta de privilegiados que retratarían el encuentro entre el olvido y el recuerdo. En dejar para las eras y para los poemas de Bragi el don de la palabra que diera vida honesta al sentir de ese corazón humilde que enarbolaba un deseo de este conjurador y explorador, que cual padre Odín viajaría por Midgard y los mundos, con Vraj como testigo de una aventura que, junto a héroes de ayer y hoy, dejaríamos para las futuras generaciones, el recuerdo de nuestro paso por Asgoria, como si hubiéramos comido de las manzanas de Idunn, para ser inmortalizados...
Para siempre.
Cameos
La vida es simple.
Eso es lo que un campesino que no puede procesar tantas interconexiones neuronales por segundo como lo hago yo, diría.
Lo simple y lo complejo son facetas. Hay momentos para ser simple y hay momentos donde lo simple no alcanza y hay que añadir capas, ángulos, esquemas. Perspectiva.
Cuando lo simple y lo complejo se encuentran, encuentras siempre a los mismos grupos. Los amantes de lo simple por ejemplo, tienden a ser personas despreocupadas, capaces de un gran poder de síntesis que entendieron que Midgard es un lugar perezoso que sólo requiere de los cuidados mínimos para operar bajo la demanda de su tierra o su existir para vivir de la abundancia de sus frutos y su savia. Para hallar en el calor del sol, lo estúpido de sus deseos y lo básico de sus necesidades, la facilidad para movilizar pasiones no más pretensiosas que las de una madriguera de tejones.
La vida no es simple, la vida es fuerza. Esto no es algo que deba ser contestado. Pareciera lo suficientemente lógico, vives y afectas a tu mundo.
¿Pero es esto lo que ‘yo’ necesito? Siendo que ‘soy’ diferente... por dentro.
Una campesina vive y tiene fuerzas de algún tipo. Ella perdió a sus padres por alguna plaga, su marido en alguna guerra pero perseveró. Su granja es próspera, su nombre es respetado y sus hijos están alimentados y seguros. Ella vive como ella piensa que debería.
Y ahora, está muerta.
Sus tierras serán divididas, sus hijos seguirán adelante y ella será olvidada.
Ella tuvo una ‘buena’ vida pero ella no tenía poder. Era una esclava de la muerte.
Me pregunto si yo estoy destinado a ser olvidado. Me pregunto si desvaneceré ante la sombras de grandes seres.
Estos argumentos complejos son las preguntas que amoldan mi mente en un estrato más allá de las meras necesidades mortales, análisis fervil que sustituye toda instancia de quedar reducido a un recuerdo pasajero por mero impacto instantáneo o presencia perenne que deje grabada su huella en la psiquis colectiva de quienes tuvieron el placer o el displacer de conocerme.
Supe entonces que mi neurosis y mi complejidad debían hallar un ápice de simpleza que sea guía y tutora del laberinto de ideas y lleve de la mano con el poder del cantar y las sendas de quien pueda traducir análisis en emociones. Entonces recordé una frase que leí grabada en las murallas del Atalaya cerca de la facultad de artes, como testamento y burla hacia la escuela opuesta donde estudiábamos los aprendices de mago:
“Los intelecutales toman temas simples y los vuelven complejos, mientras que los artistas tomamos temas complejos y los volvemos simples.”
Sin duda una provocación entre las gentes de talentos y desafíos de sana competencia, pero nunca consideré cuánta razón habría en esa frase hasta que conocí al ápice de lo sencillo y lo básico, con el poder de detonar explosivas pasiones ante lo minúsculo y lo sutíl, orientado hacia canales que, bien cuidados y financiados, podrían ser la llave para no ser un esclavo de la sombra de la muerte. Mis dudas y complejas ideas a las que pensé que no les hallaría respuesta, encontraron su optimista signo de pregunta cuando conocí al maestro de lo simple, Vraj Eflwine.
Pasó de la infancia en el mercado del puerto ayudando en la verdulería familiar y escuchaba las canciones de los marineros. Aprendió solo a tocar.
Así fue como comenzó todo, cansado de las canciones viejas, salió en busca de musas y héroes de hoy. Con aspiraciones de honor hacia la casa de su padre, de encontrar instrumento ideal y componer la canción perfecta, una canción que deje a todos tan emocionados que no puedan ni aplaudir.
Como todos tejedores de conocimiento, el simple hecho de saber cosas lo mueve. Correrá cualquier riesgo sólo por estar ahí.
Vraj parecía tener la runa de la elocuencia grabada en su lengua, hablaba pausado y sólo poseído por musas y espíritus de la inspiración divina que soltaba con fervor su sonido de escaldo y de ceguera ante una realidad que ahora era reformada con el poder de sus palabras. Su intención se veía marcada por todo aquello que quería absorber y al mismo tiempo compartir, pero siempre atrapado en el flujo y reflujo de las aguas del conocimiento como si quisiera ser y estar en todo lugar, todo el tiempo. Sólo su timidéz y deseos de acercarse a quienes compartan un oído para escuchar, lo materializaban como un ente accesible y reconocible.
Lo simple y lo complejo tenían entonces una danza por el entendimiento y por ser escuchados, allí donde los saberes confluían entre medias verdades, falsedades y supersticiones. Cuando eres alguien que creció viendo lo pequeño y ahora debe forzarse incómodamente hacia límites geográficos y políticos insospechados, en compañía de extraños afines que luchan y matan por sobrevivir, te fuerzas a revolucionarte. De maneras violentas y a veces resolutas, pero nunca sin que las consecuencias de ello no aparezcan en los acordes o en las cuerdas vocales.
Vraj era un gentil intermediario entre esa violencia y esa calma. Y por eso necesitaba tenerlo de mi lado.
Y así fue, como desde esta emoción de la crónica y la antorcha de la novedad, que Vraj entraría en una selecta lista corta de privilegiados que retratarían el encuentro entre el olvido y el recuerdo. En dejar para las eras y para los poemas de Bragi el don de la palabra que diera vida honesta al sentir de ese corazón humilde que enarbolaba un deseo de este conjurador y explorador, que cual padre Odín viajaría por Midgard y los mundos, con Vraj como testigo de una aventura que, junto a héroes de ayer y hoy, dejaríamos para las futuras generaciones, el recuerdo de nuestro paso por Asgoria, como si hubiéramos comido de las manzanas de Idunn, para ser inmortalizados...
Para siempre.